Vaina de tarwi.

Texto, infografías y fotos: *Rocío Corrales

Estaban allí, esperando ser devueltos al suelo. Los rastrojos de tarwi estaban de pie, unos detrás de otros, esperando convertirse en abono e incorporarse en el arado para la siguiente siembra. Javier Huiza arrancó uno de ellos de un único intento: raíces profundas (que alcanzarían hasta dos metros, ideales para absorber la humedad) y un metro de tallo.

“Estos son los nódulos de la raíz que fijan el nitrógeno atmosférico y se encargan de recuperar la fertilidad de los suelos”, dice el ingeniero agrónomo de la Fundación para la Promoción e Investigación de Productos Andinos (Proinpa).

Javier Huiza señala los nódulos de las raíces de tarwi.

 

El secreto de la vida es el suelo. En él, las plantas se sostienen y se derrumban; extraen nutrientes, absorben el agua y el aire; hallan las condiciones necesarias para crecer y producir. Es el principal capital de los agricultores para la producción de alimentos. Hoy, el silencioso cultivo de tarwi supo cómo sanar los suelos en los valles interandinos de Cochabamba frente a los efectos del cambio climático y la agricultura intensiva.

La planta de tarwi puede fijar 50 o más kilos de nitrógeno por hectárea a través de sus raíces. Su follaje produce gran cantidad de nutrientes para mejorar la salud de suelos áridos y con poca materia orgánica. La incorporación de sus residuos es una estrategia para reducir los riesgos de degradación de suelos y maximizar la producción hasta en un 50 por ciento en siembras siguientes.

La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) considera que las legumbres, entre ellas el tarwi, mejoran la absorción de carbono en los suelos, y no requieren fertilizantes nitrogenados, puesto que fijan su propio nitrógeno tomándolo de la atmósfera y transportándolo dentro de sus suelos.

Según la FAO, esta extraordinaria autosuficiencia evita la emisión de gases de efecto invernadero derivados del empleo de abonos químicos y contribuyen a mayores rendimientos en rotaciones de cultivos, hechos que a su vez favorecen a la reducción de la huella de carbono agrícola.

Resistencia y resiliencia 

De lejos se observan casas diminutas que distan a metros la una de la otra, y alfombras de rastrojos de tarwi y trigo que pintan la vista de amarillo. Ese cielo no admite nubes ni lluvias, al menos hasta inicios de octubre o noviembre.

Comunidad de Phinquina, municipio de Anzaldo, Cochabamba.

Es Phinquina, una comunidad ubicada al oeste del municipio de Anzaldo, provincia Esteban Arce, lugar que une el departamento de Cochabamba con Potosí y donde viven menos de mil personas.

Doña Eleuteria Sánchez produce aquí papa, trigo, maíz y tarwi “desde siempre”. Y es una de tantos productores campesinos que confían en los beneficios del cultivo de esta leguminosa.

“Como nuestro cuerpo, la tierra necesita alimentarse”, sostiene la mujer delgada, de ojos rasgados y trenzas que le llegan hasta la cintura.

Eleuteria Sánchez, agricultora de la comunidad de Phinquina muestra los granos del cereal andino.

Para ella, la parte de abajo es tan importante como la parte de arriba. La tierra es un sistema vivo que provee. “Se cansa, se enferma y necesita estar acompañada por el buen tiempo (ciclos de lluvia)”, dice.

Gabriela Alandia, investigadora agroecológica, explica que esta leguminosa introduce importantes niveles de masa verde al suelo para captar gran cantidad de gases del efecto invernadero; e implanta nitrógeno, que viene a ser un excelente fertilizante para otros ciclos de cultivo.

“El tarwi mejora la tierra. Ahí donde pusimos tarwi y al año siguiente ponemos papa, hay buena producción, papas grandes. El año anterior, cuando el tarwi estaba floreciendo lo convertimos en abono, aramos la tierra y lo enterramos”, cuenta Eleuteria frotándose las manos.

En Anzaldo, para la buena cosecha de otros alimentos de alto consumo se utiliza el tarwi como abono verde (planta enterrada en plena floración) y, la mayoría de las veces, se incorporan los residuos de su cultivo. Según Proinpa, la incorporación de los residuos de cosecha como rastrojos, tallos y hojas logra el 50 por ciento más de productividad en sembradíos siguientes como papa y quinua.

“La sola plantación de tarwi reduce el uso de fertilizante químico en los suelos. Entonces, como abono, a la vez, genera actividad bacteriana, vida en el suelo. Es importante mantener un ecosistema de suelo vivo y natural”, agrega Alandia.

El exinvestigador del programa de leguminosas y granos andinos del Instituto Nacional de Investigaciones Agropecuarias (INIAP) Ecuador, Nelson Mazón, considera que el tarwi es reconocido como el mejor abono verde por su aporte de biomasa, nutrientes (nitrógeno y liberación de fósforo) y, por tanto, excelente para recuperar suelos desgastados dentro de la rotación y asociación de cultivos.          

Eleuteria es cuidadosa con las semillas recogidas, siempre preserva una parte —las más grandes y sanas en un saquillo blanco para sembrarlas el siguiente año agrícola. Ella guarda la mitad de su producción anual un quintal en granos secos y la restante la vende como “chuchusmuti” (mote de tarwi) en el mercado local. Remoja los granos en agua durante un día, los cocina en leña por cinco horas, y vuelve a remojarlos dos días para quitar el sabor picante y amargo. En el proceso de desamargado utiliza 60 a 80 litros de agua por kilo de tarwi, un lujo para una zona con escaso acceso a este líquido.     

El chuchusmuti o mote de tarwi se consume como un entremés, especialmente en la zona andina de Bolivia.

“Aquí todo se produce según el tiempo de lluvia, la lluvia también tiene su tiempo, ahora nos visita muy poco”, lamenta. Es 27 de agosto y aclara que la temporada de lluvias se da durante noviembre y marzo.

En Anzaldo se esperan esas precipitaciones para el riego agrícola. En los últimos años los climas fueron más secos, sin embargo, desde hace ocho años los agricultores cosechan el agua de lluvia en atajados extensos que son hoyos artificiales emplazados cerca de sus cultivos.

En el recorrido de las amplias llanuras, estaban los tallos largos y secos de los lupinus mutabilis (nombre científico de la súperleguminosa andina), pero un par de ellas aún florecían y mantenían sus colores a pesar de la época de poscosecha y los meses sin lluvia.

El tarwi es un cultivo estratégico en contexto de Cambio Climático porque existen cada vez zonas más desérticas y menos agua. Es una planta que puede producir con menor cantidad de agua comparada con otros cultivos, confirma el investigador Nelson Mazón.

La desertificación es un proceso de degradación ecológica en el que el suelo fértil pierde su potencial productivo y está relacionada con los efectos del cambio climático, arriesgando las condiciones de vida y producción de los agricultores de los valles interandinos de Cochabamba. Precisamente, la falta de lluvias, la baja humedad de la tierra y el aumento de la temperatura propician este fenómeno.

A 20 minutos de Phinquina está la comunidad de Taracucho, un lugar difícil de recorrer por los suelos escabrosos y caminos de piedra. Es agosto, invierno, y Taracucho está hecha de chacras aradas que envuelven en kilómetros especialmente suelos semiáridos; hoy, bajo un sol intenso de mediodía.

Con las puntas remangadas del pantalón, Nicanor Ríos —agricultor de cincuenta y tantos años — saluda amablemente a cualquier visitante. Tiene el rostro quemado y cuando habla deja entrever su bolillo de coca.

“El tarwi ayuda a reducir el uso de abono. Mejora muy bien los suelos, enterramos los tallos secos en el suelo y eso ayuda a mantener la humedad. Luego produce muy lindo el trigo, la papa y el maíz”, comenta.

Nicanor Ríos, agricultor de la comunidad de Taracucho.

Hace décadas su abuelo sembraba en estas parcelas para el consumo familiar, poca gente hacía lo mismo. Ahora, más de la mitad de quienes viven allí lo producen con fines principalmente agroecológicos, porque por lo demás “da poco dinero y se cosecha poco”.      

“Aquí producimos tres o cuatro quintales. El tarwi crece solo, tampoco produce con mucha lluvia, aunque hay que tener cuidado con algunas plagas y las heladas en invierno”, dice.    

Del otro lado, Primitivo Pardo unos 40 años, camisa blanca, robusto y de mejillas abultadas cuenta que sus parcelas le abastecen de buena cosecha de alimentos. Él atribuye los beneficios productivos a la plantación de tarwi y su capacidad de reponer los nutrientes que la tierra exige.  

El tarwi florece donde otras legumbres no podrían hacerlo. Su reintroducción se convirtió en un mecanismo de adaptación y resiliencia para lograr la eficiencia productiva de los sistemas de cultivo de otros alimentos. No obstante, pese a sus virtudes nutricionales y agronómicas, es un alimento de bajo consumo, con poco valor económico y de menor priorización en la inversión pública. 

El secretario de Desarrollo Productivo de Cochabamba, David Molina, considera que todavía no se ha trabajado en la certificación de la semilla y su producción es bajísima. “Es de gran interés económico para las regiones andinas, lo que pasa es que no es priorizado como alimento en el consumo básico de las familias, eso impide mejorar la inversión en este cultivo altamente nutritivo y de valor para la tierra”. 

Los agricultores e ingenieros agrónomos admiten que este cultivo necesita un tiempo de maduración prolongada (ocho a diez meses), presenta un bajo índice de cosecha y precios bajos en el mercado nacional. Además, en otras regiones de Bolivia la falta de certificación de su semilla para la siembra podría provocar alta incidencia de plagas y enfermedades, reduciendo las cantidades de cosecha; por lo que Proinpa sugiere investigar las variedades adaptadas y sus condiciones.    

En Cochabamba, durante los últimos años, el tarwi bajó su producción, de 239 a 164 toneladas anuales y el precio lo hizo en un 30 por ciento. Para muchos agricultores es desalentador esperar ocho meses para la cosecha de un quintal de semillas que cuestan entre 350 a 400 bolivianos (entre 50 y 57 dólares), montos muy por debajo de la papa e incluso el maíz en cuanto a su relación costo-producción.   

Según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE), el rendimiento de la tierra bajó al igual que su producción en tres de cuatro departamentos productores de tarwi en Bolivia. En 2008, se registraba un rendimiento general de 0,6 toneladas por hectárea, con una producción de 1.208 toneladas a nivel nacional (Cochabamba, La Paz, Potosí y Chuquisaca). En 2013, el rendimiento bajó a 0,4 toneladas por hectárea, obteniendo una producción total de 537 toneladas métricas. Dentro del país, Potosí es el departamento que más produce pero Cochabamba es el que más consume. 

En ese contexto, el año pasado autoridades municipales, productores y organizaciones presentaron el anteproyecto de Ley del Tarwi al Órgano Legislativo para promover su producción y consumo. Sin embargo, la propuesta quedó estancada porque aún no fue revisada ni discutida por la Asamblea Legislativa Plurinacional.

 

Suelos sostenibles  

La responsable del área de seguridad y soberanía alimentaria en el Centro de Comunicación y Desarrollo Andino (Cenda), Lidia Paz, confirmó la incorporación de tarwi en los ciclos de rotación de cultivos en la comunidad de Cóndor Huta, provincia Ayopaya, al este del departamento valluno. En breve, seis nuevas comunidades plantarán tarwi allí gracias a los resultados prometedores.

Para Paz, la reincorporación de la siembra es parte de las estrategias de amortiguación frente al cambio climático, el debilitamiento de la fertilidad de los suelos y sus nutrientes a causa de la producción intensiva y el monocultivo.

De hecho, alternar una leguminosa con otra siembra se fue olvidando cuando empezaron a utilizarse fertilizantes químicos bajo el uso intensivo de los suelos. Frente a esto, los agricultores de muchas regiones del país mantienen vivas las prácticas amigables con el medio ambiente, donde la súperleguminosa de los Andes es una gran aliada.

 

La salud del suelo, la salud del cuerpo 

Enseña una fotografía de pan hecho con harina de tarwi y de inmediato hace un recetario sobre refrescos. Juan Vallejos lleva 30 años trabajando como agrónomo, siete de ellos los dedicó a la investigación y producción eficiente de tarwi.

Es el responsable de Proyectos de la Fundación Proinpa, llegó del municipio de Morochata a Anzaldo para trabajar en tierras semiáridas y de pocas lluvias. Notó un gran potencial productivo en este cultivo y desde entonces impulsa su revalorización dentro de la agricultura sostenible.

También dentro de las dietas sostenibles. Juan considera que nuevas formas de consumo y nuevos productos ayudarían a superar el consumo ocasional en mote, que se hace de paso por las calles de los mercados, para formar parte de menús, postres y desayunos cotidianos.

“El tarwi mejora el suelo y está mejorando la alimentación de la gente, merece una oportunidad”, insiste.

María Galarreta, parte de la Red K-motes del Tarwi asociación civil que promueve su consumo diversificado asegura que los alimentos sanos provienen de suelos sanos, y que el tarwi tiene sus propios equilibrios ecológicos y culturales dentro de los sistemas de labranza.  

En el mercado popular más grande de Cochabamba, conocido como la “Cancha”, una decena de mujeres animan el consumo de mote de tarwi por medio de la venta callejera en carretillas. En las zonas rurales, otras mujeres preservan aún su consumo en ensaladas, sopas y refrescos tradicionales. Actualmente se impulsa su incorporación en repostería y la gastronomía vegetariana.      

Venta de mote de tarwi en el mercado popular de la Cancha, Cochabamba.

“Ojalá su producción no sea olvidada, su cultivo es un trabajo generacional, lleno de costumbres, las mujeres son quienes mantienen viva la tradición de consumo de tarwi en una sociedad que elige la comida rápida”, concluye María mientras transforma una libra de granos de tarwi en 50 gramos de harina. Harina para sus galletas especiales para celíacos.

*Rocío Corrales es comunicadora social. Este trabajo fue cedido a La Región por la autora, como parte de la beca de Alimentación Sostenible realizada por Hivos y Climate Tracker en Bolivia.

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