La peta de río abre una alternativa de conservación y turismo en Gran Mojos

Frente al tráfico de huevos de tortuga, un proyecto busca que visitantes puedan ser testigos de la experiencia de ver nacer a las crías y volver al agua. También esperan concienciar a comunarios de una zona de depredación sobre la importancia del aprovechamiento responsable.

Foto: Rocío Lloret

Rocío Lloret Céspedes

Debajo de la arena la vida se abre paso con la energía de quien se sabe vencedor. Una diminuta cabeza orada la superficie impulsada por ágiles patitas que excavan como si de ello dependiera vivir o morir. El pequeño cuerpecillo totalmente afuera busca entonces cómo llegar al agua, sin que ningún obstáculo pueda contra su fuerza. Ha nacido una peta de río.


La Podocnemis unifilis es una tortuga de agua dulce que vive en grandes ríos y lagos de la Amazonia. En el Beni, el río Pojije –afluente del gran Mamoré- es uno de los sitios donde en agosto, miles de estos animales desovan en playas de arena color tenue marrón. Cada una puede poner un promedio de 30 huevos, que demoran entre 70 y 80 días en eclosionar. Una vez cumplido el ciclo, como si se tratara de una incubadora natural, las pequeñas crías se abren paso entre la arena y todavía tibias por el intenso sol tropical, salen como despavoridas para sumergirse en las aguas. Para que las hembras vuelvan a reproducirse, deben pasar siete u ocho años hasta que alcancen la madurez sexual.

Por sus propios medios, las pequeñas crías empiezan a abrirse paso dentro de la arena, para luego correr hacia el agua.


Tanto en el Libro Rojo de Vertebrados de Bolivia como en la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) la especie es considerada “Vulnerable”. La última actualización sobre su estado de conservación data de 2009 y 2008, respectivamente. Lo llamativo es que no se registra su presencia en la cuenca del Mamoré, pese a que basta navegar por sus aguas para verlas en las orillas, apostadas sobre troncos en pequeños grupos.


Esa falta de información científica actualizada y la necesidad de cuidar a la peta de río, dado el alto tráfico ilegal de sus huevos entre agosto y septiembre, impulsó un proyecto que abrió la esperanza de impulsar la conservación y el turismo en el Parque Municipal (APM) y Área Natural de Manejo Integrado (ANMI) Gran Mojos.

«Simbri» (izquierda), Mauricio Barrios (centro) y Dennis Lizarro (derecha) revisan uno de los nidos naturales que fue demarcado y fechado para la eclosión.


Dentro de las 580.430 hectáreas que abarca esta reserva hay 22 comunidades. Una de ellas –Camiaco- es considerada zona de depredación de estos huevos. Tanto que en septiembre se realiza una feria de la peta, donde se ofrece platillos elaborados en base a este animal. “Y este año, con la pandemia, el tráfico se incrementó porque la gente vio una oportunidad para generar dinero”, cuenta Bismar Barrios, guardaparque del área protegida.


El biólogo Dennis Lizarro, del Centro de Investigación de Recursos Acuáticos (CIRA) de la Universidad Autónoma del Beni, emprendió en agosto pasado un proyecto para conservar a la peta de río e involucrar a los camiaqueños en el aprovechamiento responsable. A cuatro meses de aquel desafío, desde el área protegida se avizora un futuro prometedor para incentivar el turismo gracias a la experiencia de ver nacer a las tortugas, como uno de los resultados.

La puerta al edén

El pequeño puerto de Camiaco, la puerta de entrada hacia el gran río Mamoré. Desde aquí parten las barcazas, aguas arriba.


Camiaco es una comunidad de 421 habitantes según el Censo de 2012. Ubicada dentro del área protegida Gran Mojos, forma parte del municipio de Loreto, a 56 kilómetros de Trinidad, la capital beniana.
Por las calles de arena se ve poca gente. Algunos en motos; los menos, a pie bajo un sol que arde. En las casas –estructuras de madera con amplios patios con rejas, de techos altos y gallinas sueltas- la gente se refresca en hamacas mientras el tiempo parece detenido.
Al final de la vía hay una oficina del área protegida en la que se cobra Bs 50 por cada visitante nacional y Bs 150, por cada extranjero. Los fines de semana o feriados, aficionados a la pesca deportiva llegan desde Santa Cruz y recorren el río cuesta arriba hasta encontrar un sitio donde apostarse.

En la oficina de Camiaco, los detalles para los visitantes que llegan a realizar actividades como la pesca deportiva.


Durante la navegación, como si de un pasillo formado por árboles se tratase, el ancho Mamoré muestra su poderío. A los costados, lagartos (Caiman yacare) reposan como guardianes; mientras las aves surcan los cielos o se posan para trinar en medio de la nada.
El proyecto de Lizarro fue empoderado por el APM Gran Mojos, apoyado por el Gobierno Municipal de Loreto, la Fundación Conservación Loros de Bolivia (CLB), y las instituciones Turtle Conservation Fund (TCF), Global Wildlife Conservation (GWC) y Turtle Conservancy (TC). Inicialmente la idea era señalizar diez playas madre y diez para el aprovechamiento. Las primeras debían cuidarse hasta que nacieran las crías; de las otras se podía coger los huevos, ya que por su ubicación corrían el riesgo de que la subida del río las cubra y arrastre, así que eran aptas para que se extraiga los productos y se aproveche su consumo.


Pese a las reuniones y el trabajo de concienciación que hubo con representantes de la comunidad, al cabo de un tiempo el biólogo, el director del área –Mauricio Barrios- y los dos guardaparques con los que cuenta Gran Mojos, asumieron otras medidas. “Nos dimos cuenta que cuando marcábamos las playas más bien aprovechaban para ubicar más rápido los huevos”, cuenta Lizarro.
Frente a ello, el investigador y los guardaparques decidieron habilitar una sola playa madre y ver qué pasaba si allí se enterraban al menos 30 mil huevos colectados de los distintos puntos. En cada nido colocaron una vara con la fecha, para calcular el tiempo de eclosión. En ciertos puntos se dejó nidos nativos. Con la paciencia de una madre o un padre el equipo cuidó aquellos lugares de los depredadores. Para ello montaron un campamento en medio del bosque, donde Bismar Barrios, uno de los “guardas” decidió quedarse hasta que todo esto termine.

Uno de los guardaparques muestra la tortuga que acaba de nacer. La fuerza con la que excavan la arena es asombrosa.


Durante estos meses de pandemia, “Simbri”, como es mejor conocido este último, fue testigo de cómo el tráfico de huevos de tortuga se incrementó. En determinado momento, la dirección de la reserva pidió apoyo de la Fuerza Naval Boliviana para que sus dependientes apoyaran los controles dada la extensión del territorio, pero la gente de Camiaco pidió que se retiraran.
Contra todo pronóstico, debajo de la arena las tortugas se desarrollaban con total normalidad.

El despertar de la peta de río

El biólogo Dennis Lizarro durante la apertura de un nido. Una vez que las crías dejan los huevos, estos quedan como algo flácido.


Es la última noche de octubre de 2020. A orillas del río Pojije, frente a la playa madre donde están a punto de nacer diminutas tortugas, el sol se desvanece entre las aguas tranquilas.
En unas horas más, cuando solo la luna pueda iluminar este agujero negro, Lizarro y el equipo de Gran Mojos ingresarán a la playa madre. Iluminados con una luz artificial en la cabeza, cavarán un par de nidos con la delicadeza de quien cuida un tesoro, y de pronto las crías saldrán como desaforadas, como si solo estuvieran esperando un halo de aire para dejar los huevos.


Por ahora no pueden ir al río, por lo que las llevan a piscinas artificiales. Algunas ya perdieron el ombligo que se forma de la yema en la parte anterior del caparazón; otras todavía lo tienen, por lo que deben pasar unos días hasta que este se absorba. Hasta este 4 de noviembre en la mañana nacieron cuatro mil. Se espera que el resto vaya surgiendo de a poco, hasta que a finales de noviembre puedan ser liberadas.

En las piscinas artificiales cientos de tortugas se agolpan por salir a la superficie. Otras prefieren la frescura de las aguas frente al intento calor.


Todo este proceso permitió tanto al investigador como al director del área –Mauricio Barrios- y los guardaparques involucrados avizorar un futuro promisorio tanto para la conservación como para impulsar el turismo.
Sentir cómo la vida se abre paso en medio de la arena. Cómo pese al tamaño, el animalito logra sacudir su rostro y seguir adelante, permite vivir una experiencia por la que vale la pena seguir trabajando.


Por eso, a finales de noviembre, los impulsores de este trabajo esperan liberar a todas las petas frente a las autoridades, comunarios y quienes quieran sumarse. “Queremos que la gente sepa y observe que un huevo que no extraen, es una tortuga que puede volver al río”, dice Lizarro.

Así es como luce una tortuga recién nacida. De a poco ella comienza a moverse, a despejar la arena de los ojos con sus patas y a caminar.