Tres mujeres líderes que marcan un hito en la defensa de su territorio, el medio ambiente y su cultura

Ruth Alipaz Cuqui

Cuando dejó la comunidad indígena San José de Uchupiamona (La Paz) a los 12 años para ir en busca de oportunidades a la sede de Gobierno, jamás imaginó que 40 años más tarde estaría al frente de la resistencia indígena, en contra de megaproyectos hidroeléctricos que amenazan a más de 40 comunidades indígenas y campesinas en la  Amazonia y en las tierras bajas de Bolivia. 

“Vengo a pedir a nombre de mis hermanos de las naciones mosetén, tsimán,  ese eja, tacana, leco y mi propio territorio, Uchupiamona, que se respeten nuestros derechos y que nuestras voces sean escuchadas en contra de los megaproyectos hidroeléctricos Chepete-Bala, que amenazan nuestra existencia y territorios”, denunció en 2018 ante la reunión plenaria de la 17 sesión del Foro Permanente para las Cuestiones Indígenas de la ONU; misma que tenía como invitado especial al entonces presidente Evo Morales.

 Actual coordinadora general de la Coordinadora Nacional de Defensa de Territorios Indígenas Originarios Campesinos y Áreas Protegidas de Bolivia (Contiocap), Ruth es una de las lideresas indígenas ambientales más reconocidas del país y ello le ha cambiado la vida, porque tuvo que dejar de lado muchas aspiraciones personales.

Tras salir de su comunidad, aún niña, fue trabajadora del hogar mientras continuaba sus estudios. Alcanzó el bachillerato y una carrera técnica que le permitió ejercer como Auxiliar Contable en una empresa mientras estudiaba Administración de Empresas.

En 2008 retornó a la tierra que la vio nacer.  Llegó cargada de sueños y planes de llevar adelante emprendimientos de ecoturismo que permitan apoyar el desarrollo de las comunidades de la zona y mantener su riqueza natural. “Tenía muchos planes, como cualquier persona, aspiraciones personales, familiares”, dice.

Un año más tarde comandó con éxito la defensa de 31 mil hectáreas de bosque de la Tierra Comunitaria de Origen (TCO) Uchupiamonas y del interior del Parque Nacional Madidi, que el gobierno pretendía dar en concesión forestal a una empresa privada.  La defensa de ese territorio se planteó con una contrapropuesta, que fue la implementación de un proyecto de ecoturismo y de observación de aves que beneficiaría a la comunidad: así nació Sadiri Lodge y se salvó miles de hectáreas de bosque. “La actividad maderera o la explotación forestal es una actividad de hombres, entonces el ir contra los intereses de un grupo de hombres era enfrentarse al machismo y todo eso. Sin embargo, se evitó esa concesión y hace doce años hemos logrado consolidar el proyecto de ecoturismo especializado en observación de aves en esa área como una estrategia de protección”.

Alipaz durante su intervención en el pleno de la 17 sesión del Foro de Cuestiones Indígenas de la ONU que se realiza en Nueva York. Foto: Captura de webtv ONU.

Tras esta primera batalla, el 2016 empezó otra lucha para evitar la consolidación del proyecto de la megarepresa Chepete Bala. Como parte de la dirigencia de su TCO, junto con Álex Villca, secretario de Tierra y Territorio en ese entonces, convocaron una Asamblea para dar a conocer a los comunarios la amenaza a su territorio y emitieron un primer pronunciamiento. Sin embargo, esta vez el Gobierno, según denuncia, logró dividir a la comunidad y por decisión de la dirigencia, ella y Villca fueron desconocidos. También sufrió persecución y amenazas por redes sociales que le hicieron temer por su vida. “El mismo gobierno me descalificó como dirigente diciendo que era empresaria y que no representaba a mi comunidad. Hasta mi casa está con anotación preventiva por un supuesto problema con Impuestos.”, comenta. 

Sin embargo, su lucha no cesó porque tiene arraigados el amor por su territorio y las enseñanzas que heredó de su abuelo, José Cuqui, con quien se crió. “Todo lo que tengo le debo a mi abuelo. El recuerdo de mi infancia ha sido feliz, rodeada de amor, de naturaleza. Mi abuelo era siempre líder, siempre era autoridad en mi pueblo. Él me ha transmitido siempre el amor por mi comunidad, por mi tierra, él siempre me decía que nunca me olvide de dónde he salido. Me decía: nunca te olvides de quién eres, de tu cultura, tienes que amar a tu pueblo, tienes que amar a tu gente y todo lo que eres. Entonces y me enseñaba a participar de las reuniones a escuchar, decía que tenía que aprender los problemas del pueblo. Crecí viendo cómo el dirigía el pueblo, cómo se organizaba para que en el pueblo no falte comida”.

Para 2017, su tenacidad en la defensa ambiental era reconocida y respetada, por lo que siguió adelante junto a miembros de la Mancomunidad de Comunidades Indígenas de los ríos Beni, Tuichi y Quiquivey, de quienes fue portavoz en Nueva York, durante el encuentro Naciones Unidas en el que denunció las acciones del gobierno en relación a los megaproyectos energéticos.

Actualmente, con 53 años, además de ser una de las líderes de la resistencia que representa a las macroregiones Amazonia, Chaco, Valle y Altiplano,  forma   parte de una articulación internacional de organizaciones que protegen los territorios indígenas. “El gobierno atacó dividiéndonos, yendo por cada comunidad. A nosotros nos han impedido de llevar información, así que la lucha se ha hecho desde la puerta del territorio hacia fuera, con la articulación nacional e internacional. A nivel internacional nos hemos articulado al movimiento de Ríos Vivos de Colombia, el Movimiento de Afectados por Hidroeléctricas, en Brasil, y otras organizaciones. Mientras nos quede vida, vamos a seguir luchando por algo que no es para mí, o solo para mi pueblo. Estamos luchando por la naturaleza que nos provee el aire, que nos provee el agua. Por eso queremos que la sociedad civil escuche nuestra vos y apoye nuestra causa” dice. 


Ely Zárate

Cuando Ely se asoma a la orilla del Río Grande, a 100 metros de su casa en la comunidad de Yumao, una de las más pobres del municipio de Tatarenda (Santa Cruz) imagina un paisaje apocalíptico. Vestigios del río sin vida, árboles bajo el agua y animales muertos. Esta pesadilla la persigue de día y de noche pues el territorio en el que está asentada su comunidad es parte del área de embalse del proyecto de la megarepresa Rositas que si se ejecuta inundaría 450 km2.

Esta mujer de 43 años, madre de siete hijos y abuela de tres niños, es una de las lideresas de las comunidades a ser afectadas que ha cobrado notoriedad por su persistencia en la lucha.  “En ese entonces, desde 2015 peregrinamos para que los líderes de la Capitanía Kaaguazu, quienes deberían apoyarnos, nos respaldaran pero no lo hicieron. Por eso Yumao y Tatarenda presentamos la demanda de acción popular en 2018”, recuerda.

En abril de ese año, la demanda de acción popular por vulnerar su derecho constitucional a la consulta previa fue admitida por un Tribunal de Garantías, el que resolvió que la empresa estatal ENDE (Empresa Nacional De Electricidad Bolivia) suspenda cualquier actividad referida a la construcción de la Represa Rositas, hasta que se realice la audiencia que defina el tema.

Si bien el proyecto se paró, ella no bajó los brazos porque sabe que la amenaza está latente. Junto a otras mujeres y hombres de las comunidades afectadas formaron un Comité de Defensa. Durante el tiempo que fue la principal líder de su comunidad o Mburuvichá y hasta la fecha se preocupa de que las familias estén consientes de los impactos negativos del proyecto. 

Con el tiempo asumió que la lucha no puede ser solo de los comunarios afectados. Empezó a participar de toda actividad a la que la invitaban en la ciudad y en otros departamentos para dar a conocer su lucha. “Es necesario que en las universidades los jóvenes sepan lo que está pasando, yo he ido a dar mi testimonio a la ciudad porque al construir las represas del proyecto no solo se va a destruir nuestras comunidades, sino que se va afectar miles de hectáreas de bosque, de áreas naturales y hasta zonas de producción de alimentos, en los valles”.

Como dirigente, en 2018 también participó de un encuentro internacional de comunidades afectadas proyectos hidroeléctricos en Colombia, donde pudo conocer de primera mano testimonios de comunarios que perdieron sus territorios y medios de vida. “Nuestras familias viven de estas tierras, viven del río, por eso luchamos, porque si se construye la represa perderemos nuestra forma de vida, perderemos todo”, dice.

Zarate, actualmente es asambleísta del Gobierno Autónomo Indígena Kereimba Iyaambae, consolidado este año como la segunda Autonomía Indígena como Nación Guaraní.

Desde donde esté, nunca dejará de luchar hasta que el proyecto Rositas sea desechado. “Tenemos que entender que sin bosque no tenemos vida, sin naturaleza no hay vida, no hay agua, no hay y seguridad alimentaria”.

 Felicia Barrientos 

Felicia Barrientos.

Cuenta Felicia Barrientos (72 años) que allá por la década de los 70, las mujeres del pueblo Guaraní-Isoseño eran tímidas. “No podíamos hablar, no podíamos participar”, asegura. Vivían en comunidades en las que los hombres tomaban decisiones y aunque ellas siempre fueron parte vital de sus hogares, no las escuchaban.

Cierto día, al territorio del Izozog llegaron unas monjitas. Una en especial -Carmen Julia- empezó a formar los clubes de madres. Las integrantes eran miembros de 15 comunidades y empezaron a aprender, o a revivir sus saberes ancestrales en tejidos. La religiosa llevó hilos, crochet, pero sobre todo llevó esperanza y anhelos, porque de a poco estas agrupaciones empezaron a elegir a sus lideresas.

“Era 1974 -recuerda ahora Felicia al otro lado del teléfono- mi padre fue a la Guerra del Chaco y cuando volvió, lo trajeron para que pueda ser el dirigente de los comunarios para Izozog (hoy Territorio Autónomo Guaraní Charagua Iyambae)”.

El “karai” para el pueblo guaraní es algo así como el foráneo; la persona que no es del lugar, el “hombre blanco”. En esa época, los “karai” llegaban y se llevaban a los jóvenes para hacerlos trabajar gratis en la ordeña de vacas o en sus haciendas. También se llevaban mujeres.

“No había tranquilidad”, recuerda Felicia. Por eso cuando su padre asumió el mando, se tramitó los títulos de las tierras, “unas 50 mil hectáreas”. Y entonces el “capitán grande” o máximo líder no permitió que se llevaran a más gente.

Felicia empezó a organizar a las mujeres. A darles la palabra, a enseñarles a participar en las reuniones semanales. De a poco perdieron la timidez; de a poco empezaron a tomar protagonismo.

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Las religiosas que estaban en el lugar -el territorio del Izozog, que hoy se divide en Alto y Bajo Izozog- construyeron algunas viviendas

El padre de Felicia decidió hacer un encuentro femenino donde su hija fue elegida como representante de 15 comunidades: la Capitana Grande.

“Él me daba consejos. Me decía: tienes que aguantar, tener paciencia, para organizarlas, porque las mismas mujeres te van a hacer problemas, pero no las vas a escuchar”, recuerda.

Quizá el momento en que ellas tomaron protagonismo y demostraron que estaban a la par de los hombres, fue un congreso de la Confederación de Pueblos Indígenas del Oriente Boliviano (Cidob), donde invitaron solo a 20 varones. Cuando Barrientos pidió que se incluyera a sus compañeras, ellos respondieron que solo iban a “calentar el asiento”. Pero Felicia, persistente como es, se empecinó hasta que logró que un grupo de 20 mujeres asista. “Ahí pude conseguir un fondito para las mujeres y empezamos a hacer una cooperativa para consumo”.

La historia del Kaa Iya

Para el pueblo guaraní-isoseño, el Kaa Iya del Gran Chaco es el amo del monte. De hecho, esa es la traducción del nombre. Se trata de una de las áreas protegidas más grandes de Bolivia y de Sudamérica por su extensión: 3,4 millones de hectáreas. Abarca hasta los municipios cruceños de San José de Chiquitos y Pailón, por lo que también es parte de los pueblos chiquitano y ayoreo.

El sueño de “Sombra Grande”, el padre de Felicia, era protegerlo. Por ello, cuando su hijo, Bonifacio Barrientos Cuéllar -hermano de Felicia- asumió el mando, se impulsó la creación del Parque Nacional. Un grupo de mujeres también acompañó el proceso; algo que se logró durante el gobierno de Gonzalo Sánchez de Lozada (21 de septiembre de 1995), luego de un trabajo intenso. “Don Marcelino Apurani estuvo con mi hermano, fuimos con él haciendo manifestaciones y juntamos a la prensa para que puedan aprobarnos el parque. Finalmente, se consiguió”, dice Felicia.

Para los guaraníes, tanto los animales silvestres, como los peces y las lagunas ahora “están guardados” dentro de ese territorio. Por ello, los guardaparques, por ejemplo, deben ser guaraníes, ayoreos o chiquitanos, gente que conozca su terruño.

Actualmente, la lideresa es delegada del comité de gestión. Hasta antes del gobierno de Evo Morales (2006-2019) eran ellos -los dueños- los que elegían a los directores. Pero siempre están pendientes. De hecho, hace poco tuvieron una reunión y supieron que el Kaa Iya tiene un nuevo director.

Ahora muchos no la toman en cuenta, pero para quienes conocen su trayectoria, Felicia siempre será la “Capitana Grande”.


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