Michelle Carrere / Mongabay Latam
Lo científicos del mundo siguen repitiendo la misma frase: el cambio climático ya está aquí. Y no paran de aportar año a año nueva evidencia. Sin ir muy lejos, el último reporte del Panel Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC), publicado a comienzos de marzo de este año, revela cómo la seguridad alimentaria de millones de personas está bajo amenaza producto de los fenómenos meteorológicos extremos y también de la elevación de la temperatura del planeta y la acidificación de los océanos que afecta actividades productivas clave como la acuicultura y la pesca.
A esto se suma que aproximadamente la mitad de la población mundial experimenta actualmente una grave escasez de agua durante al menos una parte del año, así como el aumento de las temperaturas, las lluvias y las inundaciones que provocan la aparición de enfermedades estomacales que ya iban de salida, como es el caso del cólera.
Lo peor de esta situación es que los efectos continuarán incrementándose, aseguran los expertos. Es por eso que hoy los esfuerzos no solo deben estar destinados a mitigar el cambio climático, sino también a adaptarse a las nuevas condiciones.
Los científicos aseguran que una de las medidas de adaptación más eficientes es conservar y restaurar los ecosistemas, considerando que estos no solo son grandes sumideros de gases de efecto invernadero —el CO2 y otros gases que están sobrecalentando la Tierra— sino que también pueden protegernos de los eventos extremos, como la sequía o las tormentas, que serán cada vez más frecuentes, más severos y prolongados.
En el Día mundial de la adaptación al cambio climático, presentamos algunas experiencias innovadoras y eficaces que se están implementando en cuatro países de América Latina y analizamos los desafíos que enfrenta la región para adaptarse a las actuales y futuras condiciones climáticas.
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La siembra de agua en Bolivia
En el municipio de Vinto, Cochabamba, cientos de familias han encontrado una fórmula para contar con mayor cantidad de agua para el riego y el consumo en sus hogares.
Todo empezó hace cuatro años, cuando la Fundación Agrecol Andes, a través del proyecto Cosecha Azul, llegó con la idea de restaurar zonas de recarga hídrica en las cabeceras de cuenca del municipio. Las comunidades se convirtieron rápidamente en aliadas de este proyecto que hoy deja ver sus primeros resultados.
Según German Jarro, director ejecutivo de Agrecol, “las zonas de recarga hídrica están deterioradas por la tala indiscriminada de bosques nativos”. Esto, a su vez, ha provocado que los suelos se erosionen y cuando llueve, el agua en lugar de infiltrarse en el terreno se pierde por la escorrentía superficial, explica Jarro. Esto, sumado a los períodos de sequía cada vez más largos producto del cambio climático, ha provocado que la seguridad hídrica de miles de personas se vea amenazada.
Para contribuir a recuperar la capacidad de recarga hídrica, se reforestaron las cabeceras de dos cuencas, la de Collpa y de Keraya, para que las raíces de árboles, arbustos y pastos faciliten la infiltración del agua al subsuelo. Se implementaron también sistemas agroforestales familiares, prácticas agroecológicas y sistemas de riego tecnificado.
En conjunto, todas esas iniciativas permitieron que entre marzo 2018 y marzo 2019 se recuperara un volumen de 187,67 millones de litros de agua, según el informe final de los resultados del proyecto, lo que equivale a llenar 74 piscinas olímpicas.
Protegiendo a los animales del frío en Perú
En la región de Puno, en Perú, entre los 3800 y 4050 metros sobre el nivel del mar, la temperatura mínima oscila entre los -6°C y -18°C, mientras que la máxima se mueve entre los 14°C y 30°C. Sin embargo, producto del cambio climático, esas temperaturas se están volviendo cada vez más extremas y, según las proyecciones del Servicio Nacional de Meteorología e Hidrología del Perú (SENAMHI), en 2030 la mínima variará entre -14°C y -18°C, afectando así la salud y economía de una de las regiones con mayores índices de pobreza en el país.
Una de las primeras consecuencias de las bajas temperaturas es el incremento de las enfermedades respiratorias, asegura Alejandro Vargas, coordinador de programas y proyectos de la Fundación Acción Contra el Hambre (ACH). Para enfrentar el problema, la fundación implementó un proyecto para aislar las viviendas del frío y para que las familias reconozcan tempranamente los síntomas de neumonía y puedan dirigirse a tiempo a un centro de salud. “Se puso piso a las habitaciones, se selló los diferentes puntos de entrada, como agujeros en las paredes y se mejoró el techo combinando materiales de construcción con productos locales como guano y paja para que el calor permanezca dentro de las viviendas”, cuenta Vargas.
Y a este panorama se suma, producto de las heladas, las muertes de camélidos, alpacas y llamas, principalmente, pero también de bovinos, que son cada vez más frecuentes. Las crías y los animales viejos son los más propensos a morir y también hay un incremento en los abortos, asegura el coordinador de ACH. “Cuando ocurren las nevadas estamos hablando más o menos de una mortandad del 40% del ganado que tienen las familias y cuando hablamos de una helada hay una mortandad del 15%”, precisa el experto. En otras palabras, una familia con 100 animales podría perder hasta 40 cabezas de ganado. Considerando que cada una de ellas tiene un precio aproximado de 250 soles, la pérdida podría corresponder a unos 100 000 soles.
Para prevenir este problema se han construido en 20 comunidades altoandinas cobertizos para proteger a los animales del frío y evitar que mueran o enfermen. Vargas precisa que la construcción se realiza junto con las familias y que, de hecho, son ellas las que los construyen con asesoría de un técnico. “Esto es sumamente importante porque un cobertizo puede durar unos 15 años, pero requiere mantenimiento. A diferencia de otras iniciativas donde van y les construyen el cobertizo, este proyecto desarrolló las capacidades de las personas para que en el caso de que se destruya o haya que hacerle mantenimiento puedan las familias hacerlo solas”, dice Vargas.
Silvopastoreo para proteger la Amazonía de Colombia
En la Amazonía, donde la mayor parte de la deforestación está asociada a la apertura de tierras para la ganadería, existen algunas alternativas para frenar la tala de bosque al mismo tiempo que aumenta la productividad de carne y leche. Se trata de la técnica de ganadería silvopastoril, donde se plantan árboles y arbustos leñosos dentro de las pasturas para ganado, favoreciendo tanto la diversidad biológica como la producción.
En Colombia, luego de un exitoso proyecto piloto en el que se transformaron al sistema silvopastoril unas 150 mil hectáreas, quedó demostrado que la técnica favorece los ecosistemas en la medida en que se diversifican las especies vegetales en el territorio, pero también la producción de carne y leche porque aumenta el número de cabezas por hectárea. Esto, a su vez, permite que la presión sobre el bosque disminuya.
De hecho, el ex ministro de ambiente Manuel Rodríguez Becerra le dijo a Mongabay Latam que los expertos sostienen que si se hiciera una transformación muy profunda de la ganadería con estos sistemas silvopastoriles se podrían liberar alrededor de 12 millones de hectáreas para otras actividades, incluyendo la reforestación y la restauración de bosques. “Se estaría frente a un programa gigantesco de adaptación y mitigación del cambio climático que resuelve también problemas de pobreza porque los campesinos ganaderos que tienen tres vacas y que de pronto pueden tener 10 mejorarían sus ingresos”, dice Rodríguez.
México: recuperar las manglares para proteger a la población
Un grupo de conservacionistas indígenas comcaac colecta semillas de manglar, las reproduce y siembra para proteger y ampliar los manglares y pastos marinos en el Canal del Infiernillo, ubicado en la Isla Tiburón. El área de restauración elegida forma parte del territorio ancestral de la Nación Comcaac, situada al noroeste de México.
Proyectos como este son clave en la lucha contra el cambio climático, considerando que investigaciones recientes demuestran que los manglares y pastos marinos almacenan más carbono que cualquier otro ecosistema terrestre, por lo que su conservación y restauración son consideradas importantes estrategias para mitigar el cambio climático, pero también para adaptarse a él.
En la zona donde se desarrolla esta estrategia los efectos del cambio climático ya se han hecho visibles con la modificación de la línea de costa, las sequías y los huracanes más intensos. Para aminorar los impactos de esos eventos, la conservación de los manglares es crucial puesto que estos ecosistemas “reducen la intensidad de los oleajes durante las tormentas y la intensidad de los vientos”, explicó a Mongabay Latam Alberto Mellado, ingeniero en acuicultura y conservacionista originario de la Nación Comcaac. «Es así como los pueblos que viven cerca de los manglares están más protegidos”, añade Mellado.
Conscientes de la la importancia de los manglares, el equipo liderado por Mellado fue más allá y construyó con recursos propios y un financiamiento extranjero un vivero donde lograron, en plena pandemia, la producción de 4200 plantas de mangle que sembraron en cuatro esteros de su territorio ancestral.
¿Cómo expandir estas buenas prácticas en la región?
Existen numerosas experiencias en el mundo que apuestan por la adaptación para mejorar la cantidad y calidad del suministro de agua, diversificar los cultivos, crear sistemas de alerta temprana, restaurar ecosistemas, entre otros. Sin embargo, aunque muchos de estos proyectos son buenos, no tienen la escala suficiente para generar un impacto significativo, concluye un análisis realizado por los expertos en cambio climático del IPCC. “Existen brechas entre los niveles actuales de adaptación y los niveles necesarios para responder a los impactos y reducir los riesgos climáticos”, dice el informe realizado por el panel de expertos, quienes señalan como uno de los principales obstáculos para reducir esta brecha a la falta de financiamiento.
Por ejemplo, en el caso del silvopastoreo en Colombia, después del plan piloto que terminó hace cuatro años se han transformado solo 100 mil hectáreas ganaderas hacia este sistema, aseguró Rodríguez. “A ese ritmo nos vamos a demorar 100 años en modificar dos millones y medio de hectáreas. Eso no puede ser”, sostuvo el ex ministro.
En Bolivia, “la preocupación que tenemos es el presupuesto. Lamentablemente no hemos podido captar otros fondos, de lo contrario podríamos retomar el trabajo y seguir replicando el proyecto (de siembra de agua) en otras microcuencas”, dice el director de Agrecol.
En México, “la Comisión Nacional Forestal (Conafor) no considera los mangles como especies forestales susceptibles de apoyo para trabajo comunitario”, asegura Mellado, por lo mismo, el equipo de conservación no ha podido acceder a financiamiento público. “Se necesita que volteen a ver proyectos como este y otros más que deben existir por ahí y que les ocurre lo mismo que a nosotros, que no pueden acceder a la ayuda necesaria para llevarlo a la escala que de veras provoque una transformación en el ambiente, que de veras valga la pena. La escala de nosotros es muy marginal: 4000 mangles al año”, dice Mellado.
Hasta ahora, la mayor parte del esfuerzo económico ha estado puesto en las medidas de mitigación para impedir que la temperatura del planeta sobrepase los 1,5° grados en comparación a la era preindustrial. Reforzar el financiamiento de la adaptación, sin embargo, es una prioridad que ya está planteada y que, según sostiene Manuel Pulgar-Vidal, exministro de Ambiente de Perú y hoy líder de Clima y Energía para WWF, será uno de los puntos fuertes a tratar durante la próxima COP 27 donde “se esperan muchos avances” en ese sentido.
Avanzar en la adaptación al cambio climático es urgente y sobre todo en América Latina, donde los países enfrentan mayores vulnerabilidades que los desarrollados debido a que los efectos del cambio climático “se ven profundizados por la pobreza e inequidad”, asegura Thelma Krug, vicepresidenta del IPCC. Si el panorama no cambia, añade Krug, los impactos del cambio climático podrían afectar el rol de la región como productor de alimentos y alterar dramáticamente la seguridad alimentaria.
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