El vigilante de las tortugas

Uno de los guardaparques de Gran Mojos, en Beni, se convirtió en pieza fundamental de un proyecto de conservación de la peta de río. Hasta antes de ser parte de esta área protegida municipal, extraía huevos de estos animales y cazaba a otros. Hoy espera que sus hijos lo recuerden como alguien que busca cuidar a la naturaleza.

Texto: Rocío Lloret Céspedes /Fotos: Doly Leytón Arnez

Hasta hace un par de años “Simbri” -cabellos blancos, mirada profunda, manos huesudas- era “petero”. Como todo camiaqueño -dice- se dedicaba a extraer huevos de tortuga de agua dulce para el consumo tradicional. Con el paso de los años y dada la alta demanda, la actividad se convirtió en un negocio pese a que la ley lo prohíbe.

Asentada a orillas del río Mamoré, dentro del Área Protegida Municipal Gran Mojos en Beni, Camiaco es considerada una zona de depredación de la Podocnemis unifilis. Entre agosto y septiembre, los “peteros” recorren las playas del río Pojije -afluente del Mamoré- para sacar miles de huevos que las hembras desovan cuando alcanzan la madurez sexual; siete u ocho años después de haber nacido.

Aun con rastros de arena, los blancos huevos todavía flácidos son amontonados en baldes, que luego son vendidos a gente que llega a Camiaco solo a comprarlos. Luego los revenden en Trinidad, Guayaramerín, Riberalta e incluso Santa Cruz. En esta tierra amazónica se los consume en tortillas para las que se utiliza hasta 20 unidades en una sola.

“Simbri”, cuyo verdadero nombre es Bismar Barrios, sabe muy bien cómo funciona este mercado ilegal. Gente que lo conoce asegura que también cazaba animales silvestres y dominaba la pesca en las aguas del gran Mamoré. Pero en 2018 su vida dio un giro, que lo llevó a pensar de otra manera: “vale más un animal vivo que muerto”.

El incondicional

«Simbri» junto al biólogo Dennis Lizarro (de espaldas) observan un nido natural de tortugas. En el interior, cientos de ellas esperan nacer pronto.

En agosto de este año, cuando el biólogo Dennis Lizarro junto al área protegida iniciaron un proyecto de conservación de la peta de río en Camiaco, esperaban que la comunidad se sumara a la iniciativa, tal como se habían comprometido. La idea era que de 20 playas elegidas, diez fueran para aprovechamiento de los lugareños y diez se cuidaran para que nazcan las diminutas crías.

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En el camino muchas cosas quedaron en promesas y la pandemia hizo que se incrementara el tráfico. Se llegó a pagar Bs 800 por mil huevos en el lugar de origen. En los mercados de Trinidad, Guayaramerín e incluso Santa Cruz, ese monto ascendía al doble.

Ante la situación, se decidió tener una sola playa madre para “sembrar” alrededor de 30 mil huevos. Pero alguien tenía que cuidar de ellos.

Alguien debía quedarse en un campamento asentado en medio del monte. Alguien debía ocuparse de espantar suchas y otros depredadores naturales como los penis o lagartos. Alguien debía pelear con los traficantes que empezaron a llegar en lanchas so pretexto de visitar amigos en Camiaco. Alguien debía salvar a las petas.

  • Hace dos años yo ni soñaba estar aquí. Pero bueno, hay que devolver lo que uno aprovechó y mejor si es así. Era petero, había competencia con la gente que venía a lo mismo. El huevo de peta es un producto de comercio caro, que se consume en otros departamentos y la gente sabe que en Camiaco hay vendedores, entonces esto se convierte en un Miamicito de huevos de peta. Todo el mundo viene por eso.
Al fondo el campamento que armó el equipo del área protegida Gran Mojos, para que los guardaparques puedan observar las playas de tortugas.

“Simbri” cuenta retazos de su vida como quien quiere dejar atrás lo malo. A ratos ríe cuando se le pregunta cómo le gustaría que lo recuerden. “Como cuidador de petas”, responde y evoca a sus hijos dispersos en Santa Cruz. “Ahora ellos están orgullosísimos del trabajo que hago. Lo que hacía antes no estaba bien”.

Con 52 años, desde hace tres meses decidió convertirse en el vigilante de los huevos, que luego se convirtieron en embriones y que la última semana de octubre empezaron a eclosionar. Entre medio de la arena, diminutas tortugas se abrieron paso y se espera que pronto puedan ser devueltas al río.

Ya antes, en 2018 cuando empezó a trabajar como guardaparques de Gran Mojos le tocó cuidar a la paraba barba azul y a los bufeos o delfines de río, pero esto es algo nuevo para él.

  • Sabía que era para proteger, ni siquiera pregunté cuánto era el sueldo. Sabía que podía aportar a mi comunidad, a mi pueblo. De alguna manera dije, me voy a ir preparando para ayudar

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Vencer pese a la COVID

La temperatura promedio en esta zona supera los 35 grados, pese a ello, las jornadas son intensas y llenas de vicisitudes.

Durante la pandemia, el padre de “Simbri” falleció por coronavirus. Él que estuvo a su lado se contagió también. Aun convaleciente y luego de recibir mensajes en los que sentía lo estaban despidiendo, decidió volver a su campamento, a la naturaleza, a ese punto en el que solo el trinar de las aves rompe el silencio.

  • Y entonces me sané. Con estar aquí, con el aire, con el pescado. No sé, pero quedé sin dolor de nada. En la naturaleza uno está mejor, creo.

Desde julio solo dejó su campamento algunas veces para ir a Camiaco. Después está siempre en el lugar y “cuando hay que levantarse, yo me estoy echando”, dice en alusión a que su trabajo es nocturno. Igual durante el día, cada cierto tiempo debe darse una vuelta por la playa madre y por algunos nidos naturales, para espantar a los depredadores y cuidar que el viento no abra espacios que den lugar a que las petitas puedan salir y ser cazadas.

Barrios describe el momento de un nacimiento como «único» o un momento de felicidad al ver como la vida se abre paso frente a las adversidades. Foto: Bismar Barrios

En una pequeña tertulia en la que “Simbri” interpreta canciones de su autoría y otras populares, guitarra en mano, no falta quién le recuerda su pasado. Él no lo niega, pero tampoco se enorgullece por lo que hacía. Ahora se siente realizado, dice que no ve mejor lugar para vivir que en medio de la naturaleza.  

Aquí, en medio de árboles de más de tres metros, donde los mosquitos acechan a los visitantes y las aguas calmas apenas se mueven cuando un ave las rosa, la vida transcurre entre estar pendiente de pequeños animales que el día que se vayan al río, no sabrán que hubo alguien que prácticamente dejó su vida de lado para estar pendiente de sus nidos. Padre, le dicen los seres humanos.

A finales de octubre y las primeras semanas de noviembre nacen las tortugas, que luego volverán al río. Video: Dennis Lizarro

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