La vida en los queñuales del Madidi, entre la extinción y la esperanza

Los pocos fragmentos de bosque que quedan de estos árboles endémicos de Bolivia están amenazados por el sobrepastoreo, las quemas, el uso excesivo de la madera como leña para fuente de energía, y el cambio climático.

Crecen en la parte alta de las montañas de forma natural y se distinguen por las múltiples láminas de su corteza, que se dejan ver a simple vista. Esta es una de las características de los queñuales (Polylepis pepei), una especie de árboles que solo crece en Bolivia y cuya degradación pone en riesgo a cientos de animales que tienen su hábitat en estos bosques, entre ellos aves que se encuentran en peligro crítico de extinción.

Los queñuales (Polylepis pepei) están registrados en los parques nacionales y áreas naturales de manejo integrado (ANMI) Cotapata y Madidi. Este último, clasificado como uno de los más biodiversos del mundo. En este sitio hay al menos 22 fragmentos boscosos de esta especie, identificados en los alrededores de las comunidades de Puina y Keara, en el municipio de Pelechuco de La Paz; a 220 kilómetros de distancia de la sede de gobierno.

Entre 2017 y 2019 se desarrolló la reforestación más grande de Bolivia con 26.000 plantines en ambas comunidades, una iniciativa impulsada por la Asociación Armonía, organización no gubernamental de conservación de aves que, tras varios años logró el consentimiento, participación y compromiso de los comunarios para repoblar y ampliar los sectores boscosos con menor densidad de queñuales, debido principalmente a la constante presión antropogénica y el cambio climático.

Pobladores de Puina durante el proceso de reforestación. Foto: Armonía

Por siglos, estos árboles han servido como fuente de energía para la minería, la fundición y la cocción de alimentos, además de haber sido el hogar de aves, insectos, anfibios y vegetales, como los musgos que, en asociación con la queñua, actúan como esponjas que retienen el agua del deshielo de los nevados manteniendo la humedad a su alrededor y descargándola hacia las zonas bajas durante todo el año.

Aparte del cambio climático, con el tiempo se fueron sumando otros factores que incidieron en la baja concentración o densidad de estos bosques, como el sobrepastoreo del ganado camélido (sobre todo llamas y alpacas). “Lastimosamente, les gustan las hojitas de los plantines, ahí hay una presión fuerte; los animales entran a las zonas de bosque de la queñua en busca de alimentos y se van comiendo los brotes, lo que dificulta más su reproducción, crecimiento y diversificación”, advierte la bióloga Mónica San Cristóbal, coordinadora del proyecto Polylepis de Armonía. También existe otra gran amenaza: la quema descontrolada que puede dar origen a un incendio forestal.

“La especie de queñua que predomina en la zona crece un centímetro por año, es sumamente lento. Tu cabello, por ejemplo, crece un centímetro por mes, pero esta planta lo hace un centímetro por año”, señala la bióloga, quien añade que sin el Polylepis muchas especies podrían desaparecer sin que nadie se entere.

Actualmente, los fragmentos de este tipo de bosque son reducidos. Armonía identificó 10 en Keara y 12 en Puina, con un promedio de 5,3 hectáreas. Las áreas de más fácil acceso y que han experimentado mayor presión humana fueron las que se tomaron en cuenta para llevar adelante las reforestaciones más grandes. Cada una está identificada con un nombre en quechua, que es el idioma originario de la región. Por ejemplo, Keñuapata, Chilliwayo, Jatunpampa y Killimisi. Hasta antes de la pandemia del coronavirus, el reporte de prendimiento de los plantines superaba el 90%, de acuerdo con San Cristóbal.

Los queñuales se desarrollan en las alturas, lo más cerca a los nevados.  Foto: Armonía.

Tanto los comunarios de Puina y Keara como los guardaparques fueron partícipes voluntarios en el proyecto de regeneración de los bosques. Ambos actores apoyaron también las actividades previas, que incluyeron estudios científicos herpetológicos, ornitológicos, botánicos, sobre la anidación de las aves, entre otros. También ayudaron en la construcción de un vivero —que se encuentra muy cerca de la escuela de Puina— y en la realización de talleres de sensibilización ambiental. “De manera voluntaria, todos quisieron ser partícipes en la regeneración de estos bosques porque saben cuán importante es proteger y mantener sus áreas silvestres”, dice la experta.

Este proceso dio frutos, pues se observó que algunos comunarios ya no queman cerca de los manchones de bosque; además, tienen otras zonas de pastoreo lejanas de los queñuales y también han aprendido a no cortar el árbol desde la base cuando necesitan leña. 

El hábitat de la remolinera real y del torito pecho cenizo

La reforestación de los queñuales Polylepis pepei en el Madidi y Cotapata responde sobre todo a la necesidad de asumir acciones urgentes frente a la pérdida de vida silvestre, pues estos fragmentos de bosque son el hábitat de las especies de aves amenazadas, como la remolinera real (Cinclodes Aricomae), que “está en peligro crítico, el mayor nivel de amenaza”; y el torito pecho cenizo (Anairetes alpinus), que “está en peligro”, asegura el director ejecutivo de Armonía, Rodrigo Soria.

Estas especies se encuentran entre las que corren el mayor riesgo de extinguirse en el corto plazo, según el Libro rojo de la fauna silvestre de vertebrados de Bolivia (2009). Se estima que a lo largo de los altos Andes húmedos del sureste peruano y del noroeste boliviano existen unos 300 individuos de la remolinera real, de los cuales entre 50 y 100 están en Bolivia, según la referencia de BirdLife International 2017.

De acuerdo con Armonía, el máximo de individuos vistos simultáneamente en 10 fragmentos de estudio es de 16 ejemplares de la remolinera real en un solo segmento (Toropata) de Puina y Keara, y 47 aves torito pecho cenizo en el total de los fragmentos considerados para esta observación, individuos que fueron anillados para estudios científicos.

Estas dos especies se alimentan principalmente de invertebrados que encuentran en los colchones de los musgos que cubren el sustrato sobre el que se desarrollan los fragmentos boscosos del Polylepis pepei y del Gynoxys sp., al igual que en los musgos que crecen sobre los mismos arbolitos y arbustos que forman los queñuales. Se han reportado adultos elaborando nidos entre los meses de septiembre y noviembre, y volantones (a punto de aprender a volar) entre febrero y marzo, según describe Armonía en su Plan de acción para evitar la extinción de las aves más amenazadas del Corredor Madidi-Pilón Lajas-Cotapata (2020).

Comunidad comprometida

Como ocurre generalmente en el área rural, el trinar de estas aves hace las veces de despertador para los habitantes de estas zonas, que “desde tempranito” escuchan su bullicioso cantar, según cuenta Sebastián Durán, comunario de Puina.

Para él y su familia, como para muchos lugareños, el desarrollo de estos bosques es tan importante como su conservación, pues están conscientes de que se encuentran dentro de un área protegida que es el hogar de muchos seres bióticos y por tal razón ponen en acción su compromiso con la reforestación.

Sebastián teme que en algún momento la queñua se seque y se acabe el agua de las vertientes, que es la que ellos consumen. La comunidad está ubicada en un lugar lejano al poblado más grande —ocho horas de caminata—, no cuenta con servicios básicos y hace poco llegó la electricidad, pero cuando llueve se puede cortar incluso por meses. Los caminos son angostos y de tierra, serpenteados y todavía no accesibles para el transporte pesado; por esta situación una garrafa de gas les cuesta hasta Bs 70, cuando el precio regular es de Bs 22,50 así que siguen usando la leña. “Sí, pero antes utilizábamos harto; con el tiempo aprendimos a conservar y cuando llegó la carretera logramos acceder al gas, que es lo que ahora consumimos para disminuir el uso de la leña”, cuenta el poblador de Puina.

“Nosotros apoyamos la (conservación) de la biodiversidad, aunque también hay otros que no valoran tanto, pero de ninguna manera estamos tratando de arruinar nada; al contrario, tratamos de conservar”, añade el comunario. Reflexiona que muchas cosas han cambiado desde que era un niño, pues antes nadie hacía quemas como las que se ven ahora, y revela que el control “era estricto”, pero “las nuevas generaciones ya no hacen caso, inician el fuego en lugares donde no se debe quemar, parece que lo hacen adrede, por jugar, por no sé qué razón, pero antes había más respeto”.

La bióloga Mónica San Cristóbal conversa con una comunaria de Puina, cerca del vivero. Foto: Armonía.

Sebastián sigue su relato y comenta que el clima también ha cambiado. “Antes la lluvia era a su debido tiempo, pero ahora no es así. Cuando llueve no hay cómo aguantar, rapidito el río se levanta; cuando solea también es grave, el sol es muy fuerte. Las aves se están acercando más a la cordillera, pero también el nevado de la montaña está disminuyendo”.

En Puina, los niños, adolescentes y jóvenes tienen acceso a la educación primaria y secundaria, por lo que esos espacios también se aprovechan para crear conciencia sobre la importancia de los bosques de queñuas Polypepis pepei que predominan en el lugar. Esta es la experiencia del profesor Crispín Barrera, quien junto a sus alumnos formó parte del proceso de reforestación y también participó en las clases y charlas que ofrecieron el personal de Armonía y los guardaparques.

“Para no perder las aves ni los árboles, siempre recomendamos que se debe cuidar este ecosistema. Los comunarios saben que no pueden hacer perder la queñua”, cuenta Barrera, quien todavía aprovecha el vivero que fue construido en el lugar para dar sus clases de ciencias naturales.

“También hacemos caminatas hasta los queñuales, donde impartimos el conocimiento a los chicos. Así fue cuando estaba la licenciada Mónica (bióloga de Armonía)”, recuerda Barrera, aunque a veces el clima del lugar limita muchas actividades, porque a partir del mediodía la neblina y el frío se apoderan del ambiente.  

Desde hace tres años que existe el nivel secundario en Puina y entre dos y 10 jóvenes se promocionan bachilleres. Varios optan por el trabajo en la minería, particularmente en la explotación de oro, actividad que debe seguir normas ambientales.

Como área protegida, el involucramiento de los guardaparques en la reforestación también es valorado. Juan Ortiz Mendoza es uno de ellos, quien junto a sus colegas sigue el desarrollo de los plantines en las zonas repobladas, en donde se advierte que aproximadamente el 70% ha prendido, “otros se han muerto, pero todo está registrado”.

“La gente está muy contenta porque ha participado en la reforestación; los lugareños quieren cuidar sus recursos naturales, ellos son conscientes. Pero es cierto que también se necesitan impulsos constantes”, señala Ortiz, quien también propone continuar con el proyecto e incentivar el turismo sostenible.

Ahora son los guardaparques quienes deben hacer el seguimiento y monitoreo —que puede ser anual— del crecimiento de los queñuales y el conteo de las aves remolinera real y torito pecho cenizo. Para llevar adelante este trabajo cuentan con un manual elaborado por la Asociación Armonía.

En Bolivia está vigente la Ley 071 de Derechos de la Madre Tierra (del 21 de diciembre de 2010), que tiene por objeto reconocer los derechos de la Madre Tierra, así como las obligaciones y deberes del Estado y de la sociedad para garantizar el respeto de estos derechos. Asimismo, se cuenta con la Ley 300 Marco de la Madre Tierra y Desarrollo Integral para Vivir Bien, que garantiza la continuidad de la capacidad de regeneración de los componentes y sistemas de vida de la naturaleza.

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