Tarija alberga una reserva natural poco conocida por los bolivianos pero muy codiciada por su madera. Un lugar donde un gran bosque de añejos y musgosos cedros se encuentra con historias de hombres y fieras que recorren diariamente sus estrechos y solitarios senderos.
Fotos y texto: *Eduardo Franco Berton
“A mí me ha picau tres veces la víbora”, dice don Joaquín mientras nos mostraba con valentía las cicatrices que le habían dejado los ataques de una cascabel, una coral y una yoperojobobo en su pie, dedo y mano. Don Joaquín Nieves nació en 1951 en la comunidad Abra de la Cruz, Tarija, donde vive con su esposa Esperanza Barrientos y sus siete hijos. Se considera un chapaco de pura cepa, bohemio y suertudo, lleno de historias como arrugas en su moreno y avejentado rostro, quemado por sus arduas horas arreando vacas y sembrando verduras bajo el sol del valle.
Todos los años, Don Joaquín debe recorrer a pie 21 kilómetros, desde Emborozú hasta la comunidad de Cambarí, dentro de una de las tierras más ricas y fértiles de Bolivia: la Reserva Nacional de Flora y Fauna de Tariquía. Allí siempre lo espera su amigo de la infancia Rolando Ibarra, quien cuida de sus 55 vacas durante seis meses, esta vez lo hará por un trueque de cinco kilos de miel de abeja señorita, un puñal con el mango tallado a mano en cuerno de venado y una cerda negra preñada.
Rolando es uno de los 1800 habitantes de una decena comunidades que habitan en la Reserva Tariquía, en una extensión de 246.700 hectáreas, una Reserva que intenta ayudar a contener la deforestación de más de una cancha de fútbol por hora de bosques que pierde el departamento de Tarija. “Pasau los seis meses busco mis vaquitas de nuevo, a veces son menos, porque el tigre me come algunas”, comenta don Joaquín.
Eran las 6 de la mañana del 3 de enero de 2015, el día estaba soleado y las aguas del río Tablas, de la comunidad Campo de la Lima, corrían con tranquilidad. Don Joaquín guiaba a nuestro grupo con paciencia, por un sendero precario y pedregoso, a un ritmo más lento que lo acostumbrado para él. Después de cada hora de caminata la rutina era la siguiente: 10 minutos para recostarse bajo la sombra y aroma de los añejos y musgosos cedros, mientras curiosamente, Don Joaquín recostado sobre las piedras contaba cuántas libélulas pegadas una a otra pasaban en frente suyo.
“Es una cuestión que me trae suerte durante mis caminatas”, decía. Luego de beber sorbos de agua de las vertientes que recogía con su gorra, arrancaba algunos musgos de los cedros, que después remojaba y se los daba de comer a Hércules, su burro de 20 años, que venía cargado con 40 kilos de víveres sobre su peludo lomo café.
Las mulas y burros son los principales vehículos que pueden acceder hasta Tariquía, uno de estos animales llega a costar hasta Bs. 4.000, y es por medio de ellos que los pobladores sacan a vender algunos de sus productos a los mercados de Tarija. La miel del bosque es el producto más rentable, además de estar catalogada como una de las mejores mieles del mundo. En el año 1998 fue reconocida con el premio internacional de la Iniciativa Ecuatorial, que le fue otorgada a la Asociación de Apicultores de la Reserva de Tariquía (AART), por la Fundación de las Naciones Unidas.
Esa noche, luego de seis horas de intensa caminata, el sabor del vino casero de Rolando, el calor de la fogata, un cielo estrellado y las historias de Don Joaquín, eran el mayor deleite para cuatro aventureros y nuestra primera incursión en este gran bosque de cedros. “…Una vez el tigre mató y se comió uno de mis toretes más gordos, cuando me acerqué sus carnes estaban todavía frescas, recogí los restos y los metí al horno pa´ cocinar un asau a la comunidad. Esa noche escuchaba los rugidos del tigre dando vueltas por mi cabaña, parecía enojau, como viniendo a reclamar su presa. Hoy cada vez hay menos tigres, se están quedando sin bosques y eso los ha obligau a irse más adentro de la reserva”, contaba Don Joaquín, con voz temblorosa y la mirada puesta en la fogata, mientras tomaba un largo sorbo de vino.
Don Paulino el caminante solitario
Don Paulino Rojas Farfán no recuerda la fecha de su cumpleaños, dice tener 68 años pero su pausada y encorvada manera de caminar lo hacen parecer de 80. “Yo vivo solito en mi cabaña por allá…al filo derecho de ese cerro, atrás de un viejo duraznero. Mi cumpleaños es cuando florece el lapacho”, decía con inocente mirada infantil de ojos negros cansados mientras nos señalaba hacia el horizonte con su dedo torcido.
Durante el descanso, Don Paulino se sentó unos minutos a brindarnos una silenciosa compañía marcada por la nobleza y humildad de un buen hombre de campo, a cambio, tímidamente pidió le obsequiáramos un puñado de hojas de coca, las que saboreaba feliz como niño comiendo un dulce. Al despedirse, muy agradecido, sacó seis duraznos magullados de su vieja bolsa de yute que cargaba sobre su hombro, y nos los entregó amablemente. Mientras, veíamos su encorvada figura desaparecer por entre medio de los cedros.
Don Paulino siempre ha sido un caminante solitario en Tariquía, cuando él era joven recuerda que la Reserva tenía muchos más árboles y animales silvestres, y la gente tenía temor de entrar aquí sin compañía, en aquél tiempo él se encomendaba siempre al “Dueño del Monte” (leyenda popular del espíritu custodio del bosque) cada vez que salía solo por las sendas, para que lo guíe y proteja de los ataques de los pumas y tigres que rondaban hambrientos por allí.
La venganza de los leñadores
Amaneció un nuevo día en Cambarí. A la distancia, escuchamos un sonido familiar para el hombre pero aterrador para las fieras; Una sierra eléctrica. A lo lejos observamos con tristeza como se desmorona estrepitosamente un cedro de unos 40 metros y más de 100 años de edad en apenas cuatro segundos, interrumpiendo el cariñoso acicale de una pareja de loros Pineros (Amazona tucumana) que salen volando despavoridos. La venganza de los leñadores había comenzado.
“Cayó un árbol, como un gigante degollado. Los hombres lo despedazaron con sus hachas. Los árboles siguieron cayendo, uno tras otro, lanzando alaridos de muerte. Y la masacre de la selva duró hasta el anochecer”, narraba el tarijeño Oscar Alfaro (Premio Nacional de Cuento en 1963) en su obra “La venganza de los leñadores”. Hoy en día, esta venganza la hacen realidad los madereros ilegales que depredan los cedros y nogales de Tariquía con sus sierras eléctricas y a plena luz del día.
“Es una pena pero este bosque siempre ha estau codiciau por los hombres”, menciona don Joaquín. Mientras recuerda que antes de declararse como Reserva Nacional por Decreto Supremo el año 1989 en el gobierno del “Gallo”, el ex presidente tarijeño Jaime Paz Zamora, los bosques de Yungas Tucumano-Boliviano de Tariquía casi pasan a convertirse en una concesión forestal. De haber ocurrido así, tal vez hoy el destino de gran parte de estos cedros hubiera sido el transformarse en finas y resistentes barricas para añejar algún buen vino.
Tras las huellas del jucumari
“Me encontraba sentado descansando en medio de unos helechos, cuando levanté mi cabeza vi al oso sentado de espaldas a unos 40 metros comiéndose una bromelia. Sudé frío y se me paralizó todo el cuerpo”, describe Orlando Segovia sobre lo que fue su encuentro con el Oso Jucumari.
El próximo 16 agosto, después de las vísperas y de encomendarse a la Virgencita de Chaguaya, los hermanos Orlando y Carlos Segovia–quienes realizan proyectos integrales en beneficio de las comunidades y municipios de Tarija- partirán rumbo a una expedición que atravesará por el corazón de Tariquía, saliendo desde Emborozú hasta cruzar al municipio de Entre Ríos. Iremos en busca del Jucumari, la idea es explorar en zonas de la reserva donde los comunarios han registrado la presencia del oso, comentan emocionados.
“Me encontraba sentado descansando en medio de unos helechos, cuando levanté mi cabeza vi al oso sentado de espaldas a unos 40 metros comiéndose una bromelia. Sudé frío y se me paralizó todo el cuerpo”
Nos acompañarán un grupo de expertos naturalistas, dice Carlos Durán, otro miembro del grupo–un abogado que cuando puede cambia las leyes y corbata por un par de botines y su vieja mochila militar suiza de los años 60 para adentrarse a explorar los lugares naturales más inhóspitos de Bolivia-. La finalidad de esta expedición es tener la oportunidad de fotografiar al animal más amenazado de Tariquía a causa de la pérdida de su hábitat por la deforestación, y que los bolivianos conozcan y valoren más nuestros santuarios naturales y su vida silvestre, dice Durán.
El 22 de junio Don Joaquín volvió de recoger sus vacas de Cambarí, esta vez el “dueño del monte” cuidó que el tigre le devorase alguna. Por desgracia, en el camino de regreso, su burro Hércules, eterno compañero de sus viajes, encontró la muerte a causa de una picadura de cascabel en la pata izquierda, dejando las frutas y víveres abandonados al lado del sendero. “Pobre mi Hércules, Tariquía es así…la próxima estoy pensando cambiar mis ojotas por una de esas churas botas de cuero que usan los militares”, exclamó.
*En diciembre de 2014 Eduardo F. Franco Berton publicó “El Curichi un nidal de cigüeñas en riesgo”, una crónica de la expedición a un humedal amenazado en la amazonia de Santa Cruz. La publicación inspiró una campaña de conservación del sitio y un documental presentado en el Festival Internacional de Cine Verde 2015.