Escurridizas, silenciosas y reinas del escondite. Así son las serpientes y eso, precisamente, hace bastante difícil que los investigadores puedan recolectar especímenes en campo. También hay que agregar que son pocos quienes se dedican a su investigación si se compara con otros reptiles como las lagartijas o anfibios como las ranas, y aún menos si se compara con otros grupos como aves y mamíferos.
Una de las principales conclusiones de tres expertos latinoamericanos consultados por Mongabay Latam es que aún falta mucho por conocer sobre su taxonomía y su ecología. En general, no se tienen muchos detalles sobre su comportamiento, sus hábitos o su dieta.
Este 16 de julio se conmemora el Día Internacional de las Serpientes, animales que suelen ser antagonistas de diversos relatos culturales y a los que, el desconocimiento por parte del ser humano, ha llevado a que “prácticamente en el campo no se le perdone la vida a ninguna serpiente”, dice Daniela García, investigadora asistente de las colecciones biológicas del Instituto Humboldt en Colombia.
Este es el panorama de las serpientes en México, Colombia y Ecuador, sus amenazas, los retos para conservarlas y algunos casos de especies recién descritas por la ciencia.
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México: un país de serpientes
Óscar Flores-Villela es biólogo, profesor de tiempo completo de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y curador de la colección de anfibios y reptiles de la facultad de Ciencias. Para él, es muy poco lo que se conoce sobre la taxonomía de las serpientes, es decir, su clasificación —por especie, género, familia, orden, clase y reino— , lo cual representa un problema porque esta es la base para luego profundizar en otros temas.
En el caso mexicano, muchas de las colecciones de sus serpientes están en museos e instituciones de Europa y Estados Unidos porque científicos de estos países fueron los primeros en explorar la biodiversidad del país, “y muchas veces hay que viajar y consultar las colecciones allá para ver la taxonomía, de alguna manera esa es una limitante para la investigación”, asegura.
Flores-Villela comenta que hay algunos grupos de serpientes en los que hay mayores estudios como las cascabel, “pero tenemos un montón de especies de culebras chiquitas que se entierran en el suelo que en realidad son prácticamente desconocidas, no solo en su taxonomía, sino en su biología”, dice y agrega que “falta mucho conocimiento, incluso básico como saber cuántas especies hay, en dónde están y donde se distribuyen, eso es lo más básico y en muchos grupos no se conoce muy bien”.
Según datos de la Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales, en México hay 322 especies de serpientes, de las cuales 250 son culebras —no son venenosas y representan tres cuartas partes del total— , 44 víboras, 15 coralillos, entre otras. En el país se encuentra poco más de la quinta parte de los géneros de serpientes del mundo y casi el 50 % de las especies son endémicas. De hecho, México ocupa el segundo lugar a nivel mundial en diversidad de reptiles.
Aunque muchas personas les temen, las serpientes brindan importantes servicios ecológicos a los humanos. Flores-Villela destaca que muchas culebras grandes cumplen un papel muy importante en el control de roedores, por ejemplo, se alimentan de ratones que se han convertido en plagas en cultivos y pueden ser transmisores de enfermedades.
De acuerdo con el investigador, México no cuenta con un proyecto nacional de conservación de serpientes, pero hay proyectos a nivel internacional, por ejemplo, uno de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN) que está haciendo un esfuerzo para tener un diagnóstico de la conservación de muchos grupos de animales y plantas a nivel mundial, incluidas las serpientes. “He participado en ellos y, de hecho, hace 15 días estuve en Aguascalientes en un taller para evaluar el grado de conservación de un par de géneros de serpientes venenosas de México [nauyacas] que son muy desconocidas. Llegamos a conclusiones importantes sobre qué se puede hacer para conservar esos dos géneros que incluyen cuatro especies”, comenta y añade que la idea es hacer ejercicios similares con otros géneros en el país.
Una de las principales conclusiones de ese taller, y de la experiencia de Flores-Villela con serpientes, es que se necesitan más estudios básicos sobre estos animales y que en muchos casos no hay suficientes muestras de tejidos para hacer secuenciaciones y análisis de ADN. También considera que el ciudadano común y corriente le tiene miedo a cualquier serpiente y piensa que todas son venenosas. “Son raras las poblaciones que distinguen entre venenosas y no venenosas, por lo general, a cada serpiente que ven le dan un machetazo, un balazo o le avientan una piedra. Ese es un problema muy grave de conservación basado en el desconocimiento”, resalta.
A pesar de que aún falta conocer más sobre estos reptiles, los investigadores intentan avanzar en medio de las dificultades. De acuerdo con Flores-Villela, desde el año 2020 se han descrito dos nuevas serpientes de cascabel en México. A partir del estudio de una serpiente que tenía amplia distribución, y ya teniendo muchas muestras de tejidos, se hicieron análisis moleculares y se encontró que había diferencias, luego se estudió con más detalle la morfología y se lograron separar en dos nuevas especies.
“En el 2021, un estudiante y yo describimos una nauyaca nueva de Querétaro y también en el 2021, junto con otros con otros colegas de la Universidad de Texas, describimos una culebrita enterradora chiquita, que parece una lombriz de tierra, en Jalisco”, dice el investigador.
Describiendo nuevas serpientes en Ecuador
Omar Torres Carvajal lleva gran parte de su vida dedicado al estudio de los reptiles. De hecho, actualmente es el curador de este grupo en el museo QCAZ de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE). El año pasado, junto con dos colegas, publicó un artículo en la revista Journal of Natural History en el que se estudió ampliamente a la serpiente liana marrón (Oxybelis aeneus) que tiene un gran rango de distribución en América y descubrieron que, en realidad, se trataba de ocho especies diferentes. Hicieron análisis moleculares e incluyeron nuevos ejemplares recolectados en el oeste de los Andes ecuatorianos, que los llevaron a concluir que, además, había una nueva especie para la ciencia.
“Ahora mismo estamos investigando a Oxybelis fulgidus que resulta ser gigantesca en comparación con las serpientes liana descritas en el artículo del año pasado. Son serpientes que pueden llegar a medir casi dos metros de longitud pero son igual de delgaditas. Son muy bonitas, tienen un color verde brillante y una franja amarilla brillante, son muy llamativas y son arborícolas”, comenta Torres.
Y es que uno de los desafíos que los herpetólogos han tenido que afrontar no solo tiene que ver con nuevas especies encontradas en campo y que luego son descritas, sino que hay muchas serpientes de amplia distribución que se pensaba eran una sola especie pero terminan siendo varias. Su morfología es muy parecida y, por lo general, se necesitan estudios genéticos para confirmar si se trata de la misma especie o de una diferente.
Eso es lo que está haciendo Torres nuevamente en este momento. “Estamos estudiando si es que en realidad se trata de una sola especie como se ha dicho hasta ahora, que va desde México hasta Sudamérica, o en realidad son varias especies, que es lo que sospechamos. Estamos juntando evidencia molecular con secuencias de ADN y una colega en Alemania está haciendo tomografías computarizadas, donde pones el ejemplar en una especie de máquina de rayos x que te toma muchas imágenes. Lo que hacemos es estudiar principalmente el cráneo, que es una de las zonas donde suele haber diferencias entre las serpientes”.
En 2020, en un trabajo liderado por el biólogo brasileño Paulo Melo-Sampaio, donde Omar Torres fue coautor, un análisis detallado de la serpiente Atractus snethlageae les permitió identificar que había cuatro especies diferentes en el rango de distribución de este reptil cuando, durante muchos años, se pensó que se trataba de una sola especie. Las serpientes se encuentran en peligro en los ecosistemas que habitan en la Amazonía brasileña y ecuatoriana.
En medio de todo el trabajo que adelanta con serpientes, Torres asegura que todavía no hay suficientes científicos estudiando a estos reptiles. Y es que las serpientes son difíciles de ver y difíciles de encontrar, “por ahí tú te estás acercando y cinco metros antes de que llegues a una serpiente, se va, porque siente el movimiento a través de las vibraciones de nuestras pisadas. Ellas no tienen oídos ni orejas ni tímpanos, pero cada paso tuyo causa una vibración en la tierra que se transmite a un oído interno muy parecido al nuestro”, comenta. Entonces, los animales huyen, son escurridizos y se esconden fácilmente en una zona donde tienes miles de hierbas y plantas que les sirven de escondite.
El investigador ecuatoriano asegura que eso desanima mucho a los estudiantes o a los investigadores: “ellos dicen, ‘para qué me voy a meter a hacer un estudio de dieta o de ecología con una serpiente si me voy a demorar 20 años, cuando puedo estudiar a esta rana o a esta lagartija en un mes’. El tema logístico es bastante complejo”.
Por otra parte, Torres cree que no se valora lo suficiente a las colecciones que hay en los museos, que tienen un gran número de ejemplares de serpientes y pueden servir también para analizar, por ejemplo, la dieta de dichos animales. “Uno puede hacer rayos X o disecciones, sacar todo lo que se tiene en el tracto digestivo y con eso podrías tener un buen análisis. Creo que también es responsabilidad nuestra como profesores o curadores de museos incentivar este tipo de estudios”.
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Ejecutar un programa de conservación de serpientes en Colombia
En 2016 Colombia tuvo su primer Programa Nacional para la Conservación de las Serpientes Presentes en el País. Uno de los hallazgos más preocupantes fue que en Colombia mueren entre 500 mil a ocho millones de serpientes por municipio por causa de la aversión y el miedo irracional hacia estos reptiles.
“Estos resultados indican que es imprescindible invertir grandes esfuerzos en educar y sensibilizar a la fuerza de trabajo campesina, operarios, sus hijos y otros trabajadores del campo, sobre la importancia de la conservación de las serpientes y sus servicios ecosistémicos. De esta forma se logrará reducir la muerte de serpientes de forma significativa, ya que con una mínima reducción del 10 %, serían cerca de 11 millones de serpientes disponibles para el buen funcionamiento de los ecosistemas”, dice el documento donde uno de los principales autores es el reconocido biólogo John Lynch.
Además, según estudios de Lynch, en Colombia mueren de 5000 a 50 millones de serpientes por municipio a causa de la tala de bosques y destrucción de los hábitats donde viven ellas y sus presas.
El documento también llama la atención en que “en la actualidad, el conocimiento de la estructura de las comunidades de serpientes todavía es muy pobre. Aún cuesta construir listas de especies por cada región ecogeográfica, que cuenten con detalles sobre la distribución de cada especie a nivel regional y local, que permitan relacionar su preferencia y fidelidad de hábitats, o tolerancias ante los disturbios antrópicos. Así mismo, Colombia no cuenta con un estudio poblacional de alguna especie de serpiente que permita dar las directrices para el manejo y uso sostenible de estos reptiles”.
A pesar de que este programa nacional es de 2016, seis años después las conclusiones no han variado. Daniela García, investigadora asistente de las colecciones biológicas del Instituto Humboldt en Colombia, asegura que además de la pérdida de hábitat, las serpientes tienen otras amenazas como el tráfico ilegal y el atropellamiento en carreteras “porque al ser animales exotérmicos, que reciben la energía del ambiente, las carreteras se convierten en una opción para ellas, sobre todo en las noches, y los vehículos terminan atropellándolas”.
El miedo de las personas a las serpientes se posiciona como otro de los peores enemigos para estos reptiles. “Es urgente educar sobre sobre las serpientes, dar a conocer información sobre ellas a las comunidades e indicarles que no todas las que observan son venenosas y aún así no hay que exterminarlas. Por ejemplo, de las 325 especies que tenemos en Colombia solo 50 son venenosas, de las cuales 20 son víboras y 30 son corales. El porcentaje de serpientes venenosas es bajo”, asegura García.
La investigadora coincide con Omar Torres en que trabajar con serpientes en campo suele ser una tarea compleja pero también cree, al igual que él, que se deberían aprovechar más las colecciones biológicas para hacer investigaciones. “Hay herramientas como por ejemplo las colecciones que son abiertas al público, como las del Instituto Humboldt, que abre sus puertas para que cualquier investigador pueda ir a revisar ejemplares y basarse en preguntas asociadas a especímenes ya existentes en la colección. Hay que darle importancia a estas colecciones biológicas, a toda la información que albergan y todo lo que se puede sacar de ellas”, asegura García.