Entre la realidad y los anhelos medioambientales

Este texto editorial fue publicado originalmente en la Revista La Región, edición 69.

Vista aérea de una zona afectada por los incendios forestales en Concepción, en una imagen de archivo. Foto: Gobernación de Santa Cruz

Hasta 2020, Santa Cruz ha perdido 6,2 millones de hectáreas como consecuencia de la deforestación. Quizá lo más común en estos casos es la comparación en extensiones. Por ejemplo, esa cifra corresponde a toda la superficie de El Salvador, en Centroamérica. Pero más allá de eso, queda la gran interrogante: ¿vamos a seguir en la misma línea?

Es evidente que la idea no es frenar la producción ni ir en contra del desarrollo del país, pero es urgente pensar en sostenibilidad no como alternativa, sino como necesidad. En el mundo muchos países se dieron cuenta -por fin- de la necesidad de pensar en reducir la emisión de gases de efecto invernadero, porque el cambio climático no es un hecho aislado o un problema a futuro. Es una realidad tangible, que ya ha provocado migraciones, sequía, inundaciones y una serie de fenómenos como el prolongado verano europeo con temperaturas superiores a los 40 grados centígrados.

En la región, Costa Rica, Ecuador, Colombia, Brasil y Chile, entre otros, ya iniciaron procesos para dejar de depender de los combustibles fósiles -gasolina, diésel- para generar una energía limpia, lo que significa que no emita tanta contaminación.

En el país, además de los discursos y pequeñas acciones, aún está lejos una política medioambiental seria, que vaya desde la educación hasta la aplicación de medidas de mitigación tangibles.

La deforestación es solo un eslabón de la cadena de responsabilidades que no estamos cumpliendo y que más temprano que tarde va a pasarnos factura. Es importante el crecimiento económico, pero lo es más el pensamiento crítico de cómo lograrlo de manera que no termine siendo “pan para hoy y hambre para mañana”.

Los estudios científicos son contundentes e innegables; los mismos que pueden/deben servir para plantear soluciones, ya que más allá de la denuncia, es necesaria la reflexión, el acompañamiento de la sociedad y -sobre todo- la consciencia ambiental para reducir los impactos que, como seres humanos, causamos sobre el planeta que ocupamos.

Y en ese contexto, los radicalismos tampoco son respuestas, porque aun cuando la Tierra se detuviera en este instante, tardaría cien años en regenerarse, por tanto, pensar “en verde” significa asumir acciones paralelas a las realidades. Cuestiones clave como medir la huella de carbono que producimos (cuánto contaminamos) o la huella hídrica (cuánta agua malutilizamos), son pasos que tienen que ver con no solo culpar al otro de lo que pasa, sino asumir la cuota que me corresponde.