Hay testigos que aseguran que los incendios en la Chiquitania comenzaron en julio, pero no se les dio la importancia debida. Entre agosto y septiembre se propagaron por la Chiquitania. En las serranías de Yorobá, Roboré, este bombero luchó contra llamas que crecían como lenguas de fuego. Foto: David Barba Carvalho

 
A temperaturas superiores a los 38 grados, los bomberos trabajaron sin descanso durante màs de 40 días. En la hacienda Carlos Titze, este hombre liquida el fuego, lo que significa que luego de apagarlo, debe cerciorarse que no surjan chispas que lo reactiven. Fue una tarea titánica. Foto: David Barba Carvalho

 
El gran problema para quienes peleaban contra este fenómeno era la inaccesibilidad. Los incendios eran incontrolables dentro del bosque, por lo que los voluntarios debían entrar varios kilómetros a pie, cargados con mochilas de agua. Hacer ese recorrido varias veces al día aumentaba el cansancio. Foto: Daniel Coimbra

 
La muerte de los animales fue una de las consecuencias más dolorosas de la tragedia. Muchos lograron escapar, pero los que no se mueven con rapidez como esta tortuga, no sobrevivieron. Para los bomberos, voluntarios y activistas que llegaron al lugar, estas escenas marcaron sus vidas. La imagen fue captada en la comunidad Limoncito. Foto: Daniel Coimbra

 
René Guillén, biólogo que trabajó en la Chiquitania, dice que muchas plantas y árboles de esta zona son resistentes al fuego. De ahí que, en su momento, recomendó esperar las primeras lluvias para hacer las evaluaciones de los daños. Esta, sin embargo, fue la imagen se vio durante más de 40 días: destrucción, cenizas desolación. Foto: Daniel Coimbra
Quitunuquiña fue una de las comunidades más afectadas por los incendios. Su producción de cítricos, así como los alimentos de consumo propio –yuca, plátano, arroz- se perdieron. Hoy la gente tiene la esperanza puesta en el reverdecer de su vegetación, en las lluvias y en las fuerzas para seguir trabajando. Foto: Jhonnatan Tórrez Casanoba

Los defensores del agua dulce

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