“A estas alturas, es complicado contar los incendios, por la manera en que se dispersan”. Así explica Oswaldo Maillard, experto del Observatorio del Bosque Seco Chiquitano de la FCBC, la situación de los incendios forestales en Bolivia.
La razón es que el fuego se ha expandido de tal manera —dice— que no tiene una sola cabeza, sino varias. Además, hay líneas de fuego de hasta 40 kilómetros, que van avanzando de acuerdo a cómo se direcciona el viento. Lo más preocupante: “se trata de bosque (árboles); no, pampa”.
Para Maillard, lo que ocurre en la Chiquitania boliviana ya puede ser considerado como un hecho crítico, comparable a los incendios de 2019, cuando solo en Santa Cruz se quemaron 4,1 millones de hectáreas de bosque, y 6,5 millones, a nivel nacional.
“En el caso del incendio de San Matías, ya tiene varias semanas de combate (se estima que comenzó en junio), pero ya es demasiado extenso. Se trata de un complejo de incendios que tiene una dispersión en diferentes direcciones, y no es controlable con equipamiento pesado, porque han empezado otros incendios desde el lado sur (de la Chiquitania). Pero también hay otros sitios que están afectando a diferentes municipios, como San Rafael. Es decir, el fuego tiene varias cabezas”, asegura.
Las aseveraciones surgen tras un análisis de la plataforma del Observatorio, que permite monitorear —tanto en remoto como desde las comunidades— información sobre el estado de conservación y restauración del bosque seco chiquitano, y sus ecosistemas vinculados. Mediante mapas y publicaciones de acceso libre, es posible monitorear lo que está sucediendo.
Áreas protegidas golpeadas
Cuando Maillard refiere que lo que se quema son bosques y no pampas, alude a que áreas protegidas nacionales como San Matías y Noel Kempff Mercado están siendo golpeadas por el fuego, pero también áreas protegidas subnacionales (departamentales y municipales), como Laguna Marfil y Bajo Paraguá. Así, los municipios cruceños con incendios más críticos son: San Matías, San Rafael y San Ignacio de Velasco.
La gran pregunta es: ¿por qué llegamos —nuevamente— a esta situación?
“Se puede evitar que los incendios se extiendan cuando se controlan a tiempo. Hubo la oportunidad de combatir el fuego cuando estaba empezando, pero ya cuando se descontrolan es complicado, y no es seguro para los mismos bomberos y cuerpos de protección (guardaparques)”, lamenta el investigador.
Frente al panorama, la esperanza es la lluvia. Y aunque cayó agua el fin de semana, no fue suficiente para sofocar las llamas. El mes pasado, cuando llovió fuerte, especialmente en la zona de Roboré, se apagaron ciertos incendios, pero otros se reactivaron. Tras revisar los pronósticos, Maillard advierte, “no tengo la seguridad si va a haber lluvia hasta octubre”.
Patrón similar a 2019
Revisando el histórico de los últimos años, los incendios de este año son similares a los de 2019 en Bolivia. Lo más preocupante es que ese año hubo incendios que tuvieron una intensidad tan alta, que fueron catalogados como de sexta generación. “Generalmente, la intensidad del fuego en el bosque chiquitano no sobrepasa los 200 megawatts. A veces llega a los 500, pero hay uno que está en el Área de Conservación de los guaraníes, Ñembi Guasu, que llegó a los 10 mil megawatts”, dice Oswaldo Maillard.
Actualmente, como van las condiciones, es posible que haya otros megaincendios parecidos. Además, a los tres sitios críticos detallados (San Matías, San Rafael y San Ignacio de Velasco), es posible que se sume Concepción, donde se controló el fuego, pero hay otros incendios que empezaron a surgir.
En varios de los puntos de fuego hay comunidades cerca. Y aunque la lucha de los bomberos y guardaparques está enfocada en evitar ese tipo de desastres, ya hay afectación en la gente que vive en estas zonas por el humo y las cenizas.
“Creo que es un evento tan crítico, que tal vez no se lo está mostrando de una manera real. Y hay que pensar en las personas. Soy biólogo y por supuesto que la biodiversidad es importante, pero cuando el humo llega a una comunidad y está ahí durante semanas, creo que nadie quisiera estar en ese lugar”, lamenta el experto.
Bajo esa perspectiva, señala que cada año las comunidades chiquitanas pasan por la presión del humo y casi nadie se entera. “Solo cuando (el humo) llega a las ciudades, como ocurrió el año pasado, la gente reacciona. Y creo que no tenemos que esperar a eso para hacer algo, hay que tener empatía. Allá de donde la población cruceña se abastece, allá de donde vienen los alimentos, la gente está sufriendo”.