*Heiver Andrade Franco

¡Nunca pensamos en los límites del planeta! Por más de 100 años, nos ocupamos de extraer recursos naturales renovables y no renovables. Nos preocupamos en transformarlos en productos terminados, ponerlos en el mercado para su consumo, e incluimos el “virus de la obsolescencia programada” para acortar su vida útil y acelerar su pronta llegada a botaderos de basura o rellenos sanitarios. Queda claro que el modelo lineal imperante, además de costoso e ineficiente, está acabando con nuestros recursos y con el planeta.


El pasado 28 de febrero, en pleno Carnaval opacado por los acontecimientos en Ucrania, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC) publicó el informe “Cambio Climático 2022: Impactos, adaptación y vulnerabilidad”, elaborado por 270 científicos y respaldado por más de 34 mil artículos publicados en revistas científicas. El documento deja claro que el ser humano está causando una disrupción peligrosa y advierte las consecuencias de la inacción sobre los inevitables peligros climáticos que debemos afrontar de ahora en adelante (algunos irreversibles). Además, la urgencia de adoptar medidas inmediatas y más ambiciosas. Los discursos ambivalentes o las medias tintas hoy ya no tienen cabida.


En los últimos 50 años, la población mundial se duplicó, pero la cantidad demandada de materiales extraídos se cuadruplicó, rompiendo el límite de 100 mil millones de toneladas anuales al 2021. Hoy, solo el 8,6 por ciento de los materiales usados son efectivamente reciclados. Si aplicamos soluciones circulares en el marco de una estrategia nacional, acompañada de adecuadas políticas públicas, se podrían reducir un 28 por ciento de los recursos naturales extraídos y un 39 por ciento las emisiones de Gases de Efecto Invernadero (GEI).


De acuerdo con el Consejo Mundial Empresarial para el Desarrollo Sostenible (WBCSD), ocho materiales son responsables del 20 por ciento de las emisiones de gases de efecto invernadero; del 95 por ciento del uso del agua en el planeta, y el 88 por ciento del uso de la tierra y los suelos. Estos ocho materiales son: acero, aluminio, cemento, plástico, vidrio, madera, cultivos primarios para alimentos, y ganadería. Por consiguiente, no hay duda de la necesidad de implementar un modelo de economía circular que permita frenar la demanda de materia prima virgen, y mejore el uso consciente del agua y de la tierra para mitigar los impactos del cambio climático.


Cada vez que se publica un informe, los datos son más alarmantes. Imbuidos por esta preocupación y la necesidad de “pasar a la acción”, la Fundación Amigarse organizó el 24 y 25 de noviembre pasado el “Foro Latinoamericano de Economía Circular”, con el principal objetivo de promover este tema y -ojalá- catalizar un cambio de actitud que se traduzca en el cambio de modelo. Algunos datos producto de esa reflexión nos muestran que no estuvimos equivocados y comprometen a continuar de manera más ambiciosa con estos procesos al 2030.


Cuando hablamos de la gestión de residuos en Bolivia, vemos que 2,6 millones de toneladas de residuos/basura se generan al año, es decir un equivalente a 7.002 toneladas por día de las cuales solo el cinco por ciento se reciclan. El 4,1 por ciento van a botaderos controlados y el 81,90 por ciento van a parar a botaderos de cielo abierto.


La composición del total de los residuos es: de 55,2 por ciento de residuos orgánicos, 22 son reciclables y 22,7 por ciento son no aprovechables. Es decir, un 77 por ciento de los residuos a nivel nacional se podrían usar en estos procesos.


Otro dato relevante, tal vez más preocupante, es que sólo el 6,78 por ciento de los municipios trabaja con relleno sanitario impermeabilizado con geo-membranas, mientras el 4,1 por ciento tiene botaderos controlados y 81,9 por ciento son botaderos a cielo abierto.


Cuando hablamos de innovaciones circulares en las empresas, vemos que varias de ellas están alineadas con el Net Zero y tienen definidas sus metas de que todo su material debe ser reciclado al 2025-2030 y/o llegar a la neutralidad al 2030-2050. Eso significa que ya están en procesos de repensar, rediseñar, refabricar, reducir y reciclar.


En el tema del AGRO solo por dar otro ejemplo, si bien observamos avances en el marco de la visión y filosofía de la agricultura regenerativa, la realidad nos muestra que hay una enorme subutilización de los desechos y desperdicios en los procesos industriales. En el caso de la leche, el 70 por ciento es desechado; en el caso de la pulpa de café, el 60 por ciento; en la cáscara de cítricos, el 50 por ciento. Por lo tanto, hay un mal uso, en términos de manejo de los desperdicios que debe ser analizado.


Finalmente, está claro que todos deberíamos estar preocupados por reducir emisiones para enfrentar al cambio climático conforme lo estipula el Acuerdo de París. Esa claridad debe permitirnos entender que no podemos dejar de producir y dejar de consumir, que debemos aumentar la eficiencia del uso de los recursos; pero además, que de los GEI, el 77 por ciento lo compone el CO2, y es el que permanece más tiempo en la atmosfera (300-1000 años). Nuestra apuesta en reducir emisiones y vulnerabilidad será incrementando el reciclaje, permitiendo que la materia prima circule en el mercado un tiempo mayor, y en ese proceso generar mayor empoderamiento en los recolectores de base por considerarse uno de los actores principales y más vulnerables en las ciudades. Es ese el compromiso de nuestra Institución con la economía circular y el planeta.

*Heiver Andrade Franco es director de la Fundación AMIGARSE



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