Un año para asumir acciones frente a una realidad ambiental preocupante

Este texto editorial fue publicado originalmente en la Revista La Región, Anuario 2022.

Las películas de Hollywood suelen ser muy ilustrativas para mostrar  el fin de la humanidad. Desde hambrunas, hasta duras sequías e invasiones que generar pánico, pero que en el imaginario social son eso: películas de ficción.

Algo así se percibe la realidad medioambiental que se vive actualmente, como algo lejano que le sucede a otros, pero nunca me alcanzaría a mí, a mi entorno o a mi ciudad. Por eso cuando pasa, cuando se abre el grifo y no cae agua, porque no hay de dónde captar esa agua, surgen reportajes, reacciones, preocupación e incluso jus­tificaciones religiosas, cuando la respuesta está más cerca de lo que parece.

Este año Bolivia enfrenta incendios en una época atípica, acompa­ñados de una sequía prolongada y el aumento de temperaturas. Aun­que los científicos coinciden en que la situación no se puede atribuir a una sola causa, todas terminan incidiendo en todo esto: deforestación, cambio de uso de suelo, ampliación de la frontera agrícola como algunas de ellas. Pero no las únicas. Desde el simple hecho de racionalizar el uso del agua en casa, termina siendo una medida que puede ayudar a mitigar impactos.

Es decir, el cambio para mejorar o enfrentar la crisis climática parte desde uno mismo y debe encontrar su voz en los tomadores de decisiones; en este caso, autoridades nacionales, departamentales y municipales, para trabajar ya ni siquiera en mitigación de impactos, sino en adaptación, en algunos casos. El llamado está vigente, todavía hay tiempo de hacer algo más allá del discurso en conferencias internacionales o las meras intensiones plasmadas en papeles.

Lo otro y quizá lo primordial, los llamados tomadores de decisiones  (autoridades en todos los niveles de gobierno, así como las industrias  y empresariado privado) deben escuchar la voz de la naturaleza. El

crecimiento de la economía será sostenible o no será, porque de otro modo, el siguiente año volveremos a hablar de falta de agua y, quizá,  ya no solo para el ganado y la producción agrícola, sino de escasez  para el consumo humano, como ya sucedió en La Paz, en 2016.

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