2020, ¡una nueva ética es posible!

Los incendios forestales son uno de los temas que más afligen, a partir del desastre que hubo en Bolivia el año pasado. Foto: Vincent Vos.

*Heiver Andrade Franco

La emergencia climática en la que nos encontramos supera nuestra comprensión. Es más, cuesta creer y/o entender el momento que vivimos. El contexto global nos hace ver que enfrentaremos desafíos  de magnitud y complejidad nunca antes vistos. La pregunta es, ¿por qué no permitimos que la ciencia sea nuestra guía?

Según el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma), las emisiones de gases de efecto invernadero deben disminuir en un 7,6 % cada año, entre 2020 y 2030. Esto si queremos evitar un incremento de temperatura mayor al 1,5 grados y no permitir un incremento mayor a tres grados hasta finales de siglo, que sería catastrófico.

El Observatorio Mauna Loa, ubicado en Hawai, advirtió que el planeta nunca había tenido tantos gases de efecto invernadero como los de 2019. La concentración de dióxido de carbono alcanzó 415 partes por millón(ppm), lo que significa que tendríamos que retroceder tres millones de años para obtener una concentración similar de CO2 en la atmósfera.

Estos diagnósticos y otros que aportó la ciencia, permitieron que en la primera semana de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático de 2019 (COP25), las reflexiones giren en torno a la necesidad de ser más agresivos en las metas sobre mitigación de gases de efecto invernadero. Estas metas se denominan “Contribuciones Nacionalmente Determinadas” (NDC por sus siglas en inglés), y cada país define soberanamente a qué se compromete.

Bolivia requiere de manera urgente revisar sus NDC y plasmar en ellas su ambición, retos y desafíos. Además prestar especial atención a las políticas y estrategias para su implementación, si quiere ir cerrando la brecha a 2030 y lograr la neutralidad en 2050. La Ministra de Medio Ambiente y Agua, María Elva Pinckert, ya se pronunció  en ese evento, desarrollado en Madrid, y manifestó la intención de que Bolivia retomará el proyecto de mercado de carbono que el Gobierno anterior había congelado desde 2005. Lo hizo bajo el pretexto de no mercantilizar los servicios ecosistémicos y la Pachamama. Claro, hubiese sido importante que en las conclusiones de la COP25 se hubiese avanzado en las regulaciones de los mercados internacionales del carbono y se hubiera explicitado la necesidad de ser más agresivos en la presentación de los NDC para  2020. Nada de eso ocurrió en su conclusión.

El desafió es grande, el alcance es global y no puede esperar. Requiere involucrar gobiernos, regiones, municipios, empresas, sociedad civil; y empezar a actuar. En Bolivia, tenemos mucho por hacer o corregir, ojalá todo pudiera estar bajo el paraguas de las nuevas NDC y de la Agenda 2030. Restaurar el ecosistema Chiquitano, reducir la contaminación en los ríos amazónicos y cordillera de Los Andes por la industria extractiva, abolir políticas erradas como los cambios de usos de suelos, repoblamiento de árboles, redefinir políticas agrarias, recuperar acuíferos, consumo consciente. Hace falta, en el fondo, pasar del dicho al hecho con sentido de urgencia. Un viraje que permita cambiar el rumbo e ingresar en la pista de la sustentabilidad, acompañada de la innovación y el pensamiento disruptivo.

Si seguimos este camino, muchos conceptos y modelos empezarán a cambiar, otros nacerán. El capitalismo en la forma como lo conocimos, con su clara dependencia de la energía barata, tenderá a sucumbir. En un contexto como el actual, parece ser necesario  redefinir el propósito de la empresa, eso significará también el nacimiento de una nueva ética en la manera de hacer los negocios. Por tanto, surge nuevamente la oportunidad para que el modelo de la responsabilidad social empresarial pueda darse un baño de renovación e innovación, y alinearse con estos nuevos desafíos.

Esa nueva ética debe impregnarse en el ADN de la empresa, preocuparse en la transición hacia energías limpias, medir la huella de carbono de cada producto elaborado, en nuevos modelos de agricultura, en una cultura de alimentación saludable, en la cultura de la economía circular, economía verde y  azul. De ser así, el sector privad, de la mano de la responsabilidad social empresarial podría jugar un rol de vital importancia, dejando atrás patrones de conducta y modelos añosos. Seguramente para que ello ocurra, se requerirá de liderazgos millennials y centennials con visiones frescas y pensamiento disruptivo,  pero fundamentalmente que estén comprometidos y entiendan a profundidad la emergencia climática.

Lo cierto es que los consensos y decisiones de la COP parecen moverse a velocidad  de carretón, cuando se requiere una velocidad de crucero,  el fracaso colectivo y la debilidad de sus conclusiones  que mostro la COP25 a pesar de ser la más larga de la historia, nos muestra que existen obscuros intereses que se anteponen  a  la razón y a la ética. No es posible revertir ningún proceso si la ética va por atrás del poder, la ciencia y la tecnología. La ética debe ir siempre por delante y en una coyuntura como la actual, ¡una nueva ética es necesaria y posible!

* Director de la Fundación Amigarse

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