Para llegar a la comunidad Trinchera, situada a 53 kilómetros de Cobija (Pando), en la frontera con Brasil; se necesitan algunos elementos indispensables. Paciencia para esperar algún vehículo que vaya en esa dirección desde Porvenir; persistencia en la espalda para hacer frente a los brincos que provoca el auto en la carretera, y un aguante espiritual frente a la deforestación a lo largo del camino.
Pasto, calor y ganado son los acompañantes de este viaje, que dura una hora desde Cobija. Shirley Segovia y Manuel Lima, exdirigentes de la comunidad, describen el panorama como “enfermedad”, ya que se ha perdido el monte vivo.
En este lugar, hay bosques donde crece el asaí, y también lo cultivan, la baya de una palmera nativa de Sudamérica, rica en nutrientes y antioxidantes. Andreia Souza, brasileña nacionalizada boliviana, llegó a Trinchera en 2015, junto con su esposo Julio. Tenían el sueño de procesar y vender este fruto en Bolivia.
A la par que esta pareja, Misael Campos y Lirio Lima, hija de Shirley y Manuel, volvían al territorio rural de su familia, después de vivir varios años en Cobija, la capital pandina. El ritmo citadino los había cansado y buscaban nuevos rumbos. Tras conocerse, los cuatro encontraron una senda para trabajar con el asaí. El primer obstáculo: dinero. Necesitaban una máquina y unos cuantos utensilios. Sabían que ninguno era sujeto de crédito bancario, así que apelaron a su comunidad para solicitar un préstamo. En Trinchera, cada persona recolectora de castaña entrega dos bolsas al fondo comunal, y su ganancia queda a disposición de las necesidades, demandas y propuestas de la comunidad. Así compraron su primera máquina despulpadora.
Luego, se toparon con la falta de electricidad necesaria para hacer funcionar la máquina. Durante un año, todos los días, Lirio, Misael, Andreia y Julio iban a la comunidad vecina, Santa Lourdes a seis kilómetros de distancia, para trabajar por su sueño con la palmera amazónica.
Los hijos de las parejas crecieron en medio de ramas y pulpas de asaí. Su primer mercado fue el pueblo de Porvenir, situado a media hora de Trinchera, donde vendían jugo en botellas. “En ese tiempo era un trabajo muy sacrificado”, dice Shirley sobre su hija.
“Muchas veces nos quedamos con hambre. Me emociona ver que nosotras podemos, después de tanto sacrificio. Tiene su brillo que le den atención a nuestro asaí”, menciona Andreia. Hoy en día el grupo ya tiene una asociación construida para procesar distintas pulpas. Ocho mujeres procesan y transforman los manjares de las palmeras.
Antes del asaí, no existían tantas posibilidades de trabajo para ellas. Debían ayudar en parcelas de cultivo, el chaco, y allí, “los honores se los lleva el hombre”, indica Lirio.
Un trabajo constante
En Trinchera, las mujeres han liderado búsquedas de dignidad rural. La madre de Lirio, Shirley Segovia, exdirigente de la federación de mujeres campesinas de Pando y de su comunidad, junto a Sebastiana Flores, Griseleide y Marileide Lima hicieron realidad el proceso de saneamiento de tierra para demarcar su territorio colectivo.
Acompañadas de oficiales del Instituto Nacional de Reforma Agraria (INRA) recorrieron todos los puntos de las 9.968 hectáreas que comprende su comunidad para obtener sus títulos en 2013.
Otra historia de quien busca el cuidado de la Amazonía es la de Livia Chávez, presidenta de la Asociación Integral Extractivista de Frutos Amazónicos Reserva Manuripi (ASINEFARM), ubicada en la comunidad de Villa Florida, al sur de Pando, casi colindando con el departamento de La Paz.
Livia tiene, desde su mirada, el talante de líder. También en 2015, ella estaba decidida a que su comunidad tenga una planta piloto procesadora de asaí. Cuenta que sus vecinos no creían que era viable, pero ella organizó almuerzos y ollas comunes, diseñó carteles, entabló diálogos; en fin, hizo lo necesario para convencer a oenegés para construir allí la iniciativa.
Las comunidades dentro de la reserva tienen distintas restricciones para cultivos y caza y, aunque tratan de promocionar el turismo, no existen fuentes de trabajo estables más allá de la recolección de castaña.
Actualmente, la planta procesadora que impulsó Livia está en su comunidad hace siete años, y es la asociación que más toneladas de pulpa genera. Este año, procesaron 63 en total.
Livia relata que, a través de capacitaciones e ingresos propios, muchas de sus compañeras se sienten con más poder de decisión.
Desgraciar el bosque
Como dicen en Trinchera, la llegada de la desgracia, el “desgraciar”, amenaza constantemente sus vidas y a la Amazonía.
En las últimas semanas, la conversación más prominente en las calles de Cobija ha sido una ola de calor que invade la región. No es tan común, en cambio, hablar sobre una de las razones del incremento de temperaturas: la deforestación. Con 10 millones de hectáreas dispuestas para la expansión de la frontera agrícola, el nuevo Plan de Uso de Suelos del Beni ha aprobado la eliminación de ecosistemas vivos para reemplazarlos por agroindustria. También existen intentos de convertir Pando, Beni y el norte de La Paz como tierra para ganado y monocultivos devastadores como el de palma de aceite. El Norte Amazónico boliviano vive en amenaza de que su selva desaparezca.
Los efectos más peligrosos de estas industrias son: la destrucción de bosques, la contaminación de aguas por el uso de químicos para la producción, la infertilidad de los suelos, las sequías y desvíos de los arroyos que proveen agua para comunidades, y el desplazamiento de miles de personas.
Esta es la más clara amenaza que Lirio y Andreia han manifestado: la deforestación y la crisis climática. La buena o mala producción de las frutas depende del equilibrio de las lluvias, y las lluvias dependen de la existencia del bosque en pie. Este año, por ejemplo, la producción del majo, otra palmera amazónica, fue un fracaso. No tuvieron frutos para recolectar y procesar. Andreia comenta que su miedo radica en que su trabajo y esfuerzos desaparezcan por la reducción del bosque y la alteración abrupta del ciclo de lluvias.
Don Manuel, el padre de Lirio, cuenta que en sus 57 años de vida nunca había visto llegar un surazo en noviembre. Normalmente, los fríos intensos en la Amazonía llegan en abril, mayo y junio. Él dice: “esta es la prueba de lo que está pasando. La Tierra responde y habla en voz alta, a gritos”.
Frente a la adversidad
“No quiero ver que la miseria llegue y vuelva a convertir a nuestros hijos en peones y jornaleros. Después de tanta lucha que han vivido nuestras familias para salir del empatronamiento, no podemos caer otra vez en eso. Espero que con estas iniciativas ellos puedan ver un ejemplo distinto donde el bosque no se tumbe, porque yo tengo mucho orgullo de nuestro bosque”, clama Lirio.
Ella percibe que hay un trabajo fundamental que hacer junto a jóvenes que, en su perspectiva, ven el futuro en el ganado y el agro. Esto debido a que con esas actividades, ven a los ganaderos andan en camionetas último modelo y con peones que disponen de varias cabezas de ganado.
Además, existe otra amenaza latente en esta zona. Livia cuenta que la minería ha entrado a su territorio a lo largo del río Madre de Dios y está dentro de la Reserva Natural de Vida Silvestre Manuripi. En lugares de Colombia o Perú, la minería ha generado la presencia de grupos armados ilegales, el tráfico de mujeres y niños para la prostitución, y el colapso ecológico: una intensa contaminación de aguas y consecuentes enfermedades, exterminio de los bosques que están a orillas de los ríos, y desvíos y deterioro del cauce de las aguas. De acuerdo con una conversación con los guardaparques de Manuripi, las balsas y las dragas van aumentando, y piensan que sólo en las orillas de la Reserva ya hay más de cien que están activas.
De acuerdo con Livia, muchas familias dentro de la reserva se oponen a la extracción aurífera, sin embargo, hay quienes han comenzado a generar ingresos a partir de esto y no va a ser fácil negociar para sacarlos de ahí.