El conflicto entre los seres humanos y la fauna silvestre se ha convertido una de las principales amenazas para la supervivencia, a largo plazo, de algunas de las especies más emblemáticas del planeta. Así lo advierte un nuevo informe de WWF y el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, publicado esta semana. Frente a esta situación, historias de éxito para lograr una coexistencia muestran que, incluso, es posible reducir la vulnerabilidad de la supervivencia humana.
Bolivia, Brasil, Colombia y Costa Rica tienen ranchos modelo, que cubren más de 220 mil hectáreas, ubicados en corredores clave de los citados países. Allí se ha trabajado con comunidades y productores para reducir la depredación de felinos, los más vulnerables en esta problemática.
En una nota de prensa de WWF se lee que en estos lugares, donde existe conflicto con felinos, los ganaderos se comprometieron a cero cacería por represalia, cero deforestación y cero caza de presas del jaguar. Además, se probaron medidas de prevención y mitigación y se monitorearon los esfuerzos a largo plazo.
Las diversas medidas implementadas, como manejo de crías, recintos nocturnos para el ganado, animales de guardia, cercos eléctricos, y la disminución en la caza de presas demostraron ser altamente exitosas: la depredación en los ranchos se redujo 90 por ciento y en muchos casos no ha habido pérdida de jaguares.
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“Reducir el conflicto entre los seres humanos y la fauna silvestre puede dar lugar a oportunidades y beneficios no solo para la biodiversidad y las comunidades afectadas, sino para la sociedad, el desarrollo sostenible, la producción y la economía mundial en general”, dice al respecto María José Villanueva, Directora de Conservación de WWF México.
En cuanto a las personas que habitan lejos de la vida silvestre, también pueden contribuir a la coexistencia, al consumir productos certificados por organizaciones como la Wildlife Friendly Enterprise Network y Rainforest Alliance, que proceden de productores que minimizan activamente el conflicto. Ellos incluyen productos como la cachemira de la Toscana (Italia), que cuida la vida silvestre y el té de la India respetuoso con los elefantes, por ejemplo.
Y es que el problema de coexistencia es resultado de una variedad de factores, principalmente antropogénicos, que ejercen presión sobre los paisajes en donde las personas y la vida silvestre compiten por el espacio; entre ellos, los cambios de uso de suelo, la fragmentación del hábitat, la expansión de las prácticas agropecuarias, el cambio climático, la extracción no sostenible de recursos, el desarrollo de la infraestructura y la urbanización.
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La creciente demanda de espacio y recursos a menudo conduce a la cacería de diversas especies, ya sea en defensa propia, como prevención o en represalia. Esto ha generado que de las más de 260 especies de vertebrados terrestres que han tenido interacciones negativas con las personas, 53 se encuentren amenazadas.
El informe Un futuro para todos: la necesidad de coexistir con la vida silvestre destaca que, a nivel mundial, las muertes relacionadas con la interacción entre la fauna y los seres humanos afectan a más del 75 por ciento de las especies de felinos silvestres del mundo, así como a muchas otras especies de carnívoros terrestres y marinos, como osos polares y focas monje del Mediterráneo, así también a grandes herbívoros como los elefantes.
“En el tiempo en que transcurre la vida de un ser humano hemos asistido a cambios extraordinarios y sin precedentes en nuestro planeta. Las poblaciones estudiadas de vida silvestre han disminuido un promedio del 68 por ciento desde 1970”, afirma Margaret Kinnaird, líder de la Práctica de Vida Silvestre de WWF Internacional.
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“Los conflictos entre seres humanos y la vida silvestre, en combinación con otras amenazas, han provocado una disminución considerable de especies que antes eran abundantes, y las que naturalmente son menos abundantes se encuentran al borde de la extinción. De no tomarse medidas urgentes, esta tendencia devastadora no hará más que empeorar, causando impactos perjudiciales y, en algunos casos, irreversibles, en los ecosistemas, la biodiversidad y la humanidad”, advierte.
En ese contexto, Susan Gardner, directora de la División de Ecosistemas del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, llama a la adopción de enfoques que identifiquen y aborden las causas más profundas y subyacentes del conflicto, al tiempo que se desarrollen soluciones sistémicas con las comunidades afectadas como participantes activos en el proceso. Como se demuestra en algunos casos de estudio de este informe, “la coexistencia es posible y alcanzable”, agrega Gardner.
El estudio contó con aportaciones de 155 expertos de 40 organizaciones con sede en 27 países. El conflicto es también un problema humanitario y de desarrollo que afecta los ingresos de agricultores, pastores, pescadores artesanales y pueblos indígenas, sobre todo a los que viven en la pobreza. También interfiere en el acceso al agua de las comunidades que compiten con la vida silvestre por las fuentes de este líquido y fomenta la desigualdad, ya que quienes pagan el precio de vivir cerca de la fauna rara vez reciben los beneficios de la coexistencia.
Descarga aquí el informe completo.
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