¿Cómo la crianza de abejas nativas puede ayudar a animales en peligro de extinción y aportar al empoderamiento de la mujer en comunidades indígenas?

La meliponicultura permite generar recursos y dejar de lado actividades como el tráfico de fauna silvestre. También es una oportunidad para mujeres que buscan independencia económica y, a través de ello, mayor participación dentro de sus territorios.

La crianza de abejas nativas de Latinoamérica como la “Señorita” (Tetragonisca angustula), se ha convertido en una herramienta muy útil para la conservación de especies amenazadas, debido a que el alto costo de venta de la miel permite generar recursos y dejar de lado actividades ilícitas como la caza de especies amenazadas. También por razones económicas, es una oportunidad para impulsar el empoderamiento de la mujer dentro de comunidades indígenas y campesinas.

Así lo ve Vania González, directora de Conservación de la Fundación CLB, organización que impulsa un proyecto de meliponicultura (crianza de abejas meliponas o sin aguijón) en tres comunidades de dos áreas protegidas subnacionales de Santa Cruz: Jardín de las Cactáceas (Comarapa) y la Unidad de Conservación del Patrimonio Nacional (UCPN) Tucabaca, en Roboré.  

Bajo esa estrategia, en Anamal, Las Juntas y Santiago de Chiquitos, cada familia interesada recibe una colmena, que debe devolver una vez pueda dividirla. De esa manera, la que recibió se destina a otra familia, y así se va formando una red de meliponicultores.

González explica que la particularidad de esta iniciativa es que CLB compra la miel en Bs 100 el litro y luego la ofrece en calidad de donación al público, al mismo costo. Ese dinero sirve para reinvertir en capacitación u otros requerimientos de los comunarios. Pero si el productor ve que puede ganar mucho más con la venta al raleo o la venta directa, tiene todo el derecho de hacerlo. La idea es que, por donde lo vea, encuentre sostenibilidad en su emprendimiento.

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“Desarrollamos este proyecto, porque consideramos que para que haya una conservación efectiva de animales en peligro de extinción, hay que buscar alternativas económicas para las comunidades locales”, dice González.

Mucha gente que vive en las Áreas Naturales de Manejo Integrado (ANMI) de las áreas protegidas asegura que se ve obligada a sacar nidos de paraba, por ejemplo, para vender a los pichones y mantener a su familia. La lógica del proyecto es que con educación ambiental y la alternativa mencionada, es más fácil convencer a la persona que debe dejar la actividad ilícita, que tiene alto impacto en el medio ambiente.

En cuanto al rol de la mujer, también se ha observado que, al no aportar económicamente, ellas carecen de voz y voto en resoluciones de sus pueblos. La meliponicultura es una actividad inofensiva (estos insectos no pican) y requiere paciencia, lo cual permite generar recursos y se convierte en un aporte para fortalecer la equidad de género. “Si la mujer no tiene voz ni voto en las comunidades, es difícil que los problemas tengan solución, puesto que la visión está totalmente sesgada a los que participan normalmente, en este caso, los varones”.

Un dulce negocio

En estas cajas están las abejas, que luego se reproducen y dobla en cantidad, por lo que la colmena puede dividirse.

Biológicamente, las únicas abejas que existían en América Latina antes de los años 60, eran las nativas. Se estima que en esa época llegaron a Uruguay las primeras colmenas de abejas africanas, que son las que comúnmente conocemos (Apis mellifera).

Hasta antes de ello, la red ecológica de dispersores y polinizadores de ecosistemas de la región eran los colibríes o murciélagos, entre otros. Al introducir una especie, no solo que se alteró el perfecto funcionamiento de los ecosistemas, sino que estos insectos provocaron problemas de conservación. “En el caso de las parabas, por ejemplo, muchas de estas abejas ocupan sus nidos y pueden llegar a matar pichones”, observa González.

En cambio, las abejas nativas ya existían mucho antes en sus respectivos hábitats. Por su morfología, pesan menos y son más pequeñas que las africanas, y polinizan plantas a las que estas últimas no pueden ingresar.

Así, mientras mejor conservado esté el bosque o el pastizal, mayor producción y de mayor calidad será la miel. Por cierto, esta última es medicinal y no así de consumo común. Al tener cualidades antibióticas y antimicóticas, tiene alta demanda para afecciones respiratorias.

Se estima que en Anamal y Las Juntas hay 40 colmenas. Si todo sale bien, en cinco años, ese número debería convertirse en 200, siempre y cuando se garantice la venta de la producción.

Las abejas nativas no requieren mucho manejo y viven en todo tipo de ecosistemas, desde Amazonia, Pantanal, Bosque Seco o Yungas. De hecho, su distribución va desde el norte de Argentina, hasta México. Y ahí radica su potencial.

“Empezamos con tres comunidades y cuando consideremos seguir, la idea es llegar a la mayor cantidad de comunidades de áreas protegidas donde hay especies amenazadas, para usar las abejas como herramientas de concienciación para cuidar el medio ambiente”, apunta Vania González.

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