Rodrigo Soberanes / Mongabay Latam
El tiempo que lleva la ciencia entre la humanidad es un suspiro si se compara con el conocimiento de los pueblos originarios y, a pesar de ello, existe una gran cantidad de acervo que es ignorado por las instituciones y los círculos de científicos. Quien no lo ha ignorado es el doctor en botánica Samuel Levy Tacher, investigador del Departamento de Conservación de la Biodiversidad en el Colegio de la Frontera Sur (Ecosur).
Samuel Levy, también miembro del Sistema Nacional de Investigadores, ha enfocado su trabajo en rescatar el conocimiento ecológico tradicional, desarrollado por los pueblos indígenas del sureste del país. En parte, eso fue lo que llevó a que en 2015 recibiera el premio Full Circle Award, reconocimiento que otorga la Sociedad Internacional para la Restauración Ecológica.
Buena parte de su trabajo lo ha desarrollado en la Selva Lacandona, pero también en la Península de Yucatán; fue justo en este último territorio donde Levy describió un corredor biológico desarrollado por las comunidades mayas. Los resultados de esa investigación han llamado la atención de diversas instituciones, incluso de los responsables de la construcción del Tren Maya.
Con frecuencia usted habla de “conocimientos ecológicos tradicionales para llevar a cabo acciones de restauración”, ¿de qué se trata?
Las comunidades campesinas que tienen mucho tiempo viviendo en un mismo lugar —cientos o miles de años, como muchas comunidades en el país— viven de sus recursos naturales. Si ellos llegaran a destruirlos o mal usarlos, ponen en riesgo, tal cual, su propia subsistencia.
Ese paisaje —donde hay selvas, milpas, solares y árboles— ha sido construido con cuidado y mucha inteligencia para procurar que el aprovechamiento se dé ad infinitum, que sea un aprovechamiento persistente. Ellos generaron el concepto de sustentabilidad cientos o miles de años antes que nosotros, porque no es un conocimiento científico o intelectual. Es una estrategia de sobrevivencia. Y tiene que ser una estrategia efectiva.
Entonces, llega la ciencia con esto de la etnobiología —que es el estudio de las formas de aprovechamiento, tanto de las plantas como de los animales— y de pronto, voy a ser sarcástico, no me lo tomes literal: la ciencia tiene la compasión de voltear a ver a estas gentes y de reconocerles sus virtudes.
El principio del “bien común” en las comunidades mayas, ¿qué es? ¿Cuáles son las normas y prácticas que lo rigen?
La mayoría de las sociedades, cuando aprovechan un bien común —y podríamos hablar del aire, agua y la tierra—, por lo general tienden a degradarlo porque unos aprovechan más estos recursos que otros.
En muchas de las culturas indígenas mayas, que dependen de sus recursos naturales para vivir, un criterio importantísimo para aprovechar bien estos recursos es que se tenga en cuenta que es un beneficio para el grupo. Todavía hay muchas comunidades que tienen recursos comunes que cuidan. Quien se agandalle (aproveche) tiene restricciones de parte del grupo.
Lo interesante es que, cuando encontramos esos criterios en las comunidades campesinas, vemos que el bienestar es para todos y esto inevitablemente te lleva a una condición de equidad.
Usted documentó la existencia de un corredor biológico en comunidades mayas en la Península de Yucatán. Cuéntenos.
Descubrimos que existen unas reservas forestales comunitarias mayas que se formaron hace cientos de años, que están ahí y que nadie vio. Pero las medimos y vimos que su diversidad es similar a la que tiene la selva, a pesar de que estas reservas son aprovechadas e instauradas por la gente.
El Corredor Biológico Mesoamericano y la Conabio (Comisión Nacional para el Conocimiento y Uso de la Biodiversidad) las tuvieron ahí enfrente y nunca las voltearon a ver. Es hasta ahorita que empieza un gran interés, porque acabamos de publicar algunos artículos en donde mostramos que existen estas reservas.
¿Cómo funciona el corredor biológico, a partir de las reservas forestales comunitarias mayas?
En muchos de los pueblos mayas de la parte central de la Península de Yucatán —estamos hablando de Campeche, Quintana Roo y Yucatán— se presentan dos condiciones que me llamaron la atención: la primera era que en los caminos había franjas de vegetación de 20 metros de ancho para cada lado. A esas franjas de vegetación se les llama tolche’ (tol es línea y che es árbol). Los tolche’ se hacían en los caminos comunes y se respetaban como una norma tradicional, estamos hablando de un buen ejemplo del bien común. Se hacían para tener una condición fresca y poder caminar; para que a la sombra puedas caminar en un lugar donde veas si hay o no serpientes, si hay piedras. Está limpio el camino y, además, de los tolche’ puedes sacar leña. La gente si los toca pero no los tumba, los respeta.
Cuando le pregunté a un campesino: ¿esto del tolche’ qué es? Me dijo que es el derecho del camino. Yo le dije que sabía de los derechos humanos, de los derechos de los niños, que existen derechos de los animales; pero, ¿derecho de los caminos? Se enojó. Me dijo: “no entiendes, claro que es derecho del camino, porque si no hubiera el tolche’ el camino no serviría como nos sirve”.
Además, el tolche’ está al lado de los apiarios, alrededor de los cenotes, define las milpas. El tolche’ es una forma de dibujar y delimitar su paisaje agrícola. No es algo que esté escrito en ninguna parte, son normas tácitas de la gente.
También está el “fundo legal”, ¿qué es?
De pronto estábamos llegando a un pueblo y antes de entrar reconocí la presencia de un monte alto con un kilómetro de grosor y el campesino me preguntó: ¿ves esto? Esto es el “fundo legal”, es como un tolche’ grandote que cubre todo el pueblo y cuando hay huracán, los árboles protegen al pueblo de los fuertes vientos. El aire que viene caliente del área de milpa, cuando recorre el fundo legal se enfría y llega fresco al pueblo. En el fundo legal nadie puede hacer milpa ni ganadería. Te estoy hablando de 1986, cuando no existía el Google. Cuando empezamos a ver las imágenes satelitales reconocimos que los tolche’ y los fundos legales no solo existen en ese pueblo, sino que existen en unos 200 pueblos.
Hicimos estudios en varios pueblos y encontramos lo mismo: la estructura de la vegetación de un área, dejada a propósito por ellos, es similar a la de la selva. Ellos encontraron una fórmula: se puede tener un recurso sin destruirlo, se puede conservar y, a la vez, aprovechar una estructura que se parece a la selva, tanto en los tolche’ como en los fundos legales. Esto nadie se lo enseñó a los campesinos ni llegó la Conafor (Comisión Nacional Forestal) a darles premios. Ellos tienen normas propias que permiten que estas reservas existan.
Desde la perspectiva actual, en donde hay una gran degradación cultural e ideológica, cuando ves estas reservas que sirven para conservar no nada más la flora sino la fauna local que llega, ¡eureka! De pronto descubren lo que nunca pudo hacer la Conabio ni el Corredor Biológico: encontrar conectores de alta diversidad formados por una cultura tradicional. Todos, de pronto, dijeron eso lo queremos utilizar como una estrategia para favorecer la conservación y la conectividad del paisaje.
¿En el fundo legal y los tolche’ hay manejo forestal comunitario?
Sí, cuando hablas de aprovechamiento forestal para autoconsumo, para calentar su comida. El gas ya está presente en varias comunidades, pero la cantidad de energía que se requiere para convertir el maíz del grano a tortilla, es enorme. ¿Sabes si fuera con gas cuánto costaría?
La leña para cocinar, en general, y la madera que se utiliza para construcciones, desde gallineros hasta casuchas o casas grandes con maderas de diámetros de 15 o 20 centímetros, son materiales que se pueden obtener de este tipo de aprovechamiento. Es la lógica que se puede encontrar en los tolche’, en fundos Legales y también en los acahuales que están dentro del ciclo de tumba y quema.
Para que haya un aprovechamiento forestal redituable, estamos hablando de que los árboles necesitan suelos más o menos profundos. Lo que menos hay en la Península de Yucatán son suelos profundos y la precipitación pluvial no ayuda mucho. De tal manera que el aprovechamiento forestal comercial no se da en cualquier parte. En la Península de Yucatán es un milagro que la gente viva ahí, porque es muy reciente geológicamente. Hacer agricultura no conviene porque es pura piedra y hacer trabajo forestal tampoco, porque no se dan los grandes diámetros (de árboles) para que valga la pena el aprovechamiento forestal. Es un reto difícil, sin embargo, hay comunidades campesinas organizadas para aprovechamiento forestal comunitario y han funcionado muy bien, aunque no es la actividad que puede sacar de la pobreza a todos.
La producción de leña y carbón sí podría ser una opción para una superficie extensa. Siempre habría un mercado, pero no puede pensarse en eso mientras estén las restricciones federales tan limitantes.
¿Es otra visión de manejo forestal comunitario?
Sí. La buena noticia es que sí hay un producto que da para su aprovechamiento comercial y se tienen estrategias que permitan un aprovechamiento sustentable que no vaya en detrimento del recurso, como pasó con el cedro y la caoba que fueron acabados, a pesar de que habían planes de trabajo.
¿Qué futuro le ve al manejo forestal comunitario?
Para mí es El Futuro. En los lugares en donde la forestería puede ser una actividad comercial, el manejo debe de estar en manos de la gente a la que le pertenece el recurso, con formas de aprovechamiento que permitan que sea continuado y que sea sustentable. Ya no son las épocas donde llegaba una empresa a comprar a todos su madera y les daba tres pesos. Esa época ya pasó, o espero que haya pasado. Siempre se tiene que negociar con los que compran las maderas y se tiene que estar a las vivas.
Lo comunitario es la mejor forma y más ante una población rural cada vez menos densa, con participación cada vez menor. El campo se ha abandonado enormemente. El desinterés va acompañado de la falta de creatividad, falta de lucha por querer aprovechar algo y tratar de aprovecharlo a la vez. Si esta tendencia sigue, no le veo nada bueno.
Los tolche’ y los fundos legales llamaron la atención de los encargados de construir el Tren Maya, ¿qué le dijeron?
La idea es conservar y promover estas nuevas reservas, porque hay como mil pueblos mayas y los fundos legales solo están en 200. ¿Por qué no proponer en otros poblados chicos que se restauren estas normas? Dentro del circuito del Tren Maya está el 90 % de estas reservas. Entonces una forma de conservar, palear los posibles efectos que haga el trazo de la vía, es favoreciendo las reservas. Al parecer, les ha gustado mucho la idea. Hay interés de utilizar estas formas de conservación para favorecer la conectividad dentro del área que circunda el circuito del Tren Maya.
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Usted también desarrolló un sistema para rehabilitar la selva deforestada en la Lacandona, ¿en qué consiste?
La lógica campesina en general, y en particular en la Lacandona, consiste en que los recursos que la gente utiliza, deben de ser cuidados para poderlos usar eternamente, así tal cual. Les pregunté cómo restauran las selvas que aprovechan y me dijeron: “¿qué es restauración?”
Entonces tuve que convivir, estuve 20 años en la selva Lacandona, y lo que descubrí fue algo que me sorprendió muchísimo. El sistema de la Lacandona se basa en un principio que dice: si debajo de la selva pudiera crecer el maíz, no tumbaríamos los árboles. El maíz es una planta muy mimada, requiere de mucha luz y atenciones para crecer, de tal manera que no crece con sombra, debe estar despejado y la forma de hacer eso es quitar los árboles y que llegue la luz, pero desde el punto de vista de los conservacionistas, el derribo de esos árboles enormes y preciosos, para poder producir maíz, es innecesario.
Desde nuestra perspectiva, en el 2020, cuando sabemos que el kilo de Maseca (harina de maíz) es baratísimo, dices, ¿por qué tumban? Mejor que compren Maseca. Pero bueno, ese sistema de aprovechamiento agrícola de la selva se inventó hace miles de años, cuando no existía la Maseca y cuando la gente dependía del maíz para sobrevivir y la única forma de procurarlo era sembrándolo.
Ellos cultivaban en esos lugares, porque sus suelos eran muy ricos; el cultivo de maíz (milpa) prosperaba muy bien. Además, las milpas estaban muy separadas, unas de otras. Al abandonar las milpas, después de varios años, volvía a regenerase la selva formando acahuales o vegetación secundaria. El aprovechamiento agrícola de estos acahuales es menos laborioso que tumbar selva. De esta manera los campesinos prefieren aprovechar áreas con vegetación secundaria que abrir áreas de selva conservada.
Los acahuales tienen otras especies que la selva madura no tiene y eso incrementa mucho la diversidad biológica. Los acahuales permiten que el paisaje sea productivo, diverso y sustentable. Por si eso fuera poco, en la Selva Lacandona hay cientos de especies distintas de árboles. De todas esas especies, eligieron el árbol de la Balsa (chujum, en maya lacandón, y cuyo nombre científico es Ochroma pyramidale), una de las primeras tres especies de árboles que crecen más rápido en el mundo.
¿Para qué usaron ese árbol? Lo cultivaron en sus milpas para que al momento de dejarlas de usar, ese árbol pudiera generar una gran cantidad de materia orgánica que llega al suelo y lo nutre, y en un periodo mucho más corto era suficiente para que pudieran regresar a hacer su milpa ahí, sin tener que esperar tanto tiempo y alcanzando cosechas de la misma o mayor cantidad de rendimiento. La restauración de los acahuales, a partir del cultivo de la madera balsa, solo ocurre en la Lacandona.
Lo escuché decir un día que la Selva Lacandona es el cementerio de proyectos más grande del mundo.
Esa es otra historia. Lo que sucedió fue que la Selva Lacandona se abrió como una oportunidad para gente sin tierra que vivía en otras ciudades. De hecho, la agencia forestal de los años 70 decía que había que ampliar la frontera agrícola, que había que tumbar los árboles para desarrollar este país; era la lógica de la revolución verde. La Selva Lacandona se vio como un lugar en donde podían llegar colonos a producir. Por ejemplo, los indígenas tzeltales que son parte de la comunidad lacandona provienen de Los Altos de Chiapas y fueron llevados a la Lacandona debido a problemas religiosos que tuvieron en las comunidades de donde fueron desplazados, ellos no conocían la selva.
A ellos les prometieron que si desmontaban una hectárea de selva, el Estado les daba una vaca. Ese fue el comienzo, o el pacto con el que se empezó a poblar la Lacandona. Los indígenas lacandones no tienen afición ganadera, sin embargo también fueron y han sido beneficiados por las iniciativas paternalistas perversas del estado. Les ofrecían proyectos que, de alguna manera, estuvieran vinculados con la conservación de la selva y ellos los aceptaban. Pero el proyecto se acababa sin llevarse a cabo y les daban otro proyecto, y así fue. Se convirtió en una forma de vida. Tal parece que esta relación perversa consiste en que a los campesinos se les pague para no trabajar.