Juan Flores Negrete nació en una comunidad campesina llamada Gualaguagua. La palabra significa “rodeado de agua” y describe cómo era este lugar. Antiguamente —cuenta Juan Copi, uno de sus habitantes más antiguos— había dos entradas, “y teníamos que caminar hasta dos o tres días para llegar a Rurrenabaque”; el municipio contiguo.
Situada a diez kilómetros de Reyes, municipio que está a 405 kilómetros de la capital beniana, Trinidad, esta pequeña población de 60 familias, ahora se dedica a la agricultura y la ganadería. Pero en los últimos diez años, su situación no ha sido fácil. De vivir “rodeados de agua”, pasaron a tener que comprarla en bidones que cuestan entre Bs 12 y 15, para no tener que tomar el líquido con sarro excesivo. “Ahora tenemos un pozo, pero no es buena para tomar. Como ve, el tanque está con una capa amarilla que se fue formando con el rebalse”, señala Nolberto Guardia, maestro de la escuela.
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De la riqueza al clamor
Durante la celebración de XI Foro Social Panamazónico, los comunarios alistaron una fiesta para recibir visitantes de diferentes países y diferentes zonas de Bolivia. A los pies de la mesa de la testera donde se debatiría sobre el tema agua, pusieron cuatro tutumas (cáscara de un fruto para recoger agua) con sus respectivos frutos. En la primera se leía: agua salada. Las siguientes: agua con barro, agua de pozo y agua dulce. Entre sus frutos, se podía ver pequeños guineos (tipo de banana), pequeños y raquíticos. “Así está nuestra producción”, se lamentó un comunario, durante una asamblea para plantear problemas y posibles soluciones.
Guardia asegura que los embates del clima se empezaron a sentir con más fuerza desde hace diez años. Mientras en las últimas gestiones, faltó agua, antes también padecieron por las inundaciones. “Ahora se están secando los bajíos y el que más destruye es el que más dinero tiene. Por eso lo que podemos sembrar es a poca escala”, cuenta Juan Copi, lugareño.
La lucha de los pueblos
“Los músicos que teníamos ya no están. Acá se tejía, se hilaba algodón, se hacía ropa”, sigue Copi. Y de aquello apenas quedan recuerdos. En el escenario preparado en la cancha del pueblo, bajo un tinglado, niños y jóvenes muestran que todavía hay energías. Juan Pablo Mamani, un pequeño de siete años, se luce con una poesía costumbrista, que arranca risas y aplausos, mientras adolescentes bailan tobas con música popular comercial. En el parlante apenas quedan melodías autóctonas.
Tras varias intervenciones, queda claro que ya no es una exageración hablar de crisis hídrica. La contaminación de los ríos por minerales pesados, la construcción de hidroeléctricas en Brasil y los proyectos en Bolivia, así como la sequía galopante son problemas que los nueve países de la Amazonia comparten.
Frente a ello, testimonios desgarradores como el de Mirtha Isa, de Cajamarca (Perú), dan cuenta de que la minería está acabando con la vida de los ríos y sus pueblos. En su región, situada en el norte peruano, la pobreza es extrema —cuenta la representante— pero irónicamente, los empresarios que operan allí son extremadamente ricos.
Más allá de plantear problemas
Entre otros objetivos del Fospa, cada mesa de trabajo tiene como premisa plantear soluciones o alternativas a una realidad que está acabando con territorios indígenas, comunidades y recursos naturales.
Las propuestas para ello son diversas. Desde hacer un inventario de la calidad de agua, para que cada pueblo sepa qué está pasando en su entorno; hasta una sinergia entre los saberes y la ciencia, para demostrar que los reclamos no pasan simplemente por una experiencia, sino por un hecho comprobado.
“Nosotros acá no tenemos minería, pero el agua que tomamos no es apta para el consumo”, insiste Copi, por lo que la respuesta desde la voz del guardaparques de Madid Antonio Gonzales es pensar en normativas específicas sobre el agua en áreas protegidas. “La ley de Áreas Protegidas está en la Asamblea (Legislativa) y no se mueve desde hace mucho”, lamenta.
Mientras la discusión se desarrolla, perros lánguidos se pasean por la testera y beben agua de la expuesta en las tutumas. Como si su instinto les avisara, dejan aquella que dice “agua salada” y prefieren el “agua con barro”.