Un atardecer anticipado con el sol casi al meridiano. Los tonos naranja y rojo son lo único que se observa en el horizonte. Donde quiera que miren los ojos, el panorama es el mismo: fuego a lo lejos, lluvia de cenizas en la cercanía, y en la tierra, brasas vivas aun cubiertas por la arena.
En el recorrido del 18 de agosto, el fuego parece cercano desde donde uno se encuentra. Hasta se lo escucha crujir, pero en realidad, la principal línea de fuego ya está llegando a Paraguay. Es un avance de más de cien kilómetros en seis días. Es de locos.
El primer día era visto por comunarios de Chochis, en Roboré, y el sexto día nuestros vecinos de la frontera veían acercarse el fuego hacia su territorio. Un nudo en la garganta mientras todos se miraban y sin pronunciar palabra seguro pensaban: “como en 2019”.
El monte no terminó de recuperarse. Es más, desde el reconocimiento aéreo todavía se observan cicatrices de la tragedia de hace dos años. En todo el paisaje de Abayoy quemado anteriormente, se podía ver hace unos meses el resurgir tímido de una vegetación herbácea y enredaderas (sucesión primaria, dice Marcelo Siles, experto biólogo), que luego -se suponía- iba a dar lugar a un resurgir del abayoy como tal y todas sus especies. Pero la helada juliana que precedió a los incendios, dejó listo un inmenso colchón vegetal seco, esperando para ser devorado por las llamas impulsadas ferozmente por las condiciones críticas de viento. El triángulo de fuego estaba completo: material seco del monte (combustible), vientos fuertes y el bendito fuego supuestamente dominado por el hombre desde hace miles de años, hoy nuevamente indomable.
En cuanto a los animales, simplemente no hay atrevimiento para dictar un número. No porque no existan ciertos métodos de campo inferenciales que nos puedan llevar a ello, sino porque no se debe reducir la fauna afectada a una mera cifra, a un cálculo que los convierta en un número frío. Bastará decir que el fuego avanzó de manera tal que aún las especies más veloces fueron sorprendidas y no pudieron escapar: ardillas, tapitíes, zorros, chanchos de monte, solo por mencionar unas cuantas especies.
Los estudios de campo de los últimos meses daban cuenta de una repoblación paulatina que avanzaba lenta pero segura en Ñembi Guasu. Avistamientos de especies pequeñas y de medianos cazadores (felinos como el ocelote). Pero este año fueron alcanzados por el fuego, y en caso de rescates, no hay condiciones para liberarlos dado que su hábitat se destruye indica el veterinario Jerjes Suárez.
Todo lo visto hasta el momento, nos muestra un fuego indomable. Un fuego “Iyambae” que cuando alcanza el Abayoy pasea a su libertad en el área protegida Ñembi Guasu, perteneciente a la autonomía guaraní de Charagua. Esta reserva está formada principalmente por este tipo de ecosistema, además del Cerrado Chaqueño y el Bosque Chiquitano.
Los años 2019 y 2021 son dos bofetadas en el rostro del territorio ayoreo, chiquitano y guaraní. Nos dicen que el fuego no puede tomarse a la ligera en esta región, que ni siquiera debería encenderse, las murmuraciones están. “(El fuego) inició en una comunidad asentada”, dicen los lugareños, pero de momento todas las acciones están concentradas en combatir el fuego. No se busca culpables ni se cuenta los daños. La prioridad es defender el bosque no quemado hasta las primeras lluvias de la primavera. Por su parte, ABT indica que cuando se encuentra a los culpables, la multa es irrisoria y en caso de denuncia penal, los causantes del fuego se atienen a un proceso corto y luego son liberados.
El trabajo honorable de bomberos continúa en la misión de localizar troncas ardiendo y liquidar todo indicio totalmente. Maquinaria, drones, cisternas y hasta apoyo aéreo son necesarios para controlar la situación. Una leve lluvia también da un suspiro a la región. Por lo demás, monitoreos postincendio en tierra detectaron huellas de varias especies, entre urinas, felinos, chanchos caminando por las zonas conocidas como corredores ecológicos, cerca a quebradas principalmente. Todos ellos dan esperanza, mientras que todavía se observa bosques densos con manchones verdes no alcanzados por el fuego y, de hecho, de tanto en tanto las copas llenas de flores como el tajibo interrumpen el paisaje gris.
En la zona de Roboré y Charagua, donde se quemaron 40.000 hectáreas y 175 mil hectáreas, respectivamente según cálculos preliminares, el personal empieza a replegarse. Atentos a una próxima emergencia dado que el periodo crítico es hasta octubre según reportes del Sistema de Información y Monitoreo de Bosques – SIMB perteneciente al MMAyA, mientras que en la noche al final de la jornada, alrededor de las ollas comunes, se escucha decir: “Un gusto trabajar con vos, nos vemos pronto, pero ojalá que no”.
*Mario Elizardo Cerezo Calderón es responsable de Monitoreo del Comando de Incidencia de Roboré.