Los guardianes del Madidi claman por vuelos para salvar al ecoturismo

Rurrenabaque, centro de un destino turístico amazónico de Bolivia, no tiene operaciones aéreas desde mayo de 2021. Con carreteras en mal estado y viajes de hasta 12 horas, operadores, gastrónomos, pueblos indígenas y otros sectores luchan por reactivar la economía para no dar paso al extractivismo y las hidroeléctricas.

Por las calles de Rurrenabaque -al oeste del Beni, en la Amazonia boliviana– muchos negocios están cerrados. En letreros desgastados y otros caídos, se lee anuncios de tours por el Parque Nacional Madidi o Pampas del Yacuma. Sobre fachadas raídas, vestigios de fotos de turistas felices en medio de la selva. Las oficinas de la aerolínea Amaszonas, que en su momento llegó a operar ocho vuelos diarios, parecen ahora un depósito de escritorios e hileras de asientos cubiertos con plásticos. El mítico “Jungle Bar Moskkito”, de visita obligatoria por recomendación de páginas como Tripadvisor, es ahora un restaurante apacible de comida italiana.

Hace mucho tiempo, esta ciudad de alrededor de 23 mil habitantes dejó de ser una urbe por cuyas calles caminaban turistas asiáticos, norteamericanos y europeos. Todos ellos llegaban por vía aérea, ansiosos por vivir experiencias de aventura en el Parque Nacional Madidi y las Pampas del Yacuma. De esta manera apoyaban no solo a municipios amazónicos de La Paz y Beni, respectivamente, sino -principalmente- a emprendimientos de pueblos indígenas Takana, Tsimane o Uchupiamona, quienes se convirtieron en guardianes de la naturaleza, porque encontraron en el turismo comunitario una manera sostenible de conservar su territorio.

Desde el puerto de Rurrenabaque se distribuyen tanto turistas como viajeros a otros puntos de la zona, como San Buenaventura, en La Paz. Foto: Rocío Lloret Céspedes

Pero en 2014 vino el primer golpe a ese apogeo de un proyecto reconocido a nivel internacional. El entonces gobierno de Evo Morales resolvió exigir visa a ciudadanos israelíes, tras calificar a ese Estado como “terrorista”, por el conflicto bélico con Palestina. Los israelíes eran el segmento que mayor presencia tenía en el destino. 

Ese mismo año, Rurrenabaque, así como varias comunidades indígenas del norte de La Paz, sufrieron los embates de las lluvias y un alud sepultó al menos a cuatro personas en la ciudad porteña. 

Tras la reconstrucción, el sector de hotelería y gastronomía siguió invirtiendo con la esperanza puesta en la recuperación. Receptora de migrantes de todo el país, en especial de la zona andina, Rurrenabaque se convirtió en una urbe con gran movimiento económico, no solo por el turismo, sino por la articulación con los municipios de San Borja, Reyes, San Buenaventura, Ixiamas y Santa Rosa.

Fruto de ese trabajo, en 2019, en el vigésimo sexto concurso anual Word Reavel Awards Latin America, el destino Rurrenabaque: Madidi-Pampas ganó cuatro premios, entre ellos el de “Mejor destino verde del Continente”.

Con ese incentivo y la certificación de Destino sostenible, de parte del Instituto de Turismo Responsable, los porteños esperaban un venturoso 2020. Porque, además, en enero de ese año, el diario estadounidense New York Times, eligió a Rurrenabaque como uno de los tres mejores lugares del mundo para visitar.

La alegría duró apenas tres meses. En marzo, la llegada de la Covid-19 paralizó al mundo y las calles quedaron vacías; con esa sensación de soledad y desesperanza. Aunque ese no sería el golpe final.

En mayo de 2021 aterrizó en esta ciudad el último avión de Amaszonas antes de suspender totalmente sus operaciones en el único aeropuerto de la zona, como consecuencia de la pandemia, entre otros factores. 

Esta era la antigua terminal aérea, actualmente cerrada y sin operar desde el año pasado. Rocío Lloret Céspedes

Hoy, aquella sala de espera con bancos en hileras desordenadas y ventanillas a la usanza antigua está cerrada. En el lugar solo asoma una perra de gran tamaño y un empleado que no se asombra ni dice nada ante la presencia de extraños. Al fondo se ve una nueva estructura, moderna, pintada de blanco y rojo. Allí donde -se supone- operará la nueva terminal aérea. La pista, que ya en 2015 provocó el cierre del aeropuerto por más de un año y medio, está operable, dice a La Región el alcalde de Rurrenabaque, Elías Moreno. Y adelanta que la Gobernación de Beni prometió su ampliación en 700 metros gracias al apoyo de la cooperación italiana. Sin embargo, admite que resta la segunda fase del proyecto de remodelación, que tiene que ver con el equipamiento.

Un trabajador de Ecojet -la firma privada con la que se avanzó en negociaciones e incluso se hizo una prueba de resistencia en la pista- le dijo a la agencia Fides en noviembre del año pasado, que el problema no son los equipos ni los aviones, “sino la falta de voluntad del Gobierno”.

“Se siguen seis pasos para lograr la autorización: la homologación, comprobación de espacios para oficinas (…), logramos avanzar hasta el paso quinto, que depende de la DGAC (Dirección General de Aeronáutica Civil), pero está estancado ahí”, afirmó a ANF sin revelar su nombre.

Al respecto, en una carta fechada el 3 de febrero y publicada hoy por el periodista Erwin Serato, Boliviana de Aviación (BOA), la otra línea aérea llamada a cubrir la ruta, está a la espera de la conclusión de la citada segunda fase de las obras para ingresar a esta ruta. Entretanto, la espera se hace eterna.

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Es 1 de febrero de 2022, víspera de la fiesta patronal de la Virgen de la Candelaria, y aniversario 178 de Rurrenabaque. Es temprano, pero el sol anuncia una jornada sofocante. Por la plaza principal, familias con niños-bebés-abuelos caminan de un lado a otro para participar de actividades culturales, deportivas y tradicionales organizadas por el Gobierno Municipal. A orillas del río Beni, en carpas armadas, cantantes “en vivo” interpretan temas de amores perdidos para algunos trasnochados. Enfrente, comerciantes afanados ofrecen ropa para niños y adultos que trajeron de La Paz, aprovechando la ocasión. En las aceras del mercado, mujeres de comunidades indígenas ofrecen productos medicinales y alimentos tradicionales. Adentro hay puestos de jugos, comida, verduras, carnes. Un gentío busca qué desayunar, en medio del bullicio.

La danza de las macheteras se pudo observar durante el aniversario de la ciudad porteña. Foto: Doly Leytón Arnez

“Hubo una discusión fuerte para ver si se hacía o no la fiesta este año, porque fueron dos años que no celebramos. Al final, se decidió hacerla, porque prácticamente todos caímos en la cuarta ola (de Covid)”, se oye decir en un puesto de empanadas. 

Además, había que aprovechar que este año las lluvias fueron benevolentes y no provocaron desastres en la zona. Y pese al mal estado de las carreteras (hasta doce horas de viaje desde La Paz, y siete, desde Trinidad), muchos turistas nacionales arribaron a la llamada “Perla turística del Beni”.

Estos últimos, los nacionales, son los turistas que -por ahora- mantienen a flote los emprendimientos privados y comunitarios en la zona. Ellos no se quedan más de tres días, como lo hacían los extranjeros, pero tienen en uno o medio día, tienen la oportunidad de conocer San Miguel del Bala, por ejemplo, una comunidad indígena tacana. Hacen full days o half days, almuerzan ahí y recorren destinos como El Cañón del Bala entre otros circuitos cortos.

La procesión de la Virgen de la Candelaria por las aguas del río Beni es una ceremonia que se realiza cada año. Rocío Lloret Céspedes

Hernán Nay Vargas, presidente de la Organización Territorial de Base (OTB) San Miguel, dice que entre 2005 y 2010 se trabajó muy bien con el turismo comunitario. La pandemia, y ahora la falta de vuelos golpearon muy duro a los pueblos indígenas de la zona. “Pero tenemos esperanza de que el turismo vuelva”.

Profesional en Turismo, desde la perspectiva de este líder indígena, las decisiones políticas serán vitales para lograr ese objetivo. Y es que ahora, los representantes se enfrentan a posturas como: “¿por qué conservamos si no generamos nada?”. Son comunidades que están en las riberas del río y en muchas de ellas no hay centros de salud, ni luz eléctrica, la educación apenas alcanza a primaria y cuando llueve en exceso, quedan aisladas durante días, con sus cultivos anegados y sus animales muertos. Entonces surgen posturas: “¿qué hacemos, nos dedicamos a una actividad extractivista?”.

El Cañón del Bala es uno de los atractivos turísticos de la comunidad de San Miguel. Foto: Doly Leytón Arnez

“Nosotros seguimos apostando, generando conciencia”, dice Nay, de rostro cobrizo y hablar pausado. En comunidades como la suya, el turismo es una alternativa de desarrollo sostenible. “Mis padres empezaron a trabajar con turismo, más o menos el año 2000. Yo estudié turismo, me forjé en turismo y mientras exista esta actividad, no voy a permitir que haya otras como la minería o la construcción de megaobras dentro del río Beni”, asegura. 

Las megaobras a las que se refiere, tienen que ver con la reactivación del proyecto Bala-Chepete, que busca construir hidroeléctricas en la zona, poniendo en riesgo a seis pueblos indígenas. El mismo había quedado paralizado, pero la búsqueda de una firma para aprobar nuevos estudios de parte de la dirigencia, es una acechanza que tiene en vilo a quienes defienden su territorio.

“Para nosotros si se construyen las represas, nos estarían sacando de aquí y perderíamos toda la flora y fauna que tenemos en nuestro territorio. Nos han dicho que no pasará nada, que va a haber empleo y aunque haya eso, nos estarían quitando la vida”, dice Juan de la Cruz Supa, comunario de San Miguel.

Juan de la Cruz Supa ha recorrido estos parajes desde niño, ahora cuenta a los turistas anécdotas y cuentos que surgen en medio del bosque. Foto: Doly Leytón Arnez

Este hombre delgado, con surcos en la piel tiene una embarcación en la que transporta turistas. Conoce como pocos las comunidades y los atractivos naturales de la zona. Por ahora, la mayoría de los ecolodges o alojamientos en áreas naturales están cerrados y los líderes de las comunidades buscan alternativas como brindar hospedajes en casas de familias, para reactivar el turismo. Sin embargo, son decisiones que deben tomarse en conjunto, una forma de gobierno que mantienen desde sus ancestros. 

Pero la estrategia debe ser conjunta, dice Nay. “No es bueno que San Buenaventura diga: ‘el Madidi es de nosotros’, o La Pampa diga, ‘el Yacuma solo es de nosotros’. Este es un destino y un destino está compuesto por varios elementos. Rurrenabaque tiene infraestructura hotelera, gastronomía, la gente está acostumbrada a trabajar con turismo, pero depende del resto; y el resto depende de Rurrenabaque”, afirma.

Actualmente, las embarcaciones llevan motor, porque las comunidades están cuesta arriba. Así llegan al puerto, con su producción de plátanos. Foto: Rocío Lloret Céspedes

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Por las ya no tan claras aguas del río Beni se navega cuesta arriba para llegar a los distintos atractivos turísticos. El viaje no solo ofrece la posibilidad de ver a los colosos que rodean el paisaje verde, sino de conocer historias de voluntarios que un día llegaron y decidieron quedarse a vivir como ermitaños. O de refugios de animales, donde se cuida a jaguares rescatados de la trata de animales silvestres. 

Mucho tiempo atrás, tener una embarcación impulsada por motor era un privilegio de pocos. Los pueblos indígenas tenían balsas hechas de una madera lo suficientemente dura para resistir el peso de dos personas, pero no tan estable como para vencer los remolinos del río Beni. Entonces el balsero tenía la habilidad de equilibrarse, mientras su pareja hacía lo propio para no caer. De esa manera transportaban los plátanos y la yuca para llevarlos al puerto de Rurrenabaque. De aquella hazaña incluso nacieron canciones como la de Tito Negrete y Tito Antelo.

“El balsero va por el río, 

rumbo para el puerto de Rurrenabaque 

y se va llevando y se va llevando 

una morenita para ser feliz”.

Frente a Rurrenabaque está San Buenaventura, puerta de entrada al Madidi. Aunque la población es pequeña, de casas de muros blancos y un puerto agradable para refrescarse, la verdadera aventura está en los recorridos por la selva.

Desde allí hasta San Miguel del Bala hay 45 minutos de viaje en la embarcación. Un poco antes de llegar está el Cañón del Bala, atractivo turístico, que permite atravesar el estrecho pasadizo formado por rocas naturales en medio del agua. Pero ese, es solo uno de tantas posibilidades de hacer ecoturismo en la zona.

El municipio de San Buenaventura, puerta del Madidi, está enfrente de Rurrenabaque. Actualmente los une un puente. Foto: Rocío Lloret Céspedes

La propia zona urbana de Rurrenabaque ofrece la posibilidad de visitar miradores desde los que se aprecia al río Beni, como una serpiente gruesa asentada en medio de una selva.

“Por todo esto, a nivel personal y como autoridad, para mí lo primero es hacer que la comunidad esté comprometida con el turismo, porque si no sucede así, (los comunarios) pueden cambiar la actividad, y tomar otras decisiones. Podría darse una minería responsable, artesanal, pero con el tiempo entraría la mecanizada, que es algo que no queremos. Eso es lo primero que debemos hacer, mantenernos con la misma visión: mantener el turismo”, insiste Nay.

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Desde el sector hotelero, Maritza La Torre Vásquez, presidenta de la Cámara Regional de Turismo de Rurrenabaque, ve una afectación que va más allá del turismo. “Es la región”, sentencia. 

Y es que el aeropuerto, además de ser receptor de visitantes, es un medio importante de conectividad de negocios entre cinco municipios de La Paz y Beni: San Borja, Reyes, Sanbuenaventura, Ixiamas y Santa Rosa. Por ello, frente a la suspensión de vuelos, varios sectores de la sociedad y autoridades locales conformaron una comisión para pedir el ingreso de una aerolínea.

Para ellos, la solución pasa porque la estatal BoA cumpla el rol de “bandera nacional” hasta que alguna firma privada obtenga la autorización correspondiente. En ese contexto, se hizo llegar cartas al Ejecutivo, en La Paz, y como no hubo respuesta, “la situación es cada vez más apremiante”.

Esta es la nueva terminal aérea. Los porteños esperaban su entrega para el aniversario, pero deberán esperar que concluya la segunda fase. Foto: Rocío Lloret Céspedes

Solo en el hotel que regenta La Torre, Hotel Maya, hay nueve mujeres y dos varones, que son personal fijo. A la par, en fechas especiales como el aniversario, se contrata a personal eventual, con lo que existe una responsabilidad social fuerte con los trabajadores.

“En la parte hotelera, no estamos tan mal, porque (a Rurre) llegan familias de pueblos vecinos que buscan relajarse o vienen por trabajo. Pero las operaciones dentro del Madidi y dentro de las Pampas son nuestro problema. Son inversiones dentro de las áreas protegidas nacionales y municipal, que probablemente si esto persiste, las vamos a perder”, dice a La Región.

Técnicamente, el alcalde Elías Moreno explica que la pista de aterrizaje está al cien por ciento. La empresa que está a cargo del proyecto de la terminal aeroportuaria entregó la primera fase a Navegación Aérea y Aeropuertos Bolivianos (Naabol) -ex Aasana-, por lo que se le pidió al presidente Luis Arce, mediante una carta, que la obra sea entregada como parte del regalo por el aniversario. Faltaría la segunda fase, que es el equipamiento, pero como tampoco hubo respuesta, se espera que dicho acto se dé en mayo. Mientras tanto, la inversión privada está en riesgo “y como gobierno municipal, no podemos brindar más que el apoyo moral”, asegura el burgomaestre. 

A la par de esta situación, las denuncias de operaciones mineras dentro del Parque Nacional Madidi son cada vez más graves. A ello se suma la persistencia de continuar con el proyecto de la construcción de las hidroeléctricas Chepete-Bala, incluso vulnerando la decisión de los pueblos indígenas afectados y entonces surge la pregunta: ¿será que se busca ahogar al turismo para dar paso al extractivismo y las megaobras que afectan a los pueblos indígenas y la biodiversidad?

La Torre lo ve como posibilidad, en el entendido que el turismo interno, que es el sostén actual de la actividad turística, se está acabando y no hay políticas de Estado para reactivarlo. “Nos sentimos rezagados, olvidados, amenazados con otras actividades dentro de nuestro destino. No sentimos apoyo a la vocación de la conservación de la naturaleza mediante nuestras áreas protegidas”, lamenta.

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