En las Tierras Bajas de Paurito, una comunidad de Santa Cruz de la Sierra, la tradición del tejido de Sombrero de Saó es parte esencial de la cultura local y regional. De hecho, es la fuente principal de la economía de mujeres artesanas que habitan este territorio desde tiempos inmemoriales. Sin embargo, en el último tiempo, la palmera que se usa como materia prima (Trithvinax schizophilla) y que habita en el Área Protegida Municipal “Palmera de Saó”, se encuentra amenazada y en riesgo de desaparecer. Una de las causas tiene que ver con asentamientos irregulares en la zona. Frente a este conflicto, la población pauriteña y principalmente las mujeres, han mostrado una importante resistencia para la preservación del territorio, la tradición, el cuidado de la vida y la defensa de su patrimonio cultural.
Paurito, la localidad que vive tejiendo
El otrora Cantón Paurito está ubicado a 27 kilómetros al sureste de la capital oriental y es parte del Distrito 14. Se ubica entre el río Piraí y río Guapay. Fue fundada hace 403 años, el 2 de febrero de 1621, siendo uno de los pueblos más antiguos del territorio cruceño. Su nombre hace alusión a la existencia de abundantes pauros o pozas que existieron en la zona; fuentes de agua natural y cristalina que brotaban de la tierra y que por años abastecieron al pueblo. Actualmente no queda ninguno. De a poco, todos se fueron secando porque quedaron tapados por impactos de la urbanización y pavimentación.
La historia de Paurito está muy ligada al tejido de la palma de saó, una especie endémica del lugar que crece entre dos a cinco metros de alto. Se trata de una palmera cubierta por espinas con un tronco no ramificado. Esta especie habita en condiciones áridas, cerca al Río Grande, entre suelos arenosos y franco-arcillosos, con poca humedad y particularmente salino.
El saó ha sido el conector principal de la permanencia de la cultura y relaciones que rigen la vida de los habitantes. En el pueblo, todas las familias tejen, sin límite de edad, y se vinculan por relaciones de amistad y parentesco, siendo esta una práctica ancestral e integral que ha resistido por años a la modernidad y que tiene en el centro el cuidado del monte/bosque, lo que hace que perdure la convivencia de manera sostenible.
Todos estos elementos hicieron que el 25 de octubre de 2018, Paurito fuera declarado “Capital departamental del Sombrero de Saó” mediante Ley Departamental N.º 166/2018. Entre otras cosas, se ponderó la importante producción artesanal y los aspectos culturales e identitarios que hacen al sombre ‘e Saó, símbolo de Santa Cruz y de todo el oriente boliviano.
Diferentes localidades dentro del distrito 14, como Tundy, Jorori o Santa Fe son conocidas como “tierra de artesanas y artesanos” con visión sustentable, porque su actividad no compromete al bosque ni al exterminio de las especies. De esta manera, las familias recurren a la palma de manera responsable cuidando el saber aprendido y la supervivencia del tejido.
Un cambio inesperado
Pero en los últimos 40 años, aquella convivencia y relación de interdependencia entre el ser humano y la naturaleza empezó a verse afectada por la expansión agrícola y la siembra de monocultivos, como el sorgo o el trigo. Según cuentan habitantes del lugar, la llegada de comunidades menonitas y sectores empresariales instalados en la zona, junto al problema del tráfico de tierras han puesto en riesgo el bosque natural de los palmares de saó, amenazando la subsistencia de las comunidades que dependen de su entorno y las artesanías.
Rosita, las manos sabias del tejido tradicional
Lilia Rosy Vargas tiene 65 años y es oriunda de Paurito. De cabellera blanca, cuyas hebras reflejan no solo el paso de los años sino su experiencia con el tejido y producción artesanal, cuenta que aprendió el oficio a los cinco años. Sus hermanas y hermanos, quienes se pasaban el día tejiendo, le transmitieron sus saberes.
“Todos en este pueblo tejemos”, afirma la señora Rosita, como la conocen sus amigos y vecinas, mientras con una mano sostiene un retazo de palmera y con la otra una navaja con la que va cortando finamente líneas de aproximadamente medio centímetro.
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Rosita cuenta que cada vez que llovía en el pueblo, las familias no podían salir a trabajar en su chaco, por lo que se quedaban a tejer en la casa. De esa manera, se sostenían económicamente y perduraba la tradición.
“Siendo niñas, si no tejíamos no teníamos pa comer”, asegura. Según sus cálculos, alrededor del 60% de la población se dedica al rubro; particularmente las mujeres.
Un oficio colectivo
Pocas veces las artesanas tejen solas, por el contrario, lo hacen en colectivo y acompañadas, unas a lado de otras, abriendo un espacio de participación y dialogo entre quienes tejen y quienes están alrededor como espectadores. En este proceso, el lenguaje no verbal de la acción, los gestos y movimientos son muy visibles.
Así se trasmite el conocimiento, por medio de la oralidad, la visualidad y la escucha activa. Así lo cuenta Juanita Pinto, mientras cruza una rama con otra creando un pequeño sombrero que se convertirá en llavero. Ajusta las hebras de la palma con mucha atención y cuidado, tratando de no romperla. Juanita teje desde sus 12 años y es la actual vicepresidenta de la Asociación de Artesanas de Sombrero de Saó.
En la Asociación participan alrededor de 30 mujeres, todas vinculadas al tejido desde pequeñas.
Quien teje coloca la memoria, el cuerpo y su fuerza de trabajo en cada producto. Este proceso implica la incorporación de elementos simbólicos que cruzan lo cultural e identitario junto a la memoria colectiva que cada integrante trae al presente.
En ese contexto, surgió una lucha por la conservación de su reserva, para denunciar, manifestar sus miedos y levantar sus voces para defender el territorio.
Los Saoseros
Un rol importante dentro de la cadena productiva del Saó es el que realizan los recolectores, o “Saoseros”, como se conoce generalmente a los hombres, aunque ellas no están exentas de este rol. El trabajo se enfoca a la selección y recolección de la palma, sin embargo, previo a ello se necesita un complejo acceso a la reserva.
Desde Paurito, se recorren al menos 30 Km, la mayor parte en carroza, a pie o a caballo, porque el monte es bastante bajo. Ellos extraen las mejores palmas, invirtiendo entre uno a cuatro días para el fin. Posteriormente proceden a maitearlas, es decir, formar un amarro, —algunas veces de cuatro o cinco maitos— y finalmente trasladan estos para venderlos en el pueblo. Cada uno cuesta entre Bs 2,50 a Bs 4, dependiendo su tamaño.
Una reserva en amenaza
La Reserva Palmera de Saó es un área Protegida Municipal de Vida Silvestre, creada mediante la Ley de Ordenanza Municipal de Cabezas 018/2005, para la conservación y reproducción natural y asistida de la Palmera de Saó. Pero también es una Unidad de Conservación de Patrimonio Natural (UCPN), que es el equivalente a un área protegida departamental. Dicha área está ubicada en la región denominada “Saotú”, (Provincia Cordillera), a 85 Km al Sureste de Santa Cruz de la Sierra, y a 30 Km de la localidad de Paurito. Cuenta con una superficie de 757,26 hectáreas y en su interior viven, al menos, 258 especies de aves. Allí se conservan también los recursos hídricos de la zona, por la cercanía con el Río Grande.
Esta reserva está rodeada de comunidades entre las que se encuentran Paurito, Tijera, Tundi, Jorori y Santa Fe, en las que habitan familias de artesanas y artesanos, quienes viven de la elaboración del sombrero de Saó, canastas, urupés, cernidores, panacús y carteras, entre otras diversas bisuterías y souvenirs.
Pero en el último tiempo, la reserva ha empezado a desmontarse de manera irregular debido a asentamientos irregulares de grupos organizados que ponen en peligro el bosque y en consecuencia la emblemática palmera, según denuncian los habitantes.
Hechos más graves
Sin embargo, esto no es reciente. En 2014, las tejedoras se declararon en emergencia debido a que la Fuerza Especial de Lucha contra el Narcotráfico (Felcn) prohibió que las familias puedan ingresar al Área Protegida a recolectar el Saó ya que en el lugar se encontró una fábrica de droga. Ese tiempo, se recuerda como complejo, ya que la decisión paralizó el trabajo artesanal como sostenedor de la economía.
En 2022, de acuerdo con un informe realizado por la Dirección de Conservación del Patrimonio Natural (Dicopan) de la Gobernación de Santa Cruz, se evidenció la existencia de aproximadamente 12 hectáreas desmontadas, tanto en la zona de Protección Estricta, así como en la zona de manejo y aprovechamiento sostenible de Saó.
A inicios de 2024, a solicitud de los artesanos, se denunció el ingreso de personas, quienes llegaron presuntamente con documentos de dotación de tierra. Esta vez la Dicopan verificó, a través de imágenes satelitales, “la apertura de caminos al interior del Área, indicios de actividad antrópica, relimpias de áreas realizadas a mano y residuos sólidos”.
Para la presidenta de la Asociación de Artesanas de Sombrero de Saó, Mariela Gutiérrez, el conflicto por la tierra no es nuevo. De manera continua —dice— hubo pretensiones de asentarse en el Área. Frente a ello, la dirigenta recalca que la tierra en la que crece la palmera, no es apta ni para ganadería ni para agricultura, porque sus características del suelo son quebradizas, arcillosas y saladas. “Por tanto, no es un lugar habitable”.
“La palmera es propia del lugar, se reproduce por sí sola, no podemos hacer plantines. Nosotras hemos intentado trasplantarla, pero no se ha podido, porque ella solo se reproduce en esa zona”, sostiene.
Organizando la lucha y resistencia
La población de Paurito ha denunciado constantemente estas ocupaciones. Un referente principal de esta lucha son las tejedoras, para quienes todo esto no solo significa el despojo de territorio, sino de saberes y prácticas ancestrales. Por ello se han iniciado diversas acciones de denuncia en medios de comunicación y ante las autoridades.
“Nosotras hicimos cartas a la Gobernación de Santa Cruz, a la Dirección de Medio Ambiente, e incluso fuimos hasta la ABT (Autoridad de Fiscalización y Control de Bosques y Tierras), y al Municipio de Cabezas, para exigir que se frene el ingreso a la reserva”, indica Mariela Gutiérrez. “Si esa reserva se pierde, se pierde el símbolo de oriente boliviano”, advierte.
Según Juanita Pinto, hasta ahora no han tenido una respuesta concreta de parte de las autoridades. Saben que en cualquier momento se reactiva el conflicto y los grupos organizados están pendientes de ingresar a la reserva.
Eduardo Farel, dirigente vecinal de Paurito, comenta que desde pequeño vio a su abuela, tías y madre hacer sombreros para poder sustentarse, por lo que reconoce el valor de la palmera para él y su entorno. En la actualidad, asegura que esa tradición peligra porque las autoridades y dirigencias solo tienen intereses personales y no colectivos.
Y para ellos, el pueblo de Paurito es el auténtico dueño de la palma, en particular las mujeres, porque desde la niñez estuvieron vinculadas al saó, lo saben y sienten cuando tejen.
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