Un adiós a Don Vitaliano Ramos

OPINIÓN

Tu aporte nos permite hacer periodismo independiente, de calidad y sobre todo útil para la sociedad. Sé un amigo/a de La Región, hazte miembro. Haz click aquí para saber cómo.

*Freddy Céspedes Espinoza

Después de cinco días de caminata por la cordillera de Apolobamba, en La Paz, el despoblado de Curva recibía a cuatro turistas y al guía. Los cinco hacían su arribo a este sitio colonial con su iglesia solitaria, ventanales con niños que se ocultaban al vernos; borricos y chanchos regordetes que paseaban felices en este tranquilo poblado de los Kallawayas.

Llegaron los caballos y mulas con el equipaje, más atrás los visitantes. La fuerte vagoneta 4×4 de don Vitaliano Ramos esperaba cerca de un laguito con ivis negros y patos zambullidores.

Él estaba ansioso por trasladarnos Charazani; la noche ya se venía encima, así que ayudaba presuroso a subir las mochilas, carpas y utensilios de cocina al bólido.

Se despidieron los arrieros, ya era tiempo para el trabajo del motor del coche, que en un interminable zigzag nocturno, sorteaba piedras, baches y riachuelos que invadían el camino sin mantenimiento.

De pronto, en una cerrada curva las luces del coche alumbraron los ojos asustados de un chancho obeso que solo atinó a emitir un chillido de muerte cuando el vehículo Land Cruisser lo atropelló.

Frenamos en seco, pero nadie se animó a bajar para ver a la víctima. En la cara de don Vita, como lo llamábamos los guías, apareció su pesar y echaba la culpa al dueño que no cuidaba sus cerdos, así llegó a Charazani arrastrando el remordimiento.

Digo arrastrando, porque el infeliz chanchito iba con una cuerda amarrada al cuello, la misma que se envolvió en los muelles del coche.

Esa es una de las muchas anécdotas de don Vita, con quien compartimos viajes que duraban hasta 25 días. Por su parte él nos llamaba con diminutivos: Juanito, Carlitos y a las damas, reinitas.

A don Vita lo conocí cuando yo era un niño. Manejaba un colectivo de la línea 17 y un día me invitó a sentarme sobre la caja de herramientas que iba a lado de su asiento. Allí observé detenidamente la responsabilidad de manejar y lidiar con pasajeros que no pasaban al centro o se quedaban cerca a la puerta. También organizando escolares que seguían jugando dentro el colectivo. Se me grabó su rostro, fue la primera vez que me senté cerca al chofer, un verdadero regalo para la vida de un chiquillo.

Pasaron los años y nos volvimos a sentar juntos, disfrutando viajes largos, compartiendo problemas del coche que él solucionaba rápidamente; pinchazos de llantas en medio del desierto y tomando valientes decisiones para sumergirse en el río Lauca antes de llegar a Coipasa y los Chipayas.

Tenía un humor inteligente a la hora de hacer bromas, sin dañar a las personas. Disfrutaba con los guías y nosotros aprendíamos muchas cosas sobre la vida en sus charlas y consejos sabios.

Don Vita tenía un mapa en la cabeza. Recordaba sorprendentemente las rutas en los pasos de montañas y volcanes de la laguna Colorada, sabía cruzar los ríos hacia Rurrenabaque y otras rutas infernales. Mantenía una simbiosis entre él y su coche, una extraña relación espiritual, ya que antes de comenzar el viaje, revisaba el agua, medía el aceite del motor. En una conversación respetuosa con el radiador, abría la tapa y le susurraba: “no me falles papito” y le echaba unas gotas de alcohol. Siempre llegaba a su destino. Cuando pasaba por el camino y observaba una cruz, se santiguaba y dejaba escapar un comentario: “alma bendita”.

Don Vita fue uno de los primeros conductores de turismo de aventura, de turismo geológico, fotográfico y turismo de montaña en el país. Subía hasta los puntos más altos de los volcanes, hasta el Uturunku, casi hasta los seis mil metros sobre el nivel del mar. Increíble pero cierto para esa época, donde solo había una senda para ascender hasta una vieja mina de azufre.

Don Vita se marchó, debe estar ahora en el Paso del Chucchu, o tal vez en Rurrenabaque (Beni) o en el Salar de Uyuni (Potosí), para luego ascender a los cielos y encontrarse con Dios y la Virgen María a quién siempre nombraba.

Descansa en Paz don Vitaliano Ramos.

*Freddy Céspedes Espinoza es guía de turismo y comunicador social.


Las opiniones expresadas en esta sección son de exclusiva responsabilidad del autor y no reflejan necesariamente la postura del medio.


El futuro de La Región depende de quienes ven el valor de lo que hacemos y quieren apoyarnos para mejorar. Únete a nuestra comunidad. Haz clik en la imagen para saber cómo.

 

Destacados