Foto: Doly Leytón Arnez
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Fotos y texto: Rocío Lloret Céspedes

La Ceja de El Alto es un hervidero de gente. Mucho antes del amanecer, mujeres de pollera, cargadas con pesados atadijos de aguayos multicolores, recorren las calles con la mirada baja, como si nada pudiera hacerles cambiar de dirección. Hombres abrigados hasta el rostro apresuran el paso con las manos en los bolsillos y, de a poco, con la llegada de los primeros rayos del sol, un carnaval de colores empieza a golpear la vista. Letreros de fondo blanco y letras naranja, cartulinas negras con avisos inmobiliarios fosforescentes, micros del año 70 color verde lechuga. Niños con uniformes grises y azules que corren de la mano de sus padres. Todo, todo gira de manera rápida e intensa, como si de un espacio psicodélico se tratara. Se oye música. Cumbias andinas, reggaetones modernos; lastimeras melodías que evocan amores perdidos. Desde los parlantes de las tiendas que empiezan a abrir sus puertas, desde las interminables filas de minibuses que alfombran las principales avenidas. Desde donde se sienta emanan gritos, una cumbia o un sollozo. A medida que pasan las horas, la gente se zarandea entre los vehículos, cruza de una avenida a otra arriesgando su vida, se apuesta a comer una tucumana o espera que ese sol invernal penetre un poco para darle calor.

La galería es un lugar donde se aprecia el talento oculto de El Alto.

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Y ahí, en medio de ese frenesí de comercios, con productos de limpieza que llegan más allá de las aceras, frutas y verduras, un oso de hojalata da la bienvenida a un museo de arte. Justo al lado de un quiosco verde, en cuyo techo se posa una réplica de La Piedad, la célebre obra de Miguel Ángel. En el corazón de El Alto, la calle 5 de la zona 12 de Octubre.

Facundo Vásquez decidió convertir el depósito de mercaderías de la casa de su madre en una galería, no solo para exponer sus obras, sino para dar cabida a otros artistas como él. En una de las ciudades más pobladas de Bolivia, hasta hace tres años solo había dos lugares para este cometido: el Museo Antonio Paredes Candia y otro espacio que está en la zona 16 de Julio. Y entonces nació Jiwasanki, que quiere decir “lo nuestro” en idioma aymara.

Cambio de vida

Aunque se trata de una iniciativa privada, tanto el ingreso como la solicitud para exhibir pinturas, dibujos y esculturas no tiene costo, y debe hacerse mediante la dirección de Culturas del Gobierno Municipal de El Alto.

Para el gestor, basta ver cómo mujeres de amplias polleras, cargadas con bolsas y acompañadas de hijos pequeños bajan aquellas gradas para quedarse mirando durante varios minutos aquellas obras de arte.

Hasta hace unos años, Facundo era un hábil pintor de letreros, que luego se compró un plotter. Ganaba bien. Tenía gente que dependía de él y muchas veces no abastecía para atender la demanda de sus clientes.

Por eso, cuando le dijo a su mamá que convertiría parte de su casa en un museo de arte, la señora quedó impactada y le preguntó de qué viviría.

“Si yo hubiera sabido que había una escuela de Artes cuando salí del colegio, quizás me habría metido directo. Pero no sabía, por eso un día con unos amigos decidí abrir esto, que ahora es de El Alto. Yo podré irme, pero esto quedará para El Alto”, dice.

El ingreso gratuito permite al público admirar las piezas.

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Arte con propósito

Con la subasta de esta pieza, el artista ayudó a un centro de rescate de animales silvestres. Foto: Facundo Vásquez.

Las obras que aquí se exhiben son temáticas. Hace poco se lanzó un concurso y con los ganadores se montó una exposición sobre el Vía Crucis de Jesucristo. El objetivo: concienciar a la gente sobre la presencia de Dios en sus vidas. La segunda iniciativa convocó a pintar o dibujar sobre animales, especialmente los domésticos, que muchas veces son muy maltratados.

Esos llamados de atención mediante el arte, así como las cuestiones sociales mueven mucho a este artista especializado en la escultura con materiales reciclables. A él le gusta que la gente se quede mirando sus obras y por lo menos piense que, con pequeñas acciones, es posible cambiar muchas cosas.

Esto coincide con los materiales que usa para crear: tornillos, piedras, troncos en desuso, fierros y piezas reciclables que para otros ya no tienen utilidad. “El otro día vi en la autopista (La Paz-El Alto) unos troncos que estaban botados. Pagué el transporte y le pedí a la gente que va a trotar que me ayude a subirlos. Ahora tengo seis retazos que pronto se convertirán en piezas de arte”.

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Reciclar para cambiar

En la terraza del museo, que en realidad es una casa multifamiliar de tres pisos, está parte de todo lo que Facundo usa para hacer sus obras. En realidad el lugar parece un taller a cielo abierto, con un fondo poco común y nada silencioso: la Ceja de El Alto, con sus letreros inmensos, sus calles llenas de vehículos, puestos de venta de todo tipo de productos, y gente que camina apurada.

Aquí se hace desde maseteros en forma de bicicleta o animales, hasta una tortuga gigante de papel en desuso, así como figuras andinas talladas en piedra. “Cuando voy caminando por la calle, siempre encuentro material que puede servirme”, dice Facundo con voz serena. Allí donde un ciudadano común ve un desecho, él imagina una silueta.

Con ese entusiasmo nació también la idea de apoyar causas ecológicas. Hace algún tiempo, este hombre de 39 años, egresado de la Escuela Municipal de Artes de El Alto, hizo un perro de fierro a gran escala, que subastó en unos 500 dólares para entregarle el dinero a Senda Verde, un refugio de animales silvestres rescatados del tráfico de especies, que funciona en Yolosa (Yungas, La Paz). “Me dijeron que había un osito jucumari rescatado y no sabía cómo acercarme, pero en una exposición en La Paz hicimos la subasta. Después que entregamos el perrito, la gente me seguía llamando para subir la oferta”.

Un proyecto de todos

Erland Balboa es uno de los artistas alteños beneficiados con el emprendimiento.

Carla Lorena Mariño es egresada de la carrera de Diseño de la UMSA. Por estos meses hace su pasantía en ‘Jiwasanki’. Para ella, así como para los amigos de Facundo que exponen sus obras y trabajan junto a él por este proyecto, se trata de algo gratificante lo que lograron en la joven ciudad.

Muchos de estos artistas, como Erland Balboa, son alteños con mucho talento que tenían pocas oportunidades para dar a conocer su obra. “A mi papá no le gustó la idea que yo me dedique a esto, pero yo soy feliz”, cuenta él.

Viendo todo esto, Facundo no habla de grandes cosas, prefiere ir de a poco y aunque ahora sus recursos no son los de antes, con concursos que gana y lo que obtiene por vender los maseteros, entre otras piezas de múltiple uso, se siente satisfecho, porque sabe que el arte es una manera de educar, y concienciar a las nuevas generaciones. “De alguna manera, es decirle a la gente que por lo menos le dé un pedazo de pan a su perro, que no ensucie las calles porque este es el único mundo que tenemos, que limpie la laguna de Achocalla, porque antes había sapitos y ahora hay plásticos y contaminación”.

Mientras habla, en el interior del museo reina el silencio. Afuera el ritmo de vida es otro, pero aquí –entre muros blancos de los que penden distintos cuadros- se siente tranquilidad y el lugar idóneo para mirar, pensar y, quizá, tomar la decisión de cambiar algo, en pro del bien común.

¿Cómo llegar?


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