En 37 años Bolivia perdió casi 8 millones de hectáreas de bosque: ¿qué hacer con las áreas afectadas?

La deforestación impulsada por la creciente demanda global de la carne vacuna, la soya y otros cereales, están propiciando la depredación de ecosistemas únicos como el Bosque Seco Chiquitano, el Gran Chaco y la Amazonia. Expertos ven posible disminuir la deforestación enfocándose en potenciar la producción en las áreas dañadas, para no seguir con el ecocidio.

Foto: Ernst Drawert

Fortunato Vargas Mejía (71 años) fue testigo del avance de la deforestación en Puerto Villarroel, un municipio de Cochabamba, en el centro de Bolivia. Cuando llegó a este paraje tropical, en la década de los 70, recuerda que se iniciaba la construcción de la carretera nueva entre Cochabamba y Santa Cruz. “Había sembradíos de coca, arroz y frutales”evocana este hombre que se dedicaba a la navegación por las aguas del río Mamoré.

Este río era vacío, virgen, nunca pensé que se llenaría de gente.

La vida lo llevó a convertirse en pescador. Durante días, recorría las aguas cuesta abajo, hasta llegar a Beni, obteniendo peces de distintas especies. Pero un día, en 2007, ya no pudo más. Se dio cuenta que aquel territorio virgen que conoció se fue llenando de chacos. Los árboles empezaron a desaparecer para convertirse en terrenos para la siembra. El pacú, el surubí, el simicuyo, el bacalao, el muturo, el general, el dorado, muchas especies empezaron a mermar de los ríos.

Hoy, retirado ya del oficio, Fortunato tiene una tienda de barrio donde vende productos de primera necesidad. Pequeño, de rostro moreno y bigote escaso, todavía señala las riberas del río, en cuyas orillas ya no se ve caimanes ni capibaras. Ya nunca más pasó los sustos de su juventud cuando se topaba con animales silvestres con frecuencia.

Había mucho tigre (jaguar). Conocí al oso bandera, había londra, pero también había cazadores, ellos disfrutaban. Venían a explotar la riqueza natural.

Puerto Villarroel es el botón de muestra de lo que ocurre en Bolivia en los últimos 37 años. Solo entre 2020 y 2022, se perdieron casi 800 mil hectáreas de bosque debido a la deforestación impulsada por diversos factores, como: la creciente demanda global de la carne vacuna, la soya y otros cereales, pero también por asentamientos irregulares de comunidades campesinas. Ecosistemas como el Bosque Seco Chiquitano, único en el mundo; Gran Chaco y la Amazonia son los más golpeados, según la presentación de la primera colección de mapas sobre el cambio de la cobertura y uso de suelo ocurridos en Bolivia entre 1985 y 2022.

Menos árboles, más calor

Una de las zonas afectadas por la deforestación en Santa Cruz es Ñembi Guasu. La Región registró esta imagen en un recorrido realizado por el área protegida. Foto: Fernando Portugal

El trabajo, realizado por la Fundación Amigos de la Naturaleza (FAN) con apoyo de la Red Amazónica de Información Socioambiental (RAISG), da cuenta que Bolivia perdió 7,9 millones de hectáreas de bosque durante los últimos 37 años (1985-2022). Ello significa que, de tener 63 millones de hectáreas de bosque en 1985, en 2022 se reportó 55 millones.

Marlene Quintanilla, directora de Investigación y Gestión del Conocimiento de FAN explica a La Región que se ha perdido como el 12.5% de bosque original que tenía el país. Y esa pérdida está concentrada, principalmente, en Santa Cruz, donde ocurre el 79 % de la deforestación.

“Las pérdidas más importantes están en las ecorregiones del Bosque Seco Chiquitano y el Gran Chaco, dos ecorregiones que ya han perdido el 22 por ciento de su bosque original. La Amazonia, que por supuesto es importante por su extensión, es el área donde se ha perdido más bosque, como 2,2 millones de hectáreas, pero dado que es un bosque más extenso, representa un nueve por ciento en términos de pérdida de bosque”, dice en una entrevista virtual.

Un árbol se encarga de regular el clima, ello significa que el bosque ayuda a enfriar la temperatura y su pérdida implica el aumento de temperatura superficial “entre 12 y 19 grados centígrados”.

Gracias a Mapbiomas, que es un retrato del avance de la deforestación, es posible identificar que en las regiones donde hay más pérdida de bosque, hay una tendencia a disminuir la cantidad de lluvia.

El otro punto importante —dice la experta— es que gran parte de los suelos de Bolivia son forestales, con lo cual, la eliminación de bosque genera mayor degradación de los mismos.

En términos de fauna y flora, los bosques son hábitats de mamíferos como el jaguar (Phantera onca), cuya presencia es importante para la salud de estos ecosistemas, porque es regulador de otras especies como los roedores. Al eliminar bosques, se reduce el espacio de distribución de estos animales. Del mismo modo, la cantidad de especies vegetales que se pierde no solo impacta en la función ecológica, sino que estas plantas tienen valor medicinal, alimenticio e incluso maderable.

Menos hielo, menos agua

El otro dato preocupante que arroja Mapbiomas tiene que ver con la pérdida de glaciares. Así, en los últimos 37 años la cobertura de nieve en Bolivia se redujo más de la mitad (56.2 %), lo que implica que desaparecieron 39 mil hectáreas de hielo.

“La humedad que generan los distintos tipos de bosques que tenemos, es transportada por los vientos y los movimientos atmosféricos. Esa humedad, que algunos llaman ríos voladores, llega hasta la cordillera de los Andes y allí se genera el proceso de condensación y precipitación (lluvia). Cuando disminuimos bosques, estamos alterando esa humedad, que llega a montañas y serranías para generar lluvia y recargar acuíferos”, asegura Quintanilla.

La figura para entender mejor lo que sucede es una cadena. Los bosques enfrían el clima; al eliminarlos, se eleva la temperatura, principalmente en las ciudades. Y ese aumento de calor es el que impacta directamente en los glaciares o nevados.

“Esto significa que poblaciones de grandes ciudades como La Paz, Oruro o Potosí presentan disminución de agua para el abastecimiento urbano, porque hay menos cantidad de glaciares, que están recargando sus acuíferos y hay una mayor demanda de agua porque con el ascenso de temperatura, también la demanda aumenta”.

¿Regenerar o aprovechar?

La regeneración de los bosques es un proceso que depende de muchos otros factores. En la Amazonia, por ejemplo, la restauración natural es más factible porque hay mejores condiciones de humedad y condiciones climáticas que le favorecen, “lo cual tampoco garantizan que vuelva a su estructura original”, advierte Quintanilla. Porque “un bosque, una vez se elimina, difícilmente va a volver a ser un bosque, salvo que lo dejemos sin tocar por 50 a 100 años”.

En cambio, en el Bosque seco chiquitano y el Gran Chaco, la regeneración natural es mucho más compleja, porque es más lenta y tendría que limitarse el acceso a las áreas afectadas. Y apelar a la restauración inducida o reforestación es un tema de mayor cuidado, “porque podemos alterar paisajes”.

Frente a ello, ¿qué es lo mejor para los bosques afectados?

Tanto Quintanilla como Saúl Cuéllar, gerente de proyecto Plan Técnico RAISG, coinciden en que aprovechar las actuales áreas de bosque deforestadas, mediante el uso de más tecnología, permitiría disminuir la deforestación.

“Se debe enfocar las mejoras en la productividad en las áreas ya deforestadas y mirar las áreas de bosque que queda como portafolio para productos maderables y no maderables, que ofrecen alternativas económicas muy importantes para el país”, sostiene Quintanilla.

Bajo esta perspectiva, de los casi ocho millones de hectáreas afectadas, casi la mitad está produciendo y la otra mitad está abandonada, lo cual representa una oportunidad económica para Bolivia. De lo contrario, de seguir acabando con los bosques, nos enfrentamos a una escena de cambio climático donde cada vez se requerirá más agua.

Para Fortunato, quien ha visto perderse el paisaje del lugar donde vive hace más de 40 años, las consecuencias ya son más que tangibles. “Yo lo mido en las redes cada vez más pequeñas que usan hoy en día los pescadores”, dice, en alusión a que las especies grandes son cada vez más escasas.