La Región
En plena plaza principal de Concepción, a 286 kilómetros de la capital cruceña, hay un caserón que tiene un pasillo al ingreso y un tranpiche en el patio rodeado de habitaciones. En este lugar –reza una placa de metal- nació “un chiquitano que llegó a ser presidente de Bolivia”.
El letrero hace alusión a Hugo Banzer Suárez (1926-2002), dos veces jefe de estado (1971-1978 y 1997-2001); la primera mediante un golpe de estado. Por ello, en la primera sala hay un espacio dedicado a sus fotos familiares y un sillón que le regaló su gabinete ministerial; un trabajo en cuero, con repujado de medio relieve, como motivos barrocos. A su lado, el último busto de madera que su esposa, Yolanda Prada, encargó que le hicieran. Allí ya luce su extrema delgadez, consecuencia del cáncer que acabó con su vida.
“En su última gestión (1997), él viene y entrega a la iglesia su casa vieja. El pueblo y los religiosos consiguen recursos y hacen este Museo de arte sacro”, explica Pedro Jare Chappy, restaurador que también es guía en este espacio.
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Reliquias invaluables
Al quedar en manos de la iglesia, se aprovechó los espacios para distribuir piezas que se fueron recolectando de las misiones jesuíticas de Santa Cruz. También se destinó una habitación para el taller de restauración, donde se trabaja con obras que fueron carcomidas por insectos y que se deben reconstruir con precisión y paciencia.
La riqueza cultural de todo este material radica no solo en el tiempo sino en los detalles de los tallados hechos a mano, exclusivamente para las iglesias. Así por ejemplo, se encuentran los vargueños, que son muebles construidos para guardar manuscritos de los sacerdotes y las joyas de la virgen. El autor es un carpintero español de apellido Vargas, que –según Jare- fue traído para ese fin. Entre otras características los tallados en relieve hacen alusión a las aves y a la selva. Datan del siglo XVII y solo se los encuentra en las misiones de Chiquitos y Moxos, en Beni.
También están imágenes que fueron rescatadas durante la época de restauración, en la década de los 70.
Rostros del apóstol San Pedro y la Virgen María, Santa Anta, San Antonio, serafines, que eran parte de los decorativos de las cornisas y las arquerías de las iglesias. Todo aquello fue hallado en retazos o completos, como fieles vestigios de una labor artística extraordinaria. Se trata, además, de piezas que tienen articulaciones, lo que implica que eran usadas para las procesiones religiosas.
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Un poco de historia
Los jesuitas llegaron a la Chiquitania, en Santa Cruz, y Moxos, en Beni, en el siglo XVII. Mediante la música y la doctrina católica, comenzaron a evangelizar a los indígenas y, contrariamente a lo que sucedió en el occidente de Bolivia, lo hicieron de manera no violenta. De ahí que entre 1767 y 1768, cuando la misión de San Ignacio de Loyola fue expulsada por la corona española, mucha gente enterró partituras de música y piezas de arte, ya que se dieron cuenta que los nuevos españoles que enviaron, tenían la ambición de despojar a los templos.
Cuando el sacerdote y arquitecto suizo Hans Roth descubrió todo aquello, quedó maravillado y gestionó la reconstrucción, que comenzó en 1972. Durante 30 años se trabajó en seis de los diez pueblos identificados hasta ahora como misionales, recuperando los templos, estudiando la música y reviviendo la cultura que surgió de la simbiosis entre la cosmovisión chiquitana y la católica.
Posterior a los jesuitas, los franciscanos continuaron con la evangelización. Empero, las bases ya habían sido sentadas en la gente, con lo cual hasta hoy en día se puede apreciar en estas poblaciones una alta tradición religiosa, herencia de sus antepasados.
Un oficio para los chiquitanos
El 12 de diciembre de 1990, la Unesco declaró a las Misiones Jesuíticas de Chiquitos Patrimonio Cultural de la Humanidad, por el “encuentro entre culturas y la pervivencia de sus manifestaciones”.
Fue entonces que surgió el Plan Misiones, una institución independiente, que se encarga de preservar la riqueza del pueblo chiquitano e impulsa políticas públicas en pro de los habitantes de la región. Esta cuenta con el apoyo económico de la cooperación española y los gobiernos departamentales y municipales, según explicó Marcelo Vargas, actual director ejecutivo.
Como parte de su labor, están los talleres que se organizan de manera permanente, así como los temporales, dependiendo las necesidades de cada municipio. En el caso de Concepción, por ejemplo, el de carpintería ha formado a cientos de jóvenes que aprenden no solo a restaurar, sino a hacer réplicas de las pizas que están en el Museo de Arte Sacro.
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Un gran aporte cultural
De esa manera se conservan reliquias que datan de siglos XVII y XVIII, con los jesuitas, pero también del XIX, cuando los franciscanos empezaron a aplicar técnicas italianas en las construcciones de iglesias. De hecho en el museo, hay arquerías pertenecen a las misiones franciscanas de la provincia Guarayos, un estilo neogótico y ya no barroco como el de sus antecesores. “Ellos (los franciscanos) trajeron talladores italianos, que empezaron a hacer esto, imitando los retablos de la capital sixtina de Roma. Este mismo estilo se hizo en Europa, el siglo XVI, son capiteles y columnas neoclásicas romanas”, explica el guía, quien también fue pupilo de Hans Roth.
Una de las características de poblaciones como Concepción tiene que ver precisamente con todo esto, el respeto y la preservación de las costumbres chiquitanas, en cuanto a religión se refiere.
En muchos sitios todavía las mamas o mujeres de mayor edad se reúnen para limpiar los templos, como una manera de servir a Dios, como sucedía con sus antepasados.
La música también fue un gran aporte, debido a que en esta región los niños aprenden a interpretar instrumentos de cuerda desde muy pequeños y su repertorio siempre contiene temas del archivo misional de Chiquitos.
Costo de ingreso al museo
- Nacionales: Bs 15
- Extranjeros: Bs 25
- Estudiantes: Bs 10 Bs
- Archivo Musical: Bs 15
- Derecho a fotos: Bs 5
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