Editorial
La silenciosa y casi solitaria tarea de hacer ciencia en Bolivia

Opinión

Hacer investigación en Bolivia es una tarea a mucho pulmón y poco reconocimiento. Existe un grupo, por fortuna muy grande, de hombres y mujeres que, en diferentes ramas de la ciencia, trabajan en silencio para conocer un poco más sobre biodiversidad, enfermedades del ser humano y una amplia gama que también pasa por las ciencias sociales. Todo ello para entender un poco más los tiempos que se viven y descubrir la maravillosa vida de seres que todavía son un misterio para la ciencia.

Es el caso de los Rivúlidos, una familia de peces, algunas de cuyas especies han llamado la atención de expertos como Heinz Arno Drawert, por algunas características de su comportamiento, como sobrevivir fuera del agua durante varias horas, o adaptarse a la sequía. Aunque falta mucho para saber al respecto, Bolivia tiene más de 15 especies endémicas, lo que significa que únicamente se encuentran en el país.

Todos estos estudios, que llevan —en la mayoría de los casos— años, casi siempre se realizan con alianzas de organizaciones internacionales, dado el bajo interés (por no decir nulo) de entidades del Estado por apoyar estas iniciativas. 

Las universidades y los museos de historia natural se han convertido en instituciones de respaldo, de manera que los interesados pueden postular a fondos, becas y otros financiamientos para dedicarse a observar, estudiar y una serie de pasos que incluye la revisión de pares, o sometimiento a procesos de otros científicos, antes de publicar informes. Todo esto acompañado de otras actividades para generar recursos, porque si bien muchos de estos fondos son para las investigaciones, no siempre dejan el dinero necesario para solventar los gastos.

En los últimos años se ha visibilizado con mayor énfasis la tarea de estos hombres y mujeres, y ello ha permitido ampliar el registro de especies bolivianas, por ejemplo. Sin embargo, el camino es largo. Se estima que solo el 20% de la Amazonia boliviana ha sido estudiada y queda todo un resto por conocer, sin mencionar otras áreas y comportamientos de especies.

Toda esta información muchas veces ayuda a generar estrategias de conservación y ahí radica su importancia. Entender, por ejemplo, cómo un pez puede adaptarse a la sequía, permitiría saber su entorno, los factores que le permiten tal comportamiento y una serie de detalles que parecen sencillos, pero no lo son.

Queda un mundo por descubrir, pero por fortuna, quedan (y cada vez más) científicos y científicas ávidos por aportar al país con su conocimiento y experiencia. Enhorabuena por todos ellos.