Tuyu-tuyu: el viscoso y nutritivo manjar de la Amazonía boliviana

En Bolivia, la comunidad indígena de Irimo se rebela ante la aprehensión que suele existir en torno a comer insectos y encuentra en las larvas una fuente de nutrientes, una medicina y un deleite culinario.

El tuyu-tuyu se come así: dedo índice y pulgar a la cabeza —que es negra y pequeña en comparación al cuerpo blanco y regordete—, y se lleva a la boca. Uno, dos, tres: un mordisco que es, a su vez, un jalonazo: la piel del tuyu-tuyu, al menos cuando ha sido cocinada, es dura y chiclosa y casi imposible de cortar con los dientes. Al tuyu-tuyu, más que morderlo, se lo suerbe (¿recuerdan los chicles Bubbaloo rellenos de juguito? Bueno: eso). Morder la cabeza, dicen, no es la mejor manera de vivir la experiencia gastronómica de tragarse esta larva.

Luego de recorrer un camino de tierra en medio de la selva se llega a Irimo, una comunidad indígena de la Amazonía boliviana a 72 kilómetros del municipio de Apolo –capital de la provincia de Franz Tamayo– y a 400 kilómetros de la ciudad de La Paz. Allí, muy alto, está el árbol de motacú, una especie nativa de palmera en cuyo tallo reposan las larvas de un insecto similar al gorgojo que los integrantes recolectan y consumen. Las llaman tuyu-tuyu, mojojoy o suri, dependiendo de la zona del Amazonas, y es la larva del escarabajo Rhynchophorus palmarum.

Se habla todo el tiempo de que sabe a nueces, pero en realidad el sabor es lo último en lo que se piensa cuando se muerde por primera vez. Lo primero es la grasa: el líquido aceitoso que llena la boca, que unta la lengua y el paladar y los dientes. Luego la piel, con la que se lucha en la boca y que se va pegando por ahí en las muelas.

Y luego, cuando se logra tragar todo, uno piensa si maní o almendras o lo que sea. No es una experiencia traumática. Su sabor y su textura no son los más extraños que podrán probar en la vida. Pero eso no borra el hecho de haber agarrado una larva con la mano para llevársela a la boca.

Juan Pala Chuiri con parte de su cosecha.
La larva es una delicia exótica que los lugareños disfrutan desde su infancia.

El tuyu-tuyu en Bolivia es un plato, pero también una rareza en display para los turistas: son muchos los restaurantes que los tienen ahí, en peceras, vivos. Como si se tratara de un restaurante caro en el que el comensal escoge la langosta que se va a comer. Hay quienes se lo comen directo y crudo, de la tierra o de la pecera, pero también los hay fritos o asados en brocheta. Esta última es seguro la mejor opción para quienes lo van a probar por primera vez. Dicen que es un gran alimento de la selva. Pero el tuyu-tuyu para muchos es una historia para contar, una foto de Instagram. El momento Hakuna Matata con el que soñamos: viscosos pero sabrosos.

Plato fuerte

Dice Raquel Lurice Taraniapo que come tuyu-tuyu desde que era una niña y que aprendió a recolectarlas junto a sus abuelos. En Irimo vive con su familia y su esposo Juan Pala Chuiri. Ella tiene 45 años, su risa es fácil y abundante. Ambos se dedican al cultivo de arroz, maní, yuca, sandía y también de motacú, la palmera donde habita el tuyu-tuyu.

Las larvas tienen la apariencia de un gusano no mayor a un dedo pulgar, con un cuerpo blando, hinchado y surcado de anillos y una cabeza oscura, pero son, en realidad, la segunda fase en la metamorfosis de un insecto herbívoro de la familia de los curculiónidos (gorgojos) y el orden Coleoptera. La hembra deposita entre 150 y 250 huevos en el tallo del motacú y una vez sale, la larva se alimenta de los tejidos de la planta para aumentar su masa corporal; luego entra en una fase de crisálida hasta que el capullo se rompe y surge, finalmente, el adulto.Aunque en general las larvas de insectos suelen considerarse como una plaga puesto que son capaces de devorar una plantación entera, su función en un ecosistema es esencial: al ser consumidoras de plantas y, a la vez, comida para animales como pájaros o murciélagos, transforman la materia vegetal que ingieren en alimento para otros. En el caso del tuyu-tuyu son, además, alimento para los seres humanos.

Raquel Lurice Taraniapo en Irimo durante la recolección de la larva.

La Amazonía ocupa el 43 % del territorio boliviano con cinco de nueve departamentos. Son 88 municipios y 29 pueblos indígenas y otros afrodescendientes que viven de la caza, la pesca y el cultivo de plátano, yuca y maíz. Sin embargo, no tiene más de un millón y medio de habitantes, lo que equivale alrededor del 10 % de la población del país y, a pesar de ser una fuente de recursos naturales —en ocasiones explotados de manera irracional— ha sido una región olvidada y vulnerada históricamente.

En Irimo la comunidad participa en la recolección. Protegido del sol por las ramas de los árboles y tras una hora de caminata hasta la plantación de motacú, Juan Pala Chuiri abre un tajo en el tallo con su machete y enseguida prueba el palmito que se encuentra allí —de esa palmera también se extrae aceite, sus frutos son comestibles y sus hojas se utilizan para construir techos de viviendas—. Después, en el hueco del tallo, señala tres tuyu-tuyu que se mueven con torpeza.

Además de sus valores nutritivos esta delicia es muy valorada por sus propiedades curativas.

Aunque no existe un estudio lo suficientemente riguroso en cuanto a las propiedades de estas larvas, los habitantes de la Amazonía —que las consumen desde hace cientos de años— saben que son una fuente de proteínas, aminoácidos, minerales y vitaminas A y E. Saben que el aceite que sale de su cuerpo cura la tos, las enfermedades respiratorias y mantiene las defensas altas.

La FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) recomienda comer insectos.  Según indica, unas dos mil millones de personas en Asia, África y América Latina lo hacen. A pesar de que existe una reticencia cultural en torno a ellos, nada indica que consumirlos sea perjudicial. Por el contrario, la FAO enumera los beneficios ambientales, de salud y sociales que traen: los insectos están en todas partes, se reproducen con rapidez, producen menos gases de efecto invernadero que el ganado y requieren de menor cantidad de agua, pueden criarse de manera fácil y la recolección no implica demasiado esfuerzo, el cultivo y la venta son una salida laboral para comunidades vulneradas.

Pero quizás la ventaja más importante es su alto contenido de nutrientes: proteínas, grasas, fibra y minerales. Además, pueden comerse enteros o molidos y el riesgo de que transmitan enfermedades o parásitos es mínimo. Si se tiene en cuenta que para 2030 cerca de nueve mil millones de personas necesitarán ser alimentadas, la entomofagia, más que una alternativa gastronómica, deberá convertirse en un hábito de vida, sugiere la FAO.

A medida que la población crezca, tener tierra suficiente para la agricultura será cada vez una mayor preocupación, mientras que criar insectos tiene un impacto ambiental menor; para producir 1 kg de masa, los insectos necesitan 2 kg de alimento, pero el ganado necesita 8 kg.

Es decir, que una manera de salvar el planeta y poder alimentar a todes sus habitantes es comiendo bichos, nos guste o no. Más allá de las reservas que podamos tener a la hora de comer insectos, debemos aprender de las comunidades que lo llevan haciendo desde hace siglos y de distintas maneras.

Es posible comer las larvas de tuyu-tuyu crudas, pero en esta ocasión Juan Pala Chuiri prefiere llevarlas a casa para fritarlas.

*Este artículo es parte de Rebeldes, un especial periodístico regional, un manifiesto y un recetario realizado por Cerosetenta, con
el apoyo del programa de medios y comunicación de la Friedrich Ebert Stiftung para América Latina.

Destacados