Rodolfo Chisleanschi / Mongabay Latam
“Aquí el amigo toma jugo de rana porque tiene cinco mujeres”, dice la mujer entre carcajadas un minuto después de haber ejecutado con quirúrgica precisión un procedimiento que repite entre 50 y 70 veces en el día. Extrae un ejemplar de rana de un pequeño acuario que tiene sobre el mostrador, le golpea la cabeza, le quita la piel e introduce el resto del cuerpo en una licuadora. En un instante, el animal acaba mezclado con los restantes elementos que componen un exótico brebaje.
La escena, que tiene lugar en un modesto despacho de bebidas y comidas en los malecones que rodean al Puente Nuevo de Lima, la capital peruana, fue grabada hace ya algunos años pero no ha perdido vigencia. El jugo de rana, al cual se le atribuyen propiedades cuasi milagrosas que van desde el aumento de la fertilidad y la potencia sexual a la curación de patologías pulmonares o cardíacas pasando por el alivio del estrés, sigue siendo un producto de consumo habitual. Y aunque la ciencia demuestre que el origen de sus cualidades medicinales está en la maca, el tubérculo andino que forma parte de la preparación, y no en la rana, nadie quiere privarse del componente vertebrado de la misma.
Muy lejos de allí, en el lago Titicaca, a 3800 metros sobre el nivel del mar, prácticamente nadie prepara ese jugo. No es una costumbre del lugar. Como mucho, los restaurantes de la zona ofrecen ancas de rana como plato exclusivo, aunque desde hace algún tiempo lo hacen de manera discreta, casi oculta. La percepción sobre los anfibios ha comenzado a cambiar entre los pobladores locales, pero muchas veces, demasiadas, las necesidades económicas los obligan a modificar sus prioridades. La demanda es alta, la venta de ranas origina un ingreso extra al que se hace difícil renunciar, y las ranas terminan viajando en cajas de varios pisos rumbo a las grandes ciudades del país.
Por uno u otro camino, el resultado es el mismo: miles de ejemplares son extraídos anualmente del lago navegable más alto del planeta y la extinción acecha a varias especies. Es el caso de la rana gigante del Titicaca (Telmatobius culeus), que desde 2016 aparece ubicada en el apartado en Peligro Crítico dentro de la Lista Roja de Especies Amenazadas que elabora la Unión Internacional de Conservación de la Naturaleza (UICN). Se trata de la rana exclusivamente acuática —es decir, que nunca emerge del agua— más grande del mundo, y el volumen de su comercio no es el único problema que padece: la contaminación de la superficie lacustre y el cambio climático aportan porcentajes importantes de amenazas.
Pero como en tantos otros casos, la ciencia se ha puesto al servicio de la especie, y la batería de medidas puestas en marcha desde hace algo más de una década —cría y reproducción en cautiverio, acciones políticas, educación ambiental, entre otros— comienzan a dar sus frutos.
22 nuevas plantas de tratamiento para descontaminar el lago
La realidad, hoy, aparece rodeada por una aureola de esperanza: 2019 ha traído buenas noticias de cara al futuro. “Mi grado de optimismo mejoró en los últimos tiempos. Veo señales positivas”, afirma Roberto Elías, profesor investigador de la Universidad Cayetano Heredia de Lima, Director del programa de conservación en Perú del Zoo de Denver (Estados Unidos) y uno de los mayores conocedores de la problemática de estos peculiares anfibios.
En la otra orilla del lago, Teresa Camacho comparte la misma ilusión. Directora del Centro K’ayra de Investigación y Conservación de Anfibios Amenazados de Bolivia, se apoya en una herramienta que considera vital para torcer la historia de la especie: la puesta en marcha del Plan Binacional para la conservación de la rana gigante del Titicaca, firmado por los gobiernos de Perú y Bolivia en noviembre de 2018.
“Es más fácil funcionar en equipo que por separado”, dice esta joven bióloga que es también Jefe del departamento de Herpetología del Museo de Historia Natural Alcide d’Orbigny, la institución de Cochabamba que acoge al Centro K’ayra. “Hasta ahora no sabíamos muy bien lo que estaban haciendo del lado peruano. La idea es unirnos para investigar juntos y generar datos e información que nos sirvan a todos”, afirma.
No son las únicas buenas noticias para un anfibio tan llamativo como sensible, del cual habló el célebre Jacques Cousteau en los años setenta, cuando visitó el Titicaca y llegó a decir que mil millones de individuos poblaban las profundidades del lago. Después de cuatro años de espera, los integrantes del equipo del Centro K’ayra han podido celebrar las dos primeras puestas de los ejemplares que fueron rescatados en 2015, cuando una catastrófica contaminación provocó una masiva mortandad de individuos. “Unos 50 huevos resultaron fértiles en la puesta ocurrida a principios de año —los renacuajos ya están en fase de perder sus colas— y otros 150 de la puesta más reciente”, cuenta con entusiasmo Teresa Camacho. Los recién nacidos se incorporan a los 200 individuos que ya habitaban el Centro.
La disminución de la población de ranas del Titicaca es un hecho palpable, incluso aunque no existan censos precisos que permitan brindar números exactos. Por esta razón se considera que la reproducción en cautiverio es hoy la única tabla de salvación, y así será en tanto no mejoren las condiciones ambientales del lago, gravemente afectado por la contaminación. El Titicaca es por ahora el único hábitat conocido de las Telmatobius.
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Ignorada hace apenas una década —“Cuando empezamos nadie se interesaba”, recuerda Roberto Elías—, la rana gigante empieza a ganar un lugar destacado en la agenda de las autoridades y la conciencia de la gente. “Hay compromisos de descontaminar y monitorear el lago que empiezan a cumplirse”, enfatiza Camacho.
En abril de este año, el gobierno peruano le adjudicó a la empresa mexicana Fypasa el Proyecto de Tratamiento de Aguas Residuales del Lago Titicaca. La iniciativa contempla la construcción de diez nuevas plantas, que reemplazarán a la única existente en la actualidad, cuya antigüedad se remonta a 40 años. En una reunión bilateral que tuvo lugar el 25 de junio, del lado boliviano se confirmó también la construcción de otras doce plantas, que se añaden a las dos estaciones de monitoreo ya instaladas para estudiar de manera permanente la calidad del agua.
El cambio climático altera el equilibrio metabólico de la especie
En un día tranquilo y a simple vista, la superficie del lago aparenta ser idílica. Las ancestrales barcas de totora flotan apacibles, llevadas por los pescadores que surcan este enorme espejo de agua de 4772 kilómetros cuadrados. Los problemas, sin embargo, permanecen ocultos a los ojos.
Metales pesados como aluminio, plomo, zinc, mercurio, cadmio e incluso uranio, desechos sólidos de las más diversas materias, insecticidas y pesticidas usados en los campos, restos de detergentes y productos semejantes han ido degradando la ecología lacustre en un proceso que lleva décadas de descontrol.
“He llegado a ver jeringas, guantes y otros elementos hospitalarios al recorrer la desembocadura del río Coata, cerca de Juliaca”, apunta Elías.
La contaminación, estable durante todo el año, aunque alcanza picos mucho más peligrosos cuando comienza la temporada de lluvias y los ríos que llegan al lago aumentan su caudal, está en el origen de la mortalidad de animales que ocurre periódicamente en el Titicaca.
Los anfibios son especialmente vulnerables, y aún más las ranas gigantes, que respiran a través de los profusos y llamativos pliegues dérmicos que cubren sus cuerpos, una adaptación anatómica que les permite vivir siempre sumergidas.
“Si cualquier persona que va al lago se agita y no puede respirar bien por el mal de altura, imaginemos las dificultades si además hay que respirar debajo del agua, donde de por sí hay menos oxígeno que en la superficie. Cualquier cambio que altere su concentración puede ser letal”, indica la directora del Centro K’ayra.
El aumento de las temperaturas y la menor cantidad de lluvia caída en los últimos años también puede afectar el equilibrio metabólico y los niveles de reproducción de la especie.
Históricamente, el hecho de tratarse de una especie de difícil acceso ha limitado el conocimiento sobre los Telmatobius, y todavía hoy quedan enigmas por resolver. Uno de ellos, la clasificación científica exacta de las ranas, forma parte de los estudios que se han emprendido en el proyecto bilateral. “Antes se las subdividía en varias especies y ahora la tendencia es considerar que la culeus es la única”, explica Teresa Camacho. Pero todo está por verse. Las variaciones fisonómicas existentes entre diferentes individuos confunden a los investigadores. Incluso el tamaño en estado adulto es muy variable: algunas miden 6 o 7 centímetros y otras pueden alcanzar los 20 centímetros. “Se cree que en algunas lagunas pueden existir especies diferentes, por eso queremos hacer un análisis genético y taxonómico para llegar a conclusiones definitivas”, informa la especialista del museo d’Orbigny.
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Los machos fertilizan los huevos pero después se comen a los renacuajos
En cambio, la oportunidad de observar diariamente y durante varios años a las ranas en un acuario dedicado a la investigación ha permitido aprender mucho sobre su dinámica vital. Hoy, por ejemplo, ya se sabe que “cantan” igual que otras especies de su mismo género. También que se trata de las únicas Telmatobius caníbales. “Cuatro de las cinco especies que tenemos en el Centro conviven pacíficamente con sus hermanos; las culeus, sin embargo, de pronto empiezan a comerse una pierna o se tragan la mitad de otro individuo”, comenta Teresa Camacho.
Esta ingesta indiscriminada ha obligado a retirar a los machos del lugar donde están creciendo los jóvenes renacuajos. Para ellos, que son los encargados de fertilizar y cuidar los huevitos (las hembras hacen la puesta y se desentienden), todo lo que se mueve en el agua es comida, y su apetito es una amenaza para el éxito del ciclo reproductivo.
En la orilla peruana, la tarea realizada por Roberto Elías tiene su continuidad en otros lugares del mundo. “Nosotros logramos reproducirlas en un zoológico de Lima en 2010. Veinte ejemplares de esa puesta fueron llevadas al zoo de Denver, donde ellos criaron su propia población, que a su vez van exportando a otras instituciones de Estados Unidos y Europa, preocupadas por evitar la extinción de la especie”.
El zoológico de Praga (República Checa) ha sido el último en lograr la reproducción en cautiverio, sumándose a sus pares de Breslavia (Polonia) y Chester (Inglaterra). La Asociación Europea de Zoos y Acuarios (EAZA) tratará el futuro de la rana gigante del Titicaca en su próxima conferencia anual de conservación, a celebrarse del 17 al 21 de este mes en Valencia.
El nivel de incautación de ranas, no solo las gigantes, es una buena demostración del grado de comercialización ilegal existente. Hace dos años, el investigador limeño debió pedirle a las autoridades locales que dejaran de llevarle a su laboratorio todas las ranas decomisadas en los procedimientos policiales: “Llegaban de a miles y ya no teníamos espacio dónde conservarlas”.
Las últimas cifras oficiales, de 2017, señalaban que los anfibios constituían el 41,8 % de los animales decomisados, exactamente 1914 individuos. Casi todos habían sido descubiertos en Puno, la ciudad más grande en torno al Titicaca. Pero en junio de este año, el Servicio Nacional Forestal y de Fauna Silvestre de Perú (Serfor) confiscó 2500 ranas en la capital del país.
La falta de controles eficientes es otro de los problemas graves que enfrentan quienes luchan por la conservación de las ranas. Los procedimientos suelen realizarse en las terminales de autobuses, el medio de transporte habitual para trasladar los ejemplares hasta Lima, Cusco o Arequipa, y de ese modo los hallazgos son aleatorios y dependientes de la buena fortuna. El tráfico de especies silvestres está penado en el país, incluso con la cárcel, pero no siempre es posible capturar al traficante: “La última vez, cuando esa persona vio que iban a inspeccionar hizo como que se iba al baño, salió corriendo y no pudieron atraparla”, relata Elías.
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El censo es una de las tareas pendientes
La entrega de los ejemplares que se decomisan vivos —en muchos otros casos, las ranas son desecadas antes de llevarlas al lugar de destino— origina un inconveniente añadido a los centros de estudio. “Nos llegan sin ningún tipo de información. No sabemos de dónde vienen ni su estado de salud”, explica Teresa Camacho. La falta de datos imposibilita la ejecución de un programa de recuperación y reintroducción en un medio natural. “Hay que pensarlo dos veces”, enfatiza Camacho, “podrían estar enfermas, ser exóticas e incluso estar viviendo un proceso evolutivo de especiación que podría interrumpirse por llevarlas a un sitio desfavorable. Reintroducir implica muchas responsabilidades».
En marzo de 2002, una empresa peruana de consultoría biotecnológica presentó, a pedido de la Autoridad Binacional del Lago Titicaca, un proyecto de crianza, manejo productivo, comercialización y aprovechamiento económico de la rana gigante. La iniciativa no se encuentra en vigencia pero volvió a estar sobre la mesa durante las reuniones que derivaron en el actual Plan Binacional de Conservación. “La negativa fue absoluta, por parte de los dos países”, subraya la bióloga boliviana.
Uno de los argumentos que llevó a descartar la idea fue que la Telmatobius culeus está incluida en la CITES (Convención sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas), y hubiese resultado incoherente la explotación comercial de un animal en Peligro Crítico. Más aún, durante la Conferencia de las Partes de CITES celebrada del 17 al 28 de agosto en Ginebra se aprobaron una serie de acciones concretas para limitar el tráfico, además de instar a Perú y Bolivia a culminar el estudio poblacional de la especie en el lago.
Saber aunque sea de manera aproximada el número de ranas gigantes que habitan el Titicaca es otra de las tareas pendientes. “Como el lago es tan grande y tiene diferentes tipos de hábitats, no hemos encontrado todavía una metodología de estudio universal que nos ayude a realizar un censo fiable”, señala Roberto Elías al respecto: “Ahora estamos trabajando en conjunto para crearla y poder así al menos estimar la población en alguna de las áreas”.
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La rana gigante aparecerá en una moneda de un sol peruano
El nuevo impulso que el Plan Binacional ha generado en defensa de la especie puede apreciarse también en el apartado de la educación ambiental. Que el Banco Central de Reserva del Perú haya seleccionado esta rana para integrar una colección numismática de pronta aparición es otra de las buenas noticias del 2019. La Telmatobius culeus decorará una moneda de un sol, dentro de una serie dedicada a la fauna silvestre amenazada.
El reconocimiento se suma a las campañas de sensibilización que, sobre todo en Perú, se vienen desarrollando desde 2011. Una “Rana Noel” ha sido la estrella de las últimas Navidades en Puno, y aunque todavía no existe una evaluación estadística de los logros obtenidos con los talleres, charlas o actividades escolares llevadas a cabo en este tiempo, la percepción es que ha habido un avance significativo: “Hemos logrado que los niños sepan que hay ranas gigantes en el lago y que comprendan su valor”, destaca Elías, “hoy, cuando se les pide que dibujen un animal, ya no hacen un león o un elefante. Dibujan una rana”.
A su vez, las escuelas en las que las mujeres del Titicaca aprenden a confeccionar artesanías y recuerdos con el anfibio como motivo principal apuntan hacia el factor económico. El magnetismo del lago atrae turistas de todo el mundo, y la intención es lograr que los pobladores locales reemplacen con la venta de ropa, accesorios o suvenires el dinero que en la actualidad obtienen por la pesca y entrega de ranas.
Las noticias preocupantes se repiten de manera recurrente, en los despachos de bebida de los malecones que rodean el Puente Nuevo de Lima siguen mezclando maca, miel de abejas y un anfibio para preparar el que llaman “Viagra andino”, y los peligros de contaminación continúan latentes en el Titicaca. Tal es así que los expertos ni siquiera se plantean la posibilidad de devolver los ejemplares nacidos en cautiverio a su medio natural, pero 2019 está siendo un año rico en novedades positivas para las ranas gigantes. La esperanza vuelve a flotar sobre las aguas del lago navegable más alto del planeta.