Cuenta Heinz Arno Drawert, investigador del Museo de Historia Natural “Noel Kempff Mercado”, que una publicación científica es, en realidad, el planteamiento de los resultados de una investigación. Se debe explicar cómo se ha llegado a una conclusión y la precisión debe ser tal, que cualquier persona, incluso no dedicada a la ciencia, pueda replicar el método y conseguir el mismo resultado.

Por ello, el simple hecho de redactar un documento, no implica tener un artículo científico. Una vez entregado, el paper pasa por una revisión compleja, que bien puede durar hasta cinco años o menos. En ella, otros expertos en la temática (al menos, dos), observan algún sesgo o simplemente ven que el trabajo pudo ser insuficiente. Tras varias revisiones, finalmente, llega el visto bueno. Una vez obtenida la aprobación, viene una nueva ronda de lectura, antes de pasar a redacción final y diseño.

Aunque parece un procedimiento más burocrático que difícil, para llegar hasta ese punto, el o los investigadores tuvieron que pasar otro proceso previo, que implica horas incontables de trabajo.

Por ejemplo, para describir una nueva especie de toborochi, que figuraba como Ceiba chodatii o C. insignis, pero que resultó ser Ceiba guaraní, Juan Carlos Catari, Drawert y Alcibiades Angulo, empezaron el trabajo en 2018. Ya Catari, biólogo de profesión, había observado que las flores del árbol que figuraba con otro nombre eran diferentes a la descripción.

Así, el equipo pasó tres años investigando y viajando para colectar evidencias. Luego, a partir de observaciones, análisis de ese material colectado, revisión de material de herbarios y bases de datos online, se determinó que Ceiba guaraní era una nueva especie de Bolivia y Argentina para la ciencia.

Quemarse las pestañas

Meses antes de la publicación científica de Ceiba guaraní, el mismo equipo describió también otra especie: Ceiba camba. En esa oportunidad, Drawert lideró la investigación. Recuerda que solo la redacción del documento le demandó entre cinco a seis horas diarias durante cuatro meses, pero que el trabajo detrás del documento llevó muchísimo más tiempo. “Entre semana era hasta altas horas de la madrugada y los fines de semana era todo el día y parte de la noche, porque había que revisar más de diez mil fotos de muestras científicas de Ceiba, y en cada una analizar casi 30 características florales y foliares, para ver si eran o no Ceiba camba; las diferencias, etc.”, cuenta. De la misma manera, sus colegas de investigación trabajaban en otras cosas, como por ejemplo, preparar y revisar muestras de herbario en físico y especímenes en vivo, haciendo análisis de distribución geográfica y ecología, para luego pasarle a Drawert los resultados, y que estos puedan ser incluidos en el documento de la descripción. La colecta, análisis y revisión de datos e información para poder describir Ceiba camba y C. guarani les tomó a los investigadores en total seis años.

Ceiba Camba. Foto: Colectivo árbol

En algún comentario de Facebook, cuando se anunció el registro de las nuevas especies, se leía que no era un aporte “cambiarle el nombre” a una flor. En otros, la gran pregunta era: ¿en qué aporta todo esto?

Y, claro, más allá de decir que en Bolivia hacer ciencia es una hazaña, porque ninguna entidad del Estado apoya tal labor; los descubridores de Ceiba camba y Ceiba guaraní  responden. “Darle una identidad propia y adecuada a una especie es sumamente importante. Sí, el toborochi era bonito, pero ahora la gente lo ve como Ceiba camba y revaloriza lo que tiene, sabe que es algo especial y único que tenemos”, opina Arno Drawert.

Ceiba Guaraní en campo. Foto: Colectivo árbol

Juan Carlos Catari, quien lideró la investigación de Ceiba guaraní, explica que la identificación permitirá mejorar los proyectos de restauración, por ejemplo; los mismos que, de seguro surgirán tras los incendios forestales.

“Si no tenemos identificadas bien las especies con las que vamos a restaurar, podemos estar haciendo un daño al medio ambiente. Esto nos sirve para clarificar que si estoy reforestando en la serranía de Santa Cruz hasta Salta (Argentina), no debo llevar toborochi del Chaco. Si estoy restaurando el Chaco, debo buscar el Toborochi del Chaco”, aseguró durante la presentación del hallazgo.

Por todo ello, la silenciosa labor de este equipo de científicos es un aporte no solo para Santa Cruz y el país, sino para el mundo.

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