Una bombera durante el trabajo de mitigación del fuego en la reserva Copaibo. Foto de archivo. / Anahí Paravicini

Rocío Lloret Céspedes/ Fotos: Bomberos Voluntarios Quebracho

Cuando Anahí Paravicini decidió viajar desde La Paz a Santa Cruz el año pasado y luego entrar a la zona de incendios en la Chiquitania para documentar lo que sucedía como periodista, su familia le dijo: “cómo te vas a ir tanto tiempo, tienes dos hijos”.

Pero en ese momento, pensó que más bien tener hijos era la razón para hacerlo. Para que disfruten los campos. Para regalarles vida desde los bosques. Para que al verla aprendieran a ser empáticos con la gente que lo necesita.

Aquella experiencia la llevó tiempo después a incorporarse a los Bomberos Forestales Quebracho, un grupo de especialistas en este tipo de incendios. Este año, nuevamente Anahí llegó procedente de La Paz, esta vez como bombera y se incorporó con sus compañeros a una zona considerada como la más afectada por los focos de quema, ya que lleva ardiendo más de un mes: la Reserva Municipal del Copaibo, en Concepción.

El punto en el que este grupo armó su campamento –la comunidad Las Palmeras- está a nueve horas de la capital cruceña, en un lugar en el que ni siquiera había agua y en el que tuvieron que esperar cinco días para poder bañarse, hasta que les enviaran un tanque con agua.

Es un lugar inhóspito, donde hay víboras cascabel, pumas, abejas, petos (avispas), bosque tupido, lianas, pozos y todos los peligros que conlleva un territorio virgen. Durante 26 días y noches, 15 hombres y mujeres (son 30 en total) trabajaron allí apagando llamas, que primero se tornaron rastreras, que avanzaban lento, pero que con el pasar de los días se tornaron en incendios que afectaron hojas y ramas de los árboles.

Anahí en la línea de fuego, junto a sus compañeros, estuvo más de 25 días en Copiado. Foto: gentileza Bomberos Quebracho.

Antes de ingresar, los Quebrachos habían previsto conseguir recursos propios para el combustible, alimentación, Equipos de Protección Personal (EPP), por lo menos para la primera semana. Al cabo de varios días, el ministro de Defensa, Fernando López, habló con los militares asentados en la zona, para que les proporcionen la comida y ese fue el único apoyo gubernamental que recibieron. Luego sintieron que los dejaron a la deriva.

Durante todo el tiempo que estuvieron allá, les tocó pasar noches sin dormir, trabajar en temperaturas que superan los 40 grados. “Evidentemente no hubo una mortandad tan grande de animales como la que se vio el año pasado en la Chiquitania, pero en el transcurso de los días se presentó un fuego más fuerte, que evidentemente causó muchos más daños. Incluso al momento de entrar a la zona, ya pudimos evidenciar que había animales que salían a la carretera, que escapaban”, cuenta Anahí.

Pese a ello, la lucha fue dura y según el comandante de los Quebrachos, Diego Suárez, se logró liquidar el 90 por de los incendios en Copaibo. Los que restaban estaban en la zona norte y se estaba trabajando con maquinaria pesada en ese lugar. “Las áreas donde trabajamos fueron aseguradas, inclusive fui al mediodía con todo mi equipo y un periodista para verificar que en la zona ya no había fuego. Pero de la noche a la mañana, eso volvió a estallar de una manera increíble. El fuego se encontraba primero a un kilómetro de la carretera y luego apareció a 20 metros de la carretera. Fue realmente devastador. Nos desanimó de alguna manera un poco hasta que encontramos las pruebas de las llantas”.

Mira lo que encontraron los bomberos Quebracho en la zona donde trabajaban

El conflicto

Días antes de la salida de este grupo de bomberos de la zona de desastre, escucharon rumores de que los comunarios de Las Palmeras querían que se fueran. Al principio no tomaron en cuenta tal situación, hasta que el último fin de semana, cuando Anahí salía de tomar un baño, se dio cuenta que unos hombres increpaban al comandante.

Les dijeron que no sabían apagar el fuego y que eso era “facilito” de hacer. Luego que necesitaban el lugar para un culto evangélico y, finalmente, a uno se le salió decir que tenían una reunión política.

En todo fuerte advirtieron que llegarían personas de comunidades aledañas y que necesitaban el lugar. Al frente de donde ellos estaban, en otra comunidad estaban asentados conscriptos que ayudaban a apagar las llaman, pero eran jóvenes de 18 y 19 años, que no podrían brindarles seguridad.

Tras la discusión, que quedó grabada en un video, los bomberos vieron que estas personas pasaban con sus motos, “con mirada agresiva, así que vimos que estábamos desgastando energía en algo que íbamos a poder solucionar, porque era intencional y corríamos peligro”, dice Anahí.

Frente a eso, decidieron levantar el campamento y volver a Santa Cruz este lunes. Además necesitaban recuperar su salud, principalmente, pero también sus herramientas, ya que todos sus implementos son propios y las tres camionetas en las que se transportan son prestadas.

La diferencia

Para Diego Suárez, los incendios de este año, respecto a los de 2019 tienen una diferencia muy importante y es la intencionalidad para provocarlos, sobre todo en áreas forestales y áreas protegidas, ya sean municipales, departamentales o nacionales.

“Es como si hubiese un piroterrorismo que tiene alguna intencionalidad, en épocas de convulsión social y política. Es el factor que lamentablemente está poniéndole un matiz mucho más riesgoso a los incendios. Tengo las pruebas”, afirma en alusión a más videos que captó su equipo. En el que se mostró por redes sociales se observa llantas quemadas, combustible y calaminas.

Anahí coincide con Suárez, aunque ya en el tema operativo, la diferencia sustancial que encuentra está en la ayuda para los bomberos forestales.

El año pasado –recuerda- hubo apoyo de la sociedad civil, que envió EPP, agua isotónica e incluso insumos básicos de higiene como cepillos y pasta dental; algo que este año no se dio por la pandemia.

Pese a que los Quebrachos tocaron muchas puertas, porque ya veían venir este desastre, no consiguieron sus objetivos.

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Aparte con lo que les sucedió con los comunarios, quedaron muy afectados, porque pese a que hacen este trabajo sin recibir ningún tipo de pago; “cuando una sociedad empieza a agredir a sus bomberos voluntarios, quiere decir que estamos en una decadencia. Nunca me pasó que los comunarios quieran atacarnos, normalmente te ayudan, hasta he visto comunarios llorar porque se quema el monte. Pero acá es totalmente diferente”, lamenta Suárez.

Volver

Pese a ello, tanto Anahí, como el resto de los 30 miembros de este equipo esperan recuperar su salud y las fuerzas, para analizar la situación y volver al lugar donde los necesiten. Hasta el cierre de este despacho, solo en Santa Cruz se reportaron 58 focos de quema.

Mientras, las familias de estas personas que se internan en el bosque, exponiéndose a altas temperaturas y a aspirar monóxido y dióxido de carbono (humo) por muchas horas, los esperan siempre para alentarlos. Y para ellos eso es suficiente, porque quizá ahora no entiendan, pero mañana comprenderán que todo esto es por ellos. Por todos.

Diego (segundo a la izquierda) junto a sus compañeros. Foto: gentileza bomberos Quebracho.

“Es duro, porque mi hija está en una edad difícil (11 años) y no los he visto (ni a ella ni a mi hijo de nueve) un mes. A veces me habla poco, más fría. Mi hijo solo me dice que cuide mucho a los animales, que ojalá no me queme cuando vaya. ‘Mamá, no te despidas así, por qué nos dices estas cosas, como si no irías a volver’. Entonces esas pequeñas cosas que suceden, pero por ellos también estoy acá”, cuenta Anahí.

La hija de Diego, en cambio le habla indignada. “Me dice: ‘No puedo creer que no te dejen trabajar, papá’. Ella sabe que esto es lo que hacemos y lo vamos a hacer hasta que nuestros pulmones o la edad no los permitan. Y lo hacemos por los hijos, los míos, los tuyos, los que vendrán, porque tienen derecho a disfrutar la calidad de vida que te dan los bosques, el medio ambiente, los recursos naturales”.