Foto: Gabriela Villanueva

Es una matanza. En el lugar del crimen encontraron 48 cadáveres. 34 de los restos pertenecían a cóndores. La mayoría de ellos adultos; no olvides este dato, lo necesitarás luego. Entre las víctimas también encontraron a otras aves: cinco pala palas, un sucha y un carcancho. El macabro cuadro se completa con los cuerpos inertes de cinco perros domésticos, un chivo y una oveja.

Todos los animales murieron bajo el mismo modus operandi: envenenamiento. Hasta la mañana del domingo 14 de febrero de 2021 no se conoce el químico que provocó la intoxicación letal. Los antecedentes advierten que se puede tratar de carbofurano o estricnina.

El primero es un antiguo pesticida con propiedades neurotóxicas y altamente nocivo. Su uso para matar animales silvestres está acabando con cadenas alimenticias enteras. En 2018 Argentina prohibió este compuesto luego de la muerte de una niña que comió una mandarina inyectada con el cebo para matar pájaros y otra brutal matanza de 34 cóndores.

El uso de carbofurano además está prohibido en la Unión Europea (UE) y Canadá. Ecuador también restringió su importación. En Bolivia, según se puede revisar en un listado disponible en el Senasag, se comercializa bajo los nombres de Carbamex 48F, Furadan 350 ST, Furazin 310 SC y Carbofuril.

Solo un cuarto de cucharadita de carbofuran es capaz de acabar con un oso de 180 kilos.Lee también:

El otro veneno usado comunmente en estos casos es la estricnina (también prohibido en toda la UE desde 2006). Este pesticida provoca una agonía dolorosa y en concentraciones muy bajas, de 10 o 15 miligramos, es altamente letal. En 2013 activistas en El Alto denunciaron la muerte de 130 perros a causa de este producto. Cuatro años después se reportó una intoxicación de dos cóndores en Chuquisaca.

Ambos compuestos, siendo de alto riesgo para el ser humano, son utilizados para matar a zorros, pumas y perros salvajes. Debido a su alta toxicidad, las víctimas pueden llegar a contarse por decenas.

Así comienza una cadena de muerte provocada por los humanos.

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No es la primera vez

Las imágenes que llegan desde Laderas Norte, Tarija, son impactantes. Pero, hay que tener claro que esta práctica, que ahora nos llena de rabia, es bastante común en Bolivia y el resto de Sudamérica. Ecuador, entre 2017 y 2018, reportó 100 muertes de cóndores por envenenamiento.

Uno de los cóndores asesinados en Laderas Norte, Tarija. Foto: ABI

Una cifra similar se conoció en Argentina durante la misma temporada. Lo más grave es que los especialistas advierten sobre un alto subregistro en la tasa de mortalidad de los cóndores. Muchos de los cadáveres nunca son encontrados ni reportados.

La escasez de cóndores “nos advierte de que algo anda mal en el ecosistema y eso, tarde o temprano, nos va a afectar a los seres humanos también».

En el mundo hay solo unos 6,700 ejemplares adultos. Bolivia concentra el 20% de esa población, con un porcentaje solo inferior a los de Argentina y Chile. En 2020 la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza clasificó al cóndor como vulnerable. Hace tres años la especie estaba catalogada como «casi amenazada».

Los más de 30 cóndores asesinados en Tarija corresponden a casi un 3% de la población total estimada en Bolivia. Puede parecer una cifra menor, pero considerando que dos tercios de las víctimas eran adultas y que los pichones de cóndor demoran hasta diez años en alcanzar la edad reproductiva, la repercusión en la supervivencia de una especie icónica para el país es dramática.

Este hecho engloba solo dos de las siete amenazas —caza directa y envenenamiento indirecto— que varios expertos identificaron como las más graves y que deberían ser priorizadas para frenar la extinción del cóndor andino. En todas ellas el papel del ser humano es capital. La irrupción de nuestras manos en ecosistemas que acogen vida silvestre es depredadora.

Conociendo a la víctima

Foto: Julie Larsen Haler/WCS

Pero antes de detallar nuestros prontuario biocida como especie, es necesario conocer algunos datos que quizás no conocías sobre una de nuestras víctimas, el cóndor.

El nombre científico del cóndor andino es Vultur gryphus, pertenece a una familia de aves también conocidas como buitres americanos. Esta clasificación es importante porque se tiende a considerar al cóndor como un ave de rapiña, sin embargo, sus rasgos biológicos desmienten esta idea (muy común entre la gente dedicada a la ganadería).

El cóndor no es un ave que tenga capacidad para atacar animales en vivos en movimiento, por tanto, no representa un riesgo para el ganado de ningún tipo. La musculatura de sus patas es demasiado débil, sus garras tienen bordes redondeados y su dedo trasero está muy poco desarrollado (a diferencia de las aves rapaces).

“El cóndor no tiene garras ni para agarrar una liebre”.

Sin embargo, los expertos dicen que la falta de alimentos (es decir, cadáveres de herbívoros terrestres) pudo provocar algunos casos aislados de ataques de cóndores a ganado demasiado joven y, generalmente, enfermo. Un estudio extenso de observación en Argentina comprobó que este tipo de incidentes no alcanza ni el 1% de la tasa de mortalidad del ganado.

El cóndor no solo es el protagonista principal del escudo nacional boliviano (igual que en otros cuatro países sudamericanos), sino que también le da su nombre a la principal insignia condecorativa que ofrece el Estado boliviano (la orden del Cóndor de los Andes).

Pese a esta rimbombancia institucional, el cóndor no cuenta con una ley de protección específica y recién en noviembre de 2020 se conoció un Plan de Acción para la Conservación del Cóndor Andino. Este proyecto abarca un período de diez años que concluye en 2030.

Made with Flourish

La presencia de los casi 1400 cóndores que se estima viven en Bolivia se distribuye en siete departamentos y 148 municipios (43% del total de alcaldías). Hay registros del cóndor andino en 14 de las 22 áreas protegidas que existen en el país (todas ellas representan el 17% del territorio nacional).

Esto se debe principalmente a que el cóndor, el ave voladora no marina más grande del mundo, es capaz de recorrer distancias diarias de hasta 350 kilómetros. Su área de campeo, es decir, el territorio donde se moviliza y encuentra los recursos que necesita para vivir, se calcula en unos 84 mil kilómetros cuadrados.

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Foto: Thomas Kramer

Los alrededores del Parque Nacional Sajama fueron, en algún momento, uno de los hogares históricos del cóndor andino. Actualmente, no existen poblaciones de esta ave carroñera en la zona.

Como te contamos antes, el rendimiento reproductivo de los cóndores es muy bajo, lo que los hace aún más susceptibles a las amenazas provocadas por el ser humano. Una pareja llega a poner como máximo dos huevos cada dos años.

La presencia o ausencia del cóndor son indicadores clave para determinar el estado de la salud de los ecosistemas que ocupan y la de las especies con las que comparten el hábitat.

Con su labor como grandes carroñeros contribuyen a eliminar potenciales focos de infección, frenando la propagación de enfermedades. Además, colaboran con especies más pequeñas que no cuentan con los instrumentos biológicos para despedazar o trozar los cadáveres.

De ahí también que además de los cóndores muertos hayan sido encontradas otras aves carroñeras.

Según un experto ecuatoriano la escasez de cóndores “nos advierte de que algo anda mal en el ecosistema y eso, tarde o temprano, nos va a afectar a los seres humanos también».

Foto: D. Demello/WCS

Nuestro modus operandi

Todo comienza con nuestra llegada a ecosistemas en los que habitualmente no teníamos presencia. La deforestación y la quema de páramos en los andes orientales, asociados a la urbanización, la minería y, sobre todo, la expansión de la frontera agrícola, tienen un impacto directo en las poblaciones del cóndor andino (así como en las de otras especies).

El cambio de la vegetación natural para uso agropecuario representa un riesgo casi omnipresente para la vida silvestre.

Y la cadena continúa. La práctica de la caza ilegal, muchas veces mal llamada “deportiva”, también tiene un grave impacto en las poblaciones de cóndores. Muchos estudios en la región, especialmente en Argentina, dan cuenta de que las municiones usadas para matar animales en actividades “recreativas”, o de otro tipo, provocan intoxicaciones en los cóndores. Los huesos de las aves carroñeras evidenciaron altas concentraciones del metal pesado.

Algo similar ocurre con el mercurio. Aunque no existen publicaciones específicas sobre cóndores, muchas otras especies que son muy cercanas al cóndor en sus hábitats sufrieron las consecuencias del metal usado irrestrictamente en actividades mineras auríferas.

“La concentración de mercurio en las aves afecta negativamente la fertilidad, genera desórdenes reproductivos y da lugar a bajas tasas de eclosión y de supervivencia de pichones”.

Pero no todo tiene que ver con actividades extractivas de alto impacto. Los cóndores suelen volar largas distancias (unos 150 kilómetros en línea recta) a una velocidad de 50 kilómetros por hora (kph), aunque también existen reportes con hasta 125 kph. Esta cualidad hace de los tendidos eléctricos, telefónicos e incluso las turbinas eólicas una seria amenaza para los cóndores.

Foto: Thomas Kramer

También hay que anotar que con la llegada de la urbanización también se insertan especies domesticadas (especialmente perros) y ajenas a ecosistemas que concentran una gran riqueza de fauna silvestre.

Debido a la irresponsabilidad humana en su tenencia (violencia, abandono, falta de cuidados y esterilizaciones), los canis familiaris acaban haciéndose “salvajes”. Luego, los perros asilvestrados compiten con los cóndores y otras especies carroñeras por los cadáveres que se encuentran en el campo abierto, convirtiéndose en un riesgo para la conservación de la vida silvestre (en este caso particular, del cóndor).

El hallazgo de restos caninos junto a los de los cóndores en Tarija no es una coincidencia.

Aunque en los últimos años se han intensificado los controles para frenar el uso de fauna silvestre en la confección de trajes folclóricos (tinkus, tobas, suris sicuris), el uso de este animal, sagrado para varias culturas, en ritos tergiversados y celebraciones “tradicionales” sigue representando una amenaza para frenar su extinción.

Incluso actividades que podrían parecer inofensivas, como el turismo, la escalada y otras símiles pueden significar, progresivamente, un desplazamiento en zonas de anidación, descanso y alimentación.

Todas estas amenazas, aunque tienen sus particularidades, también influyen en otros animales silvestres. No solo de manera territorial o directa, sino también a través de la introducción de patógenos en ecosistemas en los que el ser humano rompe el orden natural.

La desaparición de animales y especies, además de la emergencia de enfermedades desatada en la fauna silvestre son los síntomas más trágicos de un planeta enfermo.

Resumen gráfico


Fuentes de consulta: