Allá donde termina Bolivia, y comienza Brasil y Paraguay, en el este del mapa; hay un territorio de 200 mil km2 que comparten los tres países. Es una llanura extensa, de poco menos de la mitad de toda España, que tiene 506 ml km2. De este bioma o paisaje dicen que “a pesar de que solo cubre entre el cinco y ocho por ciento de la superficie terrestre, almacena entre el 20 % y 30 % del carbono terrestre, y tiene un valor excepcional para la conservación de la biodiversidad”. Se trata de un sistema de lagos, lagunas, pantanos, ríos, sabanas inundadas, islas de palmeras, bosques secos y bosques cerrados, se lee en estudios. Es, en suma, una fábrica de agua dulce o el humedal más grande del planeta: el Gran Pantanal.

En Bolivia abarca 32 mil km2; el tamaño de Bélgica (31 mil km2). Cuando uno viaja por la carretera Bioceánica, que conecta Santa Cruz con Puerto Suárez, debe saber que, pasando El Carmen Rivero Tórrez, tal obra de ingeniería civil atraviesa este gran ecosistema.

El Parque Nacional Otuquis es un área protegida nacional, en cuyo interior hay 39 estancias ganaderas, las cuales ya estaban allí antes de la creación de dicho área. Foto: Miguel Ángel Surubí

Por su riqueza natural —más de 3.500 especies de plantas vasculares, diversidad de plantas acuáticas, un refugio estacional de aves migratorias y hábitat de mamíferos, reptiles y peces— en 2001 entró en la lista de sitios Ramsar. Ello significa que es un humedal de importancia mundial. Ese año, el entonces gobierno de Jorge Tuto Quiroga, se comprometió a “conservar y hacer un uso racional del mismo, cuidando que las intervenciones no alteren sus características ecológicas”.

En su interior hay dos parques nacionales —Otuquis y San Matías— y dos pueblos indígenas: Chiquitanos y Ayoreos. Se cree que grupos de estos últimos, viven en aislamiento voluntario.

Pero Pantanal es también la puerta de exportación de minerales, soya y sus derivados. Es Mutún, considerado el yacimiento de hierro más grande del mundo, donde actualmente se construye una megaplanta industrial para producir acero. Es Yacuses, una planta integral de cemento. Es tierra de ganaderos y agroindustria. Es “el polo del desarrollo del país”, “el sueño anhelado del progreso”, “el crisol de la patria”. Es: el territorio que Gobierno boliviano y empresarios anhelan convertir en un corredor para ampliar el comercio exterior.

Radiografía de un paisaje

Son las 5.30 de un día de febrero en Puerto Quijarro, frontera con Brasil, a 592 kilómetros de Santa Cruz de la Sierra. Desde las 4.00, camiones de gran tamaño y cisternas para cargar combustible forman una fila kilométrica para pasar Migración boliviana y después, brasileña. Aún no ha amanecido y la actividad es intensa. Mujeres de rubio teñido y otras de trenzas negras ofrecen empanadas fritas de pollo, jugos, comida boliviana en puestos acomodados en una fila; bien enfrente de los camiones. En todos ellos, las mesas dispuestas en la calle lucen llenas de comensales ávidos por saciar el hambre y la sed. En calles aledañas, hombres y mujeres cambian moneda boliviana por reales brasileños: “¿va a cambiar?”, “reales, bolivianos”, “¿tiene dólares?”. En las tiendas: electrodomésticos, ropa, celulares, coca machacada en un tronco mezclada con estevia de varios sabores; cerveza de contrabando en latas, refrescos, productos brasileños por doquier. La frontera empieza a latir con la formación de los camiones y se “duerme” tan tarde, como los conductores van desapareciendo.

Así luce la Laguna Cáceres en Puerto Suárez. Foto: Miguel Ángel Surubí, febrero de 2024.

En el municipio aledaño, Puerto Suárez, la realidad es contraria. Los primeros rayos del sol llegan con un calor más intenso que otros años, se quejan los habitantes. De a poco, a las 8.00, quizá más tarde, los pequeños negocios abren sus puertas, mientras las calles se llenan de niños de camisas blancas y pantalones cortos que van a los colegios. Mujeres gallardas salen a barrer sus aceras a un ritmo lento, como si la humedad que se siente en el ambiente pesara más que en otros lugares.

En Laguna Cáceres o “la bahía”, como le dicen los lugareños, ya no hay agua. Hasta hace unos años, “era como un mar azul”, describe el biólogo Juan Carlos Urgel. Hoy parece un puerto abandonado. Camalote (una planta acuática) y sedimento han poblado el otrora sitio donde capibaras (Hydrochoerus hydrochaeris) y otros animales paseaban sus orondos cuerpos para refrescarse. Apenas se ve una que otra ave solitaria sobre un bote olvidado. Tampoco hay el turismo que alguna vez convocó este destino, con hoteles que ofrecían paseos en embarcaciones pequeñas, y habitaciones confortables.

Hay quienes dicen que el agua de la laguna Cáceres comenzó a bajar en 2018. Ilonka Suárez Rocha, bióloga y actual responsable de la Unidad de Medio Ambiente del municipio de Puerto Suárez; asegura que fue en 2020. “Para 2021, ya estaba seca”. Al asumir el cargo, un informe técnico que realizó, permitió que se emita una “Ley de desastre de sequía de la Laguna Cáceres”. Hoy los porteños esperan salvar su bahía con apoyo nacional, porque se necesita dinero para hacer trabajos de limpieza.

“La sequía ya no es parte de un ciclo en el que cada cien años bajan las aguas. Factores como la deforestación, las microcuencas que aportan (agua) a la laguna Cáceres ya no lo hacen; el río Parguay, el cual nos alimentaba, ha bajado. Incendios forestales, falta de planificación agrícola. La laguna Cáceres es una esponja que absorbe (agua) del Tucabaca (en Roboré), y en 2019 los incendios afectaron esas nacientes y las microcuencas”, enumera Suárez.

Foto: Steffen Reichle

Rafael Rojas, investigador del Centro de Documentación e Información Bolivia (Cedib), suma otras causas. “Existen tres centros urbanos importantes en la zona: Puerto Suárez y Puerto Quijarro, en Bolivia, y Corumbá, en Brasil. Aproximadamente, entre los tres, hay 155 mil personas. Estos pueblos no tienen sistema de alcantarillado y, no hay estudios, pero suponemos que todas las aguas servidas han decantado en la Laguna Cáceres”, advierte.

A principios de febrero, la Cámara de Diputados recibió una propuesta de Ley para apoyar la revitalización de esta laguna. “Esperamos que se declare de interés y prioridad nacional la recuperación y reforestación hídrica de la Laguna Cáceres”, exhorta Ilonka Suárez.

Y es que este espejo de agua no es solo de interés de los porteños; tampoco solo de interés ambiental. El Gran Pantanal, y por ende el Pantanal boliviano, es un sistema hídrico que funcionan como un reloj suizo en el que cada pieza es importante. Y le interesa al Gobierno como a la agroindustria para ampliar las exportaciones.

La salida hacia el Atlántico

Puerto Busch es una de las salidas de las exportaciones bolivianas hacia el Atlántico. Foto: Miguel Ángel Surubí

Bolivia tiene tres puertos internacionales ubicados en el Canal Tamengo, un afluente de 11 kilómetros que conecta a la Laguna Cáceres con el río Paraguay. Un estudio aún no publicado por el Cedib refiere que el desarrollo porturario está “íntimamente ligado al desarrollo de la agroindustria en el oriente boliviano, particularmente al cultivo de oleaginosas, que empieza en la década de los 80, y tiene su boom en la década de los 90”. Así, con fuerte apoyo estatal y créditos del Banco Mundial, la CAF, el BID y Naciones Unidas, en el Canal Tamengo se impulsó un sistema portuario, apoyado por un ya existente sistema de vías férreas y la carretera Bioceánica.

De esa manera, una vez que embarcaciones cargadas con soya boliviana y sus derivados, así como minerales (en menor escala) llegan hasta Puerto Busch; son transportadas hacia el océano Atlántico. “Todo lo que se produce en Bolivia, Paraguay, Brasil y Argentina sale por el canal de Panamá y se inserta a las grandes ligas”, dice el investigador Rafael Rojas.

Dado el gran movimiento económico que se genera, la inversión realizada en los últimos 20 años, para consolidar el sistema portuario Canal Tamengo “es inversión privada”. Los puertos pertenecen a las firmas agroindustriales Jennefer, Gravetal y Nutrioil. “Solo un pequeño territorio de la Armada Boliviana es nacional”, aclara Rojas.

Pero la sequía no discrimina y seguir pensando en obras, sin planificar la situación ambiental, pasa factura. Durante un foro realizado en junio  de 2022, Víctor Gonzalo Vigabriel Sánchez, entonces director general de intereses marítimos del Ministerio de Defensa; reconoció que ese año se tuvo que parar las exportaciones “durante cuatro o cinco meses”, por los niveles críticos a los que llegó el Canal Tamengo.

Tal situación reavivó el debate sobre la posible construcción de la Hidrovía Paraguay-Paraná, que supuestamente mejoraría el flujo de las exportaciones. Se trata de un proyecto que ya en 2000 fue desahuciado por el gobierno brasileño, debido a los enormes impactos culturales, ambientales y sociales que podría traer. Pero la idea nunca quedó descartada del todo.

Déborah Calheiros, experta hidróloga brasileña, va más allá y advierte que una posible construcción de la Hidrovía Paraguay-Paraná, como pretenden desde hace décadas los gobiernos boliviano y brasileño; «amenaza la integridad del Pantanal». En un estudio titulado «¿El fin de todo un bioma?», al que La Región tuvo acceso, Falheiros y otros estudiosos del tema ven «impactos potenciales», porque se pretende alterar causes y realizar un «dragado perpetuo» del Río Paraguay para limpiar los sedimentos. «La navegación intensiva de barcazas pretende transportar cultivos (soya, azúcar, maíz) y cemento, hierro y manganeso, desde las zonas de producción de Bolivia, Paraguay y Brasil hasta los puertos oceánicos del Río de La Plata», se lee en la investigación. «Pero la sociedad boliviana debe saber que hay una región de Pantanal bien conservada (en su territorio)», dice Falheiros desde Corumbá.

El “anhelo de progreso” en la puerta de un área protegida

El complejo siderúrgico Mutún tendrá siete plantas para extraer y procesar hierro para industrializarlo. Foto: Miguel Ángel Surubí

Pero más allá de las exportaciones, existe otro plan industrial, que está prácticamente en la puerta del Parque Nacional y Área Natural de Manejo Integrado (ANMI) Otuquis. El ingreso es un camino angosto de tierra colorada, que se desprende de la carretera Bioceánica. Ya en la entrada misma, a menos de dos kilómetros, se erige el complejo siderúrgico del Mutún, una megaobra que incluye siete plantas para procesar el hierro de un yacimiento que, se calcula, tiene 40 mil millones de toneladas del metal, con una vida útil de diez mil años. Por ello es considerada la reserva más grande del mundo. Hasta noviembre del año pasado, la construcción a cargo de la empresa china Sinosteel, estaba al 85 por ciento. Se supone que para 2025, cuando la megaplanta opere al cien por ciento, allí se producirá 200 mil toneladas anuales de barras de construcción y alambrón, dice la estatal Empresa Siderúrgica del Mutún (ESM).

Tal emprendimiento, costó un acueducto que atraviesa el Parque Nacional Otuquis, y que captará agua del río Paraguay para dotar el líquido a la megaplanta. YPFB también garantizó la provisión de gas natural, aunque las reservas del país estén en declive.

Una vez que se pasa el arco que da la bienvenida a este que es el “anhelo de progreso”, como muchos vivientes de la provincia Germán Busch aseguran, está el campamento San Juan. Cuatro guardaparques, entre ellos dos mujeres, custodian la tranca de ingreso a una de las áreas protegidas más biodiversas de Bolivia. Una que, en los últimos años, se ha incendiado con tal frecuencia, que incluso en pleno 23 de diciembre pasado tuvo a sus guardaparques en vilo por un fuego que amenazaba con propagarse.

El río Paraguay ha bajado su caudal, pero continúa siendo una salida para los productos bolivianos, especialmente la soya. Foto: Miguel Ángel Surubí

Adentro, las pampas que suelen inundarse en época de lluvia lucen secas. De lejos, islas de palmeras se erigen solitarias, mientras uno que otro ciervo del pantano (Blastocerus dichotomus) se asoma cerca del camino. “Parece que va a llover”, comenta el guardaparque Antonio Bejarano con esperanza. Pero el cielo oscuro con tonos grises que se forma en el horizonte es solo un espejismo, o una realidad, pero muy lejos de donde se necesita el agua.

Asentado en la tranca de Puerto Busch, como a seis horas de la tranca de San Juan, Antonio custodia este vasto territorio protegido de 10.060 kilómetros cuadrados en una moto cuadratrack. Es uno de los pocos vehículos que funciona. Los otros —dice Marco Antonio Canaviri, actual director de Otuquis— están en desuso, o en reparación. “Ahorita contamos con una camioneta, con desperfecto de inyectores, y otra camioneta blanca que está funcionando. Hemos generado alianzas con empresas privadas como Sinosteel, la cual nos está apoyando de manera coordinada, para dotarnos de material de escritorio y limpieza. Igual tiene el compromiso de apoyarnos con la reparación de motocicletas”, dice Canaviri.

En un recorrido con Antonio por el río Negro, uno de los que en otros años saciaba la sed de aves, mamíferos de gran tamaño como el jaguar, caimanes y otras especies; la sequía es agobiante. Con una temperatura de más de 40 grados, apenas un ciervo echado en el lodo se levanta al sentir el motor del vehículo. Los lagartos al sol ni se inmutan y pequeñas bandadas de aves alzan vuelo, aunque son pocas. En el pequeño charco de aguas negras, unos cuantos peces lanzan burbujas. No se ve Londras o Nutrias gigantes (Pteronura brasiliensis) ni capibaras, como solía ocurrir a esta hora, según el biólogo Juan Carlos Urgel, quien ingresa a Otuquis a observar fauna y hacer estudios desde 2014.

Así lucía el río Negro, en el Parque Nacional Otuquis, en febrero de 2024. Foto: Miguel Ángel Surubí

En la llamada fábrica de agua, “ahora hay lugares muy secos, desérticos. Donde antes había cuerpos de agua, encontramos la tierra partida. Aquí han entrado empresas chinas, han dragado el camino. Se ha comprobado en la zona del Mutún que han desviado cuerpos de agua, los cuales eran humedales y ahora se han secado. Hay pruebas, han hecho diques en la parte de la serranía del Mutún, han desviado arroyos, han desviado manantiales, y dentro del parque hay esta afectación, incluso la construcción de una carretera (2008) que en gobiernos anteriores han dicho que no afecta, pero afecta mucho”, dice el biólogo.

Pese a ello, y aunque no hay estudios recientes, el estado de conservación del lugar todavía es bueno. Y mucho de eso es gracias a los 11 guardaparques y el jefe del cuerpo de protección, quienes trabajan distribuidos en cuatro campamentos. En todos ellos, cuadratracks y motos en desuso están apilados como en un museo; muestra de la falta de insumos para patrullar en una zona que colinda con Brasil y Paraguay, desde donde han ingresado los incendios en los últimos años, según la georreferenciación para detectar fuego.

Un guardaparque observa con preocupación la sequía en el río Negro, otrora afluente al que acudían varias especies de animales a saciar su sed. Foto: Doly Leytón Arnez

“Aquí las actividades son muy complejas de controlar, primero porque no tenemos seguridad personal, tampoco equipos, como motos o linternas. Se supone que los camiones (de la empresa del Mutún y de quienes construyen el acueducto) tienen un horario para circular y deben hacerlo a una velocidad de 40 o 50 kilómetros por hora para no pisar fauna (animales), pero aquello no se cumple y es muy difícil de controlar”, lamenta Alberto Terrazas, jefe de los guardaparques.

Además de estos problemas, a los custodios también les toca lidiar con cazadores furtivos que, muchas veces, ingresan de Paraguay. En el país vecino existen comunidades indígenas que consumen carne de monte para su subsistencia, pero se detectó que suelen provocar incendios, para que ante el reflorecimiento de las pampas aparezcan animales para alimentarse, y ellos puedan capturarlos.

Si Pantanal no existiera…

En el ANMI San Matías, la otra área protegida de Pantanal, es posible observar a la Paraba Jacinta, además de otras aves. Foto: Alejandro de Los Ríos

¿Alguna vez ha imaginado la ausencia? ¿Cómo sería un lugar si no estuviera alguien o algo? En el caso de Pantanal, esa “nada” sería una megafuente menos para producir lluvias. Y aunque tal vez sería el sueño de industriales y gobernantes, porque permitiría tener una pampa extensa para construir carreteras, haría falta agua, para conectarse con el Océano Atlántico.

“Los humedales que están en este bioma (Pantanal) son los principales impulsores del ciclo del agua. La fábrica del agua depende de un proceso de reciclado donde todos los cuerpos de agua (lagos, lagunas, ríos) y el bosque que se encuentran dentro, bombean humedad a la atmósfera. Esa humedad luego es almacenada en los suelos. Por eso, el agua que se genera en Pantanal sostiene todas las actividades, ya sean de calidad de vida humana, economía e industrial”, asegura Marlene Quintanilla, directora de investigación y gestión del conocimiento en la Fundación Amigos de la Naturaleza (FAN).

Al pie del muelle de la laguna Cáceres en Puerto Suárez aún quedan vestigios de las barcas que usaban para transporte por este cuerpo de agua. Foto: Miguel Ángel Surubí 

Tal vez por eso, en la década de 2000, Brasil se negó a ser parte de un megaproyecto multinacional, que incluía una serie de obras civiles e hidroeléctricas para impulsar, especialmente, la agroindustria soyera tanto boliviana como brasileña. Hoy los planes todavía están en mesas de charlas, aunque ninguno se animó a dar ningún paso, por los altos costos y la posible reacción de los pueblos.

“En 2012, se trabajó la evaluación ambiental estratégica de Pantanal. Una de las conclusiones, que quizá no expresa todo, porque no se pudo conseguir el documento oficial a cargo del Viceministerio de Recursos Hídricos; plantea un panorama complejo, si no se cambia estas actividades (extractivas). Es una proyección a 2023 y estamos avanzando en ese sentido claramente. Por tanto, deforestación, minería y la hidrovía (Paraguay-Paraná) e infraestructura conectada a ello, focalizada en Puerto Busch, que está dentro del Parque Nacional Otuquis; son las principales amenazas de este bioma. Y no solo sucede en el lado boliviano, sino también en el brasileño”, sentencia Sara Crespo, actual directora de la oenegé Productividad, Biósfera y Medio Ambiente (Probioma), la cual trabaja en la zona desde hace más de tres décadas.

Motacusito, la experiencia modelo

Marisol (izq.), Ana María (centro) y Kirian (der.), guías turísticas comunitarias de Motacusito. Foto: Miguel Ángel Surubí

En julio de 2007, el entonces gobierno de Evo Morales hacía noticia por la firma de un contrato de riesgo compartido entre el Estado boliviano y la firma india Jindal Steel & Power Limited. La compañía foránea se había comprometido a invertir 2.100 millones de dólares, para operar un complejo siderúrgico desde octubre de 2014. En los noticieros de le época, representantes de la sociedad civil porteña expresaban su alegría, porque aquello significaba «trabajo y progreso» para el municipio fronterizo.

Años más tarde, 2012, esa felicidad se convirtió en rabia, que a su vez llevó a la gente del lugar a bloquear la carretera internacional exigiendo la reanudación de obras, ante la salida de la Jindall. Hoy, cuando se recorre las calles porteñas y se consulta si realmente habrá mayor empleo o cambiará mucho la vida de la gente con el inicio de las operaciones, el entusiasmo es menor.

“Mutún es el sueño anhelado de todo porteño. Que nuestro hierro se explote, se procese, se comercialice. Pero, a su vez, es difícil estar en lugar de una ambientalista porteña, porque te pueden considerar como atajo al progreso. Mas no se trata de eso, se trata de un desarrollo sostenible, que vaya en equilibrio con el medio ambiente”, dice Ilonka Suárez, responsable de la Unidad de Medio Ambiente del Gobierno Municipal de Puerto Suárez.

Y ya no todos ven la oportunidad como una fuente de empleos.

  • «La gente del lugar tiene consciencia. Si bien quieren Mutún, porque es un sueño anhelado, eso se ha ido muriendo, porque se da cuenta que ni siquiera son ellos los que trabajan. En la construcción de la planta siderúrgica, por ejemplo, el 70 por ciento de los trabajadores son chinos», asegura Mariá Renée Barrancos, bióloga que trabajó en la zona durante varios años. Sara Crespo, de Probioma, coincide. La presencia asiática en la construcción de la megaplanta es tal, que la señalización está escrita en idioma chino.

Una de las comunidades que precisamente no cree que su vida cambie cuando el hierro se explote es Nuevo Motacusito; un villorrio situado en la salida del municipio de Puerto Suárez. Un grupo de mujeres se enteró que dentro de su territorio chiquitano tenían una fuente de agua, que no solo podía servir como atractivo turístico, sino que también alimenta a la Laguna Cáceres. Entonces, luego de ganar un proyecto para convertir este lugar en un sitio para atraer visitantes con enfoque ecológico, lograron que el municipio declare Área Protegida Municipal a la fuente de su agua.

Hoy, aquello que empezó como un sueño en 2017, es una realidad. Tras recibir capacitación y financiamiento, este pequeño poblado de 50 familias está aprendiendo a vivir del turismo comunitario, y el huerto urbano que habilitaron cerca de su plaza principal.

En Motacusito, la comunidad ha decidido tener su propio huerto orgánico como alternativa, para generar sus propios alimentos.

Sus principales atractivos son Cueva y Laja, que albergan varias especies de murciélagos, batracios y peces. Hasta allí se puede llegar caminando tres kilómetros, o en vehículo. La experiencia, describen las guías comunitarias, es única porque no solo permite un contacto con la naturaleza, sino conocer las fuentes de agua que todavía alimentan a la golpeada Laguna Cáceres. En un tour de un día, se puede disfrutar también de gastronomía del lugar, previa coordinación.

“Nosotros no sabíamos que teníamos un reservorio de agua. Gracias a estudios que hicieron (la oenegé) WWF con apoyo de la Sociedad Boliviana de Derecho Ambiental, se detectó tal situación”, cuenta Ana María Tomichá, una de las impulsoras de la iniciativa.

Actualmente, Motacusito recibe visitas especialmente de delegaciones que llegan de Brasil, pero invita a connacionales a conocer su riqueza. En este enlace puede encontrar los números de contacto.

La cueva de Motacusito. Foto: Gentileza comunidad Motacusito

Para ellos, el ansiado proyecto Mutún no es algo que les cambie la vida. “Sabemos que hay acueductos que están haciendo allá. Decimos que está lejos, pero estamos en la zona de amortiguamiento de Otuquis, por tanto, nos afecta. Aquí oímos los camiones que entran para hacer el acueducto, o sea que imagínese cómo será el impacto”, asegura Ana María.

Tanto para ella, como para Marisol Román y Kiriam Román, sus compañeras en la hazaña de impulsar el turismo comunitario, cuidar el agua siempre será una mejor opción, porque garantiza su vida «y la de las nuevas generaciones».

Este reportaje es parte del especial «Pantanal: La fabrica de agua, ¿se queda sin agua?», realizado por

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