Yapukamanis, los guardianes de sembradíos enfrentan el cambio climático

Una comunidad de Tiahanacu conserva saberes ancestrales para enfrentar a la sequía, la helada y otros fenómenos que acechan a sus cultivos. Con rituales religiosos y creencias andinas hasta ahora han logrado una resiliencia que les da tranquilidad.

Los yapukamanis en la cima del cerro Quenachata durante la jornada de celebración en mayo de 2023. Foto: Fabiola Guerrero
Los yapukamanis en la cima del cerro Quenachata durante la jornada de celebración en mayo de 2023. Foto: Fabiola Guerrero

Rocío Lloret Céspedes

Mediodía. En la inmensidad de la puna altiplánica, dos niños y una niña corren tras una bicicleta. Pequeños dientes blancos sobresalen en rostros cobrizos con rubor natural forjado por el viento frío. De fondo, sembradíos inmensos y casitas distantes una de la otra.

Esta mañana de lunes 1 de mayo, Achaca, un ayllu originario de 600 familias, perteneciente al municipio de Tiahuanacu en La Paz, ha abierto sus brazos para recibir invitados. Como pocas veces, permitirán que se vea sus costumbres, sus ritos, su forma de vida en equilibrio con la tierra.

En esta planicie de tonos marrones, tres cerros custodian a los habitantes bajo un cielo azul ya casi de inverno. A lo lejos, mientras los niños juegan detrás de la bicicleta, hombres, mujeres, jóvenes y no tanto cosechan la siembra que este año se retrasó por la sequía. Siluetas agachadas de polleras, sombreros y ponchos recogen papas, habas, avena, ocas y algo de quinua. Es víspera de la fiesta de la cruz. Para los Andes, una fiesta vinculada a la alineación de la Cruz del Sur o Chakana.

Entre el 1 y 3 de mayo, la gente del lugar dejará sus quehaceres cotidianos como conducir taxis o estudiar en la universidad para dedicarse a recoger los frutos de la siembra. Los clasificarán —para el comercio, la alimentación, para la producción de chuño y tunta (papas deshidratadas), para la semilla del próximo año— y así se cumplirá un ciclo para dar paso a otro relacionado con el negocio.

“Van a acopiar (productos) para generar riqueza y hacer viajes largos. Así se activa lo que llaman el qhapac ñan (camino del inca), que antiguamente se realizaba en llamas y actualmente se hace en camiones”, dice Luis Callisaya, arqueólogo del Centro de Investigaciones Arqueológicas, Antropológicas y Administración de Tiwanaku (CIAAT).

Entre la fe y la tradición


Al cumplir un ciclo, caca año la comunidad se reúne con los yapukamanis para honrar su labor y agradecer a sus deidades por los productos de la tierra. Foto: Doly Leytón
Al cumplir un ciclo, caca año la comunidad se reúne con los yapukamanis para honrar su labor y agradecer a sus deidades por los productos de la tierra. Foto: Doly Leytón

Mientras eso pasa en la planicie, en la punta del cerro Quenachata se vive otra fiesta. A 3600 msnm un viento helado lastima las fosas nasales y exige más aire a los pulmones. Ataviados con ponchos rojos y verdes, hombres de profundos surcos en el rostro moreno se aprestan a realizar una milenaria tradición de esta fecha. Mujeres de distintas edades —regordetas y cargadas con aguayos de colores en la espalda— hacen lo propio.

Desde lo alto, el Lago Titicaca deja ver una sutil línea azul en el horizonte. Al frente está Perú, en el lado fronterizo de Desaguadero. Al oeste, el imponente Illimani y sus picos blancos. Más cerca, una llama recelosa de su cría, que mueve la cabeza advirtiendo que puede ser peligroso acercarse.

La cima que pisamos es una waca sagrada o lugar de ceremonias; lo mismo que otro cerro aún más imponente, Quimsachata, y un tercero al que también se sube para hacer rituales.

A los pies de una cruz blanca católica, los líderes de Achaca, vestidos con ponchos rojos, están junto a los cuatro yapukamanis que hasta hoy cumplieron la tarea de custodiar los sembradíos. Enfundados en ponchos verdes, chicotes y sombreros, estos hombres elegidos por un período de cuatro meses —de enero a mayo, desde la siembra hasta la cosecha— se encargan de espantar la helada y atraer la lluvia para garantizar una buena producción. Para ello apelan a tradiciones, ayunos e incluso pirotecnia.

Antes de entregar la ofrenda a la Pachamama o diosa tierra, discursos, deseos de prosperidad, oraciones católicas como el Padrenuestro, el Credo y el Ave María, para finalmente pedir perdón por cualquier pecado o error que se haya cometido. Después, una ceremonia que incluye coca, dulces con figuras diversas que representan la prosperidad, salud o buenos negocios, y por último, la entrega total a las llamas de fuego avivadas por sendos chorros de alcohol. Una vez terminado esto y mientras la tierra “come” lo entregado, abrazos y felicidades. El ciclo está cerrado. Hay que celebrar.

Los guardianes de los sembradíos, envueltos en prendas exclusivas para su labor, emanan un aura de solemnidad mientras tocan los instrumentos de viento que se han convertido en esenciales para proteger las tierras cultivadas. Foto: Fabiola Guerrero
Los guardianes de los sembradíos, envueltos en prendas exclusivas para su labor, emanan un aura de solemnidad mientras tocan los instrumentos de viento que se han convertido en esenciales para proteger las tierras cultivadas. Foto: Fabiola Guerrero

Como en un banquete de mesa larga, las mujeres acomodan en el suelo una larga fila de papas cocidas, chuños y tuntas, retazos de plátano hervido, habas y la llajua o salsa picante. Para acompañar el manjar andino, retazos de queso de leche fresca con algo de huevo cocido. Toda una oda al placer de la comida, con colores que invitan a servirse el manjar con las manos.

Saciada el hambre, viene el baile. Las quenas y quenachos emanan una melodía acompañada por un tambor. Compartir, esa palabra tan comunal, se convierte en una premisa para los asistentes. Se comparte la comida, se comparte las creencias, se comparte algunas bebidas.

Mañana, cuando los yapukamanis hayan terminado su misión, volverán a ser parte de la comunidad. Ya no tendrán que dormir con los ponchos y chicotes puestos para estar siempre listos a salir de madrugada si se avecina un temporal. Ya podrán entrar al pueblo de Tiahuanacu y asistir a velorios. A partir de mañana, ya no serán responsables si algo malo le pasa a la cosecha, porque habrán cumplido a cabalidad su misión, como lo ordenan sus tradiciones.

Un año preocupante

El panorama que usualmente es verduzco, este año luce amarillento por la falta de lluvias que avive a la vegetación. Foto: Doly Leytón
El panorama que usualmente es verduzco, este año luce amarillento por la falta de lluvias que avive a la vegetación. Foto: Doly Leytón

2022 fue para las comunidades de Tiahuanacu un año de sequía “increíble”. Así lo define Modesto Damián Huayca Mamani, jaliri o líder de los yapukamanis de Achaca.

Cuenta que usualmente la siembra inicia antes del 10 de noviembre. Se supone que hasta entonces la lluvia tiene que haber preparado el suelo. Pero el año pasado, ya era 10 de diciembre y ni una gota había caído.

“Todos los comunarios, con los mallkus (líderes), ya estábamos ayunando. De ahí un poco ha llovido, por eso empezamos la siembra el 13 de diciembre y lo hicimos hasta el 4 de enero de este año. Ya era demasiado tarde. Para nosotros, ha sido el cambio climático”, dice Huayca.

Tras las primeras lluvias, tampoco cayeron otras que mejoraran el panorama. Los ayunos continuaron. La preocupación era que el forraje para el ganado (avena) no fuera suficiente, pero una granizada volvió a regar la tierra y este 2 de mayo, la gente de Achaca pudo realizar la cosecha, aunque no como esperaba, porque no se sabe si el alimento será suficiente.

Un yapukamani es como el guardián de los sembradíos. Desde que asume el cargo, en diciembre y hasta que se recoge los frutos, en mayo, su labor es estar pendiente las 24 horas del día, que ni la granizada fuerte ni la helada dañen los cultivos. Por eso se elige a cuatro, uno por cada sector: uno para la papa, otro para el haba, otro para la avena y el cuarto para la parte donde se siembra oca.

Los fenómenos naturales se espantan con humo, challas o rituales andinos de ofrenda, los pututos o astas de toro para alertar de un temporal; e incluso con chicotes. “Lo sacamos como a una persona, lo perseguimos”, asegura Modesto.

Pero ¿qué pasa cuando lo que no llega es agua en ninguno de sus estados?

“Nuestros padres y abuelos dicen que hoy en día la gente desperdicia. Entonces, todo ese cultivo, la papa, el chuño, sufre, a veces no recogemos a tiempo. Porque ha habido también buenas cosechas y la gente poco a poco recogía, las (papas) pequeñitas las dejaba. Por eso debe ser, un castigo”, sentencia el jaliri.

Reconducir el camino

Para el mundo andino, el 19 de marzo, día de San José en el calendario católico, es una fecha para “mirar” cómo estará el clima para la siguiente siembra. Esta vez, las predicciones fueron mejores, por lo que se espera que el siguiente año la cosecha sea buena. Pero 2022 fue un año duro.

Gualberto Limachi Callisaya, yapukamani segundo, lo describe como un fenómeno que “era para llorar” debido a la sequía. En su caso, las respuestas a esas necesidades de que llegue “aunque sea granizo” para regar la tierra antes de la siembra, llegaron tras oraciones, ayunos y lecturas de la Biblia.

Benito Víctor Casillo Mamani, tercer yapukamani de Achaca, asegura que gracias a ello este día pueden alegrarse como agradecimiento a los favores recibidos. “Verdaderamente este cerro tiene poder, hasta un enfermo sube, y se sana. Mi padre era amauta, la persona que estaba enferma, subía, daba vuelta de rodillas y sanaba”, recuerda.

Gracias a sus plegarias y ritos, este año la fiesta de la cruz fue pura alegría. Y aunque auguran una mejor gestión, los kamanis son conscientes de que el ser humano está haciendo daño a la tierra.

Este 1 de mayo la noche está por caer. Mañana, ya como civiles, los cuatro yapukamanis junto a los mallkus volverán a subir a este cerro trayendo frutos que dejaron ayer en la iglesia de la comunidad.

Marcelino Callisaya, el cuarto guardián, dice que hasta antes de que la sequía golpeara, en esta zona se sembraba quinua; hoy en día la dieta de los lugareños incluye fideos y arroz, alimentos que no son propios de la región.

“¿Qué nos pasaría? Nos va bien para el ganado, pero nuestra nutrición estamos desvalorizando. Vendemos leche, ganado, con eso compramos fideo, y nuestra nutrición está fallando. Estamos desnutriéndonos. Tengo 65 años, pienso (que) de aquí a 15 años seré más viejito. Mi abuelo vivió 120 años. Mi papá ni mi mamá llegaron a los 80 años, ¿llegaré yo siquiera a los 70?”.

Los yapukamanis en la cima del cerro Quenachata durante la jornada de celebración en mayo de 2023. Foto: Fabiola Guerrero