*Por: Marcelo E. Arze García
Charquini, montaña vecina al Chacaltaya y próxima a La Paz. Con paisajes nivales que evocan el Perito Moreno en Argentina o incluso a Aspen, en Colorado. Con lagunas, grietas de hielo y un glaciar al alcance de la mano, ha generado un súbito interés por parte de turistas nacionales que se dan cita cada fin de semana, provocando incluso accidentes debido a la sobrecarga y al mal manejo de los grupos de turistas. ¿Qué podemos aprender de esta experiencia?
En 1996 tuvimos la suerte de explorar unas cuevas recientemente abiertas en el glaciar de Chacaltaya, hasta ese momento la pista de Sky más alta del mundo. Con más de un kilómetro de descenso, que era la delicia de los practicantes del Slalom, tenía un pico de 5421 msnm, y su glaciar, hasta 40 metros de espesor. Esto atraía a miles de turistas al año, quienes llegaban a probar este empinado descenso durante los meses de lluvia, que era cuando más nieve se acumulaba encima del espeso glaciar, y que hacía que el descenso en sky fuera espectacular.
Sin embargo, a la mitad de la pista, una grieta vertical había aparecido. Equipados con crampones, piolets, cuerdas y demás equipo de seguridad, descendimos unos siete u ocho metros verticales. Poco a poco fuimos observando cómo la grieta se abría en dirección paralela a la pendiente de la montaña, tras unos 10 metros caminando sobre hielo. Este cedió y apareció la roca de la morrena que cubre la base de la montaña; piedra pizarra fragmentada, por la cual se había formado un pequeño riachuelo e iba horadando y drenando la esencia viva del glaciar.
De manera inexorable, en este punto no llegaba la luz solar debido al espesor del hielo. Pero caminando agachados logramos progresar unos 30 o 40 metros, alumbrados por nuestras linternas frontales. Así llegamos a un lugar donde debíamos avanzar muy agachados, así que decidimos descansar y apagar un momento las linternas.
En este lugar el hielo se había hecho más delgado, tal vez un metro de espesor. Ya sin las linternas alumbrando, nos dimos cuenta que la luz solar penetraba el hielo, iluminando el espacio y las luces más hermosas que se puedan imaginar nos rodeaban. El hielo actuaba como un prisma y descomponía la luz solar en los más caprichosos colores: fucsias, celestes, rosados, naranjas.
Cada uno de los tenues rayos de luz ingresaba en forma de líneas formando haces y creando uno de los espectáculos más singulares de los que personalmente haya sido testigo.
Hacia algunos meses un amigo escalador y especialista en glaciares tropicales, Bernard Francou, nos había contado que Chacaltaya la montaña que visitábamos para hacer sky con cierta regularidad; perdería su hielo hasta el año 2015. Evidentemente nos pareció una exageración, ya que sonaba demasiado alarmista que en 20 años desaparecería el hielo y que realmente no había que preocuparse tanto.
Pero al ver las entrañas del glaciar, tal vez no era muy consciente de que estaba viendo la agonía de esta montaña que perdía inexorablemente su manto “eterno”. Claro, evidentemente, la profecía de mi amigo el glaciólogo estaba equivocada, ya que el año 2005, es decir en la mitad del tiempo que él había pronosticado, Chacaltaya había perdido su hielo.
Esos momentos de revelación, cuando encuentras que una pieza del rompecabezas se encuentra perfectamente alineada con la siguiente, me han llevado a tratar en lo personal de tratar de entender el cambio climático. En principio es un proceso descorazonador y de mucha desilusión, sin embargo, es tarde para el pesimismo. Es momento de entender que cada uno de nosotros puede hacer algo al respecto.
Evidentemente podemos intentar reducir nuestra huella ecológica, minimizando la cantidad de energía que empleamos, tratando de reducir el uso de plásticos, evitando el consumismo sin sentido. Desde la compra de nuestra ropa, hasta la de nuestros alimentos. Cada una de las decisiones que tomamos pueden hacer más sostenibles el planeta, evitando comer carne, buscando comida orgánica, o empleando la bicicleta o el transporte público cuando está disponible en vez de nuestro carro.
Tratar de separar nuestra basura, intentando compostar lo orgánico ayuda a procesos de reciclaje y también a mejorar el suelo de nuestros jardines, pero también siendo conscientes de cómo y dónde disponemos nuestros residuos.
Un segundo paso puede ser intentar cuidar nuestro propio jardín y tener más plantas. Eventualmente apoyar labores de forestación y reforestación en las áreas verdes próximas, generando una dinámica social y ambiental que nos ayude a tomar conciencia de la importancia de preservar la naturaleza y nuestro propio hábitat. Pero, sobre todo, mejorando nuestra propia relación con la naturaleza, estoy seguro que si dejas el móvil unos minutos hay mucha belleza fuera de tu pantalla, así que pasa más tiempo disfrutando ese reencuentro.
Un tercer paso es evidentemente tratar de cambiar la tendencia, intentando apoyar que se generen políticas de conservación. Empezando por evitar la deforestación, y entendiendo que la quema de los bosques está directamente asociada a la pérdida de los glaciares.
Solo para mencionar algunas de las relaciones, la pérdida de bosques impacta directamente en la generación de mayor cantidad de dióxido de carbono en la atmósfera.
Un segundo elemento está en que la pérdida de bosques es la pérdida del agua. ¿Sabían que los bosque, debido a la transpiración ayudan al transporte de agua y la regulación de las lluvias? Menos bosque, evidentemente traerá menos acumulación de agua estacional en los glaciares, pero también más sequias, y evidentemente son las ciudades las que sufrirán las mayores consecuencias.
La Paz recibe el agua en aproximadamente un 80 por ciento de los bosques que se encuentran hacia el norte. En 2016 ya sufrió gravemente, aunque se sabía que la escasez sucedería, y ahora parece que la gente ya lo ha olvidado.
Cochabamba, Sucre, Oruro, Potosí, Tarija ya tienen escasez recurrente. En tanto que en Santa Cruz de la Sierra, el futuro no se ve mejor, y con una población creciente, una deforestación en la Chiquitania, en la región próxima al Amboró y las áreas aledañas a la ciudad, además del trabajo de explotación de áridos en las riveras del Piraí traerán consecuencias funestas a la ciudad de mayor crecimiento poblacional del país.
Muchos pensarán que son otros los causantes, pero creo que todos tenemos la responsabilidad de detener este camino de destrucción. Es necesario un movimiento ciudadano que logre que nuestro hábitat sea sostenible, partiendo de nuestra casa, a nuestro barrio a nuestra ciudad y hasta nuestro país.
Ojalá que el turismo se reabra en Charquini, pero no ese turismo de botecitos y guías improvisados con turistas de pacotilla que botan su basura y destruyen el atractivo. Ojalá aprovechemos esos tours con propósito, que los guías pudieran enseñar el proceso del cambio climático, cómo nos afecta y cómo la belleza evanescente de los glaciares nos está dando una lección. Pero no solo para pasar el examen, ojalá que realmente aporte a un cambio de actitud en las personas.
Las noticias del cambio climático son deprimentes, pero con un compromiso personal y trabajando de manera unida se puede cambiar la tendencia. Anímense a visitar Charquini y realmente escucharlo. Y si estás lejos, hay muchas lecciones que la naturaleza nos da todo el tiempo cerca de casa, pero es necesario querer escucharla.
Que lo ocurrido las semanas pasadas sea una lección que nos ayude desde el turismo a generar una propuesta de viajes con objetivo, que genere experiencias de aprendizaje, que busquemos un objetivo mayor en el encuentro entre la gente y la naturaleza.
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