Este es el pabellón que ya está listo. Los vecinos pusieron la mano de obra.

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La Región

Fue un trabajo de hormiga. Santiago de Chiquitos, a 22 kilómetros de Roboré, en el este de Santa Cruz; vio que las autoridades no iban a reaccionar a tiempo cuando el coronavirus entró a Bolivia, en marzo pasado. Entonces decidió organizarse.

Los habitantes de esta comunidad, que está dentro de la Reserva Municipal de Vida Silvestre Valle de Tucabaca, conformaron un Comité Operativo de Emergencia Local (COEL) y crearon un grupo de whatsapp con 240 integrantes. Allí avisarían las medidas a tomar y mantendrían informados a los cinco barrios que tiene el pueblo. Se estima que hay 2.500 habitantes, según su subalcalde, Teddy Macoñó.

En el COEL no solo involucraron a esta autoridad, sino a representantes del cuartel militar que hay en el pueblo, de la cooperativa de agua, la junta de vecinos, el Rotary Club, voluntarios y hoteleros, ya que este es un destino turístico por excelencia.

La primera medida que asumieron, mucho antes que el término “encapsularse” se pusiera de moda, fue cerrar los dos accesos. Al ser parte del municipio de Roboré, uno de los primeros en reportar casos de Covid-19, sabían que el riesgo al que estaban expuestos era alto y no podían arriesgarse.

Gracias a donaciones, lo primero que hicieron fue dotar de implementos de bioseguridad a su primera línea de control: militares, vecinos que se ofrecieron como voluntarios para estar en las trancas, y personal sanitario.

Se coordinó con los militares y se buscó ayudar a los ancianos, así como a familias necesitadas.

Luego se ocuparon de conseguir raciones de alimentos para las familias más necesitadas, las mismas que fueron distribuyendo de acuerdo a la información de los representantes de los cinco barrios que tiene Santiago.

De a poco fueron detectando acciones que los ponían en riesgo y así fueron cerrando posibilidades de ingreso del virus. “Encontramos que personas de otras comunidades usaban caminos alternos para entrar y los cerramos. Luego vimos que había transportistas que se quedaban en el pueblo para dejar productos en las tiendas, así que un voluntario con su moto los escoltaba hasta que salieran”, dice Yuvinka Gareca, también voluntaria de toda esta acción para cuidar a toda la comunidad.

La gente comenzó a darse cuenta que era necesario todo esto. Brindar información clara y transparente por whatsapp fue vital para lograr que todos entren en la misma línea. Por eso, cuando llegaron los bonos del gobierno, gente del lugar también puso a disposición un vehículo que transportara a los vecinos, en grupos de a seis para que puedan bajar a Roboré a cobrar los beneficios. Allí solo podían acercarse al banco, la farmacia, y volver.

Incluso tomaron en cuenta a quienes llegaban de Santa Cruz o de otros municipios, como militares, y les pedían entrar en cuarentena al menos siete días, antes de asumir sus actividades normales.

El gran desafío

El pabellón 4 es uno de los más deteriorados. Se requerirá más trabajo, pero en este barrio varios de sus habitantes se dedican a la albañilería.

Desde un principio los santiagueños tuvieron en mente que necesitaban un lugar para aislar a los positivos. Por eso aquel viejo hospital que, según una placa fue entregado en 1977, durante la presidencia de Hugo Banzer Suárez, era el lugar perfecto. Tener una arquitecta entre los vecinos hizo el resto.

Mary Pacheco decidió encargarse de dirigir las obras de refacción. Según cuenta en el lugar crecieron hasta árboles, porque si bien es grande y espacioso, quedó en el olvido.

El edificio tiene muchos daños. Se sabe que en algún momento allí funcionó la posta sanitaria, pero nadie se encargó de mantenerlo.

A principios de abril, los voluntarios y el COEL se pusieron la meta de salvarlo. Para ello empezaron a buscar donaciones entre los vecinos que ahora viven en Santa Cruz, fundaciones y oenegés que siempre apoyan a la Chiquitania y autoridades. De a poco, se hizo el milagro.

Durante años este lugar quedó abandonado. Ahora se busca refaccionarlo de a poco.

Como son cuatro pabellones, cada barrio tiene a su cargo uno de ellos. La idea es que cada espacio tenga dos habitaciones, su baño y su comedor. El de adelante ya está listo, pero hay otros que requieren más trabajo.

La mano de obra está en manos de los propios vecinos, mientras el COEL se encarga de conseguir donaciones de material de construcción canalizado por Alas Chiquitanas, un grupo de voluntarios que surgió el año pasado, cuando los incendios forestales azotaron a esta región de Bolivia.

Por su parte, el subalcalde Macoñó y los representantes de Santiago gestionan ante la Secretaría Departamental de Salud la dotación de un ítem para el médico que contrataron estos meses, desde que comenzó la pandemia. “Ya enviamos una carta, porque ahora tenemos tres médicos: está uno de la Caja Nacional, uno particular, y el que contratamos por esta cuarentena, que va a cumplir su cuarto mes. También tenemos enfermeros”, explica la autoridad.

La unión hace la fuerza

Los vecinos se organizaron incluso para dar alimentos a los voluntarios que cuidan las trancas.

Cuando se le pregunta a Yuvinka Gareca dónde radica el éxito para lograr unir a gente que no siempre está de acuerdo con las medidas que toma la mayoría, dice que en la transparencia. Desde que empezó esta cruzada, no se ha dejado de informar a los habitantes de todos los movimientos que se toman y se rinde cuentas de todo lo que llega en beneficio del pueblo.

“Sabemos que en algún momento va a llegar el virus y no podemos estar encapsulados toda la vida, pero por lo menos vamos a tener un lugar dónde aislar a los pacientes”, dice.

La lista de personas e instituciones que se sumaron a la causa, tanto con alimentos como con otras donaciones es extensa. Está Fundesanch, Alas Chiquitanas, Ayuda Bolivia WTS, el Rotary, la Fundación para la Conservación del Bosque Chiquitano (FCBC), Probioma, la Gobernación de Santa Cruz, el municipio de Roboré y familias como Montero Roda, Cynthia Alcócer (damas rotarias), Oropeza, Juan Remberto Hurtado y muchos más. Ello sin contar las empresas que se sumaron a la causa gracias a gestiones de los santiagueños.

Lee también: La magia de Santiago de Chiquitos 

Mary Pacheco recibe una donación. Mira el video.

Gracias a este trabajo, también se está empezando a equipar el hospital. Ya hay una heladera, un equipo para medir la temperatura y 14 catres.

El camino, sin embargo, es todavía largo. Falta reparar todos los pabellones, uno de los cuales tiene daños muy severos, según la arquitecta. “Pero una vez que esto termine, el pueblo decidirá qué hacer con su hospital, porque las autoridades no se ocuparon, como sucede siempre. Lo hizo la gente y es de la gente”, asegura.

Un futuro incierto

Es difícil hablar de futuro en las circunstancias que se viven. Santiago era un destino turístico por excelencia, debido a su ubicación favorecida y porque está dentro de una de las áreas protegidas más biodiversas de Santa Cruz.

El sector hotelero no ha previsto aun cuándo abrir sus puertas, aunque desde Roboré ya se está capacitando a los propietarios en medidas de bioseguridad.

Por lo pronto, tanto empresarios como vecinos tienen la mente puesta en su hospital y más bien prevén dar un siguiente paso para enfrentar a la crisis. Para ello, Yuvinka dice que se pidió a la oenegé Probioma la capacitación para hacer huertos familiares. Esto para asegurar la alimentación de los habitantes después que pase lo peor de la pandemia.

Para ello, una vez más, Franz Sevilla del barrio San Francisco; Verónica Fernández, del barrio San Antonio; Rubén Etcheverry, del 1 de Mayo; Marcelo de los Ríos, del Santa Rosa y la propia Yuvinka, del centro histórico misional, tendrán la misión de convocar a sus vecinos. Ya lo hicieron una vez y ahora no tendría por qué ser diferente.

Para ayudar a reconstruir el hospital

  • Se necesita: cemento, pisos de cerámica, pintura, estuco, ripio, grifería, material eléctrico, vidrios e insumos médicos. En Santa Cruz puedes contactarte al 70811914 o entra al Facebook de Alas Chiquitanas  Todo aporte será bienvenido.

 


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