Paraba frente roja: cómo el aviturismo y tres comunidades quechuas pueden ayudar a salvar a una especie boliviana en riesgo de desaparecer

San Carlos, Perereta y Amaya, en Cochabamba, centro de Bolivia, trabajan desde hace 17 años en un turismo especializado, que genera recursos para cubrir necesidades de educación y deportes, entre otros rubros. La Reserva Comunitaria Paraba Frente Roja es el sitio de anidación natural más importante de este guacamayo. Situada en una zona dedicada a la agricultura, es refugio de esta y otras 134 especies de aves.

En la carretera antigua que une Santa Cruz con Cochabamba —trópico y valles de Bolivia— existe una pequeña región llamada valles secos interandinos. Formaciones rocosas imponentes, tan altas como inaccesibles. A sus pies, ríos y vertientes, arbustos, tierra extensa. Terrenos con buenas condiciones para desarrollar agricultura.

Allá por la década de los 60-70, muchos sectores de esta zona eran vírgenes. La mano del hombre no se había expandido, tampoco se cultivaba la tierra con fines comerciales a gran escala. Árboles como el chañarillo, de frutos carnosos y harinosos, o el cupesí eran el alimento natural de una especie que —hasta ese momento— abundaba en el lugar y anidaba en los acantilados: la paraba o guacamayo frente roja (Ara rubrogenys).

Ilustración tomada del Plan de Acción para la Paraba Frente Roja
Ilustración tomada del Plan de Acción para la Paraba Frente Roja

Filemón Soto —delgado, entrado en años, estatura prominente y sonrisa jovial— recuerda que bandadas de loros, como conocen en el habla popular a estas aves, aterrizaban en los ríos como un enjambre verde que se posa y luego se va.

Con los años, aquel paisaje de cerros marrones y rojizos fue cambiando. Las islas de arbustos fueron quedando solo en la retina de los más antiguos habitantes. Empezaron a proliferar sembradíos, a la par que la población iba en aumento. Un día, ante la falta de frutos silvestres, las parabas frente roja empezaron a alimentarse con más frecuencia de maizales y sembradíos de maní. Ahí empezó su desgracia.

La lucha por la sobrevivencia

fuentes de ingresos de las comunidades en esta zona. Foto: Doly Leytón Arnez
La producción agrícola es una de las principales fuentes de ingresos de las comunidades en esta zona. Foto: Doly Leytón Arnez

Los valles secos interandinos abarcan cuatro departamentos en Bolivia: Cochabamba, Santa Cruz, Chuquisaca y Potosí. Este guacamayo de poco más de medio metro de estatura, cuerpo verde, alas azules y frente roja, se encuentra en esa franja. Es endémica, lo que significa que su distribución únicamente está en el país, y tiene un sitio de anidación natural muy importante en una comunidad de no más de 40 familias llamada San Carlos. Situada a cinco horas de Cochabamba, esta aldea a su vez colinda con Perereta y Amaya, otras dos comunidades quechuas. Entre las tres forman la subcentral campesina Perereta, perteneciente al municipio de Omereque (Cochabamba).

En la actualidad, “casi el total” de la vegetación nativa a los fondos de estos valles ha sido reemplazada por campos agrícolas. El “Plan de acción para la Paraba frente roja 2022-2032” cita que en 2008 sólo los municipios de Pasorapa y Aiquile (Cochabamba) contenían, “quizás”, los últimos bosques secos en buen estado de conservación del centro de Bolivia.

Como consecuencia, las poblaciones de paraba frente roja empezaron a reducirse hasta quedar en lo que hoy, tanto para el país como para la UICN (Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza), es un ave: “en peligro crítico de extinción”. Entre otras cosas, porque esa degradación de su hábitat, desencadenó en otras amenazas directas.

Paraba frente roja, Bolivia. Foto: Steffen Reichle
El ave es difícil de captar en vuelo, debido a que aprovecha los acantilados para anidar. Foto: Gentileza Asociación Civil Armonía.

Entre 2004 y 2007, 27.535 ejemplares, pertenecientes a 36 especies de parabas y loros, fueron puestos a la venta en el mercado Los Pozos de Santa Cruz de la Sierra. Así lo refiere la investigación “Estado de conservación de las aves de Bolivia”, elaborada por la Asociación Civil Armonía, organización dedicada a la conservación de estos vertebrados. Según el documento, los métodos de captura, así como las condiciones precarias de transporte y acopio, provocan la muerte del 50% de los individuos antes de llegar a los puntos de venta. De los sobrevivientes, 90% mueren antes de llegar al destino final; con lo cual, los traficantes requieren grandes cantidades para satisfacer esa demanda.

En ese contexto, los mercados de mascotas fueron, durante el siglo XX e inicios del XXI, la principal amenaza del guacamayo frente roja y otras dos especies de parabas bolivianas: Paraba Barba Azul, (Ara glaucogularis) y Paraba Azul (Anodorhynchus hyacinthinus). Aunque en 1979, se firmó el acuerdo internacional sobre el Comercio Internacional de Especies Amenazadas de Fauna y Flora Silvestres (CITES), prácticamente no hubo control en fronteras hasta inicios del siglo XXI.

Sabíamos ver (parabas), hace unos 25 a 30 años, más que todo en el río. Ellas buscaban una parte para asentarse y tomar agua. Unas 50 a 80 bajaban. Venía gente de afuera, las espiaban, extendían una malla color de la piedra y las agarraban. Las llevaban en cajas. Dicen que las vendían hasta en cien dólares, 300 (alrededor de 45 dólares) o 500 bolivianos (72 dólares).

Vicente Vela Rocha, comunario de Amaya, recuerda así la manera en que se llevaban a las aves. El modo de capturarlas era solo una parte de la cadena del tráfico. Cómo llegaban hasta países de Europa y Estados Unidos, era otra historia: pichones amontonados en tubos de plástico, que viajaban en avión hasta 12 horas.

Cresencio Guzmán, representante de San Carlos, muestra orgulloso la producción agrícola de la zona. Foto: Doly Leytón
Cresencio Guzmán, representante de San Carlos, muestra la producción agrícola de la zona. Foto: Doly Leytón

Ese factor —un mercado ilegal— y la molestia de agricultores porque la paraba se comía sus cultivos, jugaron un rol fundamental para el impacto en las poblaciones. Muchas veces, en lugar de matarlas, gente del lugar las capturaba para venderlas a traficantes.

Para agricultores como Vicente o Filemón, perder una cosecha no solo era un golpe duro a su economía. Entre trabajar bajo un sol tremendo y una madrugada helada, cuidar las plantas y regarlas, a la par de atender las labores en la casa; el desgaste físico era (aún es) muy duro.

“Nosotros la veíamos como un ave que nos estaba arruinando. El maíz entero se lo llevaba y no comía poquito, tragaba. Entonces decíamos: cómo podemos eliminar a este animal. Nunca imaginamos que nos podía generar ingresos”, dice Marlene Rivas, comunaria de San Carlos.

Un proceso lento

Por eso, allá por la década de 2000, cuando un equipo de la Asociación Civil Armonía se acercó a campesinos de San Carlos, Perereta y Amaya, para hablar de alternativas de conservación frente a lo que sucedía con este guacamayo; recibió un rotundo “no” como primera respuesta.

“Recuerdo que Bennett Hennessey, (director de Desarrollo de la organización) insistía en que esto se podía pensar como un sitio de turismo. En ese momento, en Bolivia no se hablaba de aviturismo todavía”, cuenta Guido Saldaña, actual coordinador del Programa de Conservación de la Paraba Frente Roja.

Por entonces, Saldaña era un joven voluntario, estudiante de Biología. De padres agricultores, conocía la zona, por lo que bajo la batuta del biólogo Abraham Rojas y la asesoría de importantes ornitólogos como Bennett Hennessey y Sebastian K. Herzog, se inició el camino hacia lo que hoy es la Reserva Natural Paraba Frente Roja, un terreno cercado de 50 hectáreas, donde no solo habita esta especie, sino otras 134 más de aves.

Tras varios años de talleres, cursos, charlas, donaciones, reuniones y la decisión de la gente de participar en la construcción de un albergue ecoturístico comunitario, en 2006 la Reserva empezó a funcionar, pero no fue sino hasta 2011 que se empezaron a ver los primeros frutos.

Hoy en día los comunarios trabajan en sus parcelas frente al farallón donde anidan las parabas sin que esto les genere un conflicto. Foto: Doly Leytón
Hoy en día los comunarios trabajan en sus parcelas frente al farallón donde anidan las parabas sin que esto les genere un conflicto. Foto: Doly Leytón

“Nosotros no sabíamos que era un ave importante para Bolivia, la matábamos, o había gente que venía y cazaba a los loritos con trampa. En 2003, llegó un pequeño proyecto, construyeron ese albergue y aquí estamos”, dice Filemón Soto, hoy representante de Perereta ante el comité de administración del reservorio.

Los frutos de la paraba

Hay dos tipos de “pajareros”, como se conoce a los aficionados por observar aves: el que busca fotografiar especies específicas y el hardcore, cuya meta es ampliar su lista personal de especies registradas en toda su vida. En ambos casos, aunque es cada vez más frecuente ver jóvenes, en su mayoría son personas de más de 50 años, con posibilidades económicas de viajar por distintos países y pagar hasta 200 dólares (o más) por una noche de hospedaje.

Álex Jiménez López (32), experto en Turismo y responsable del área en Armonía, explica que estos visitantes provienen de Estados Unidos (el mayor mercado), Europa y Asia, aunque de a poco también hay gente de América Latina. Son personas con objetivos claros, que ya llegan con la información necesaria, su propio guía y su propio transporte.

En países como Perú y Colombia, donde el aviturismo está muy desarrollado, este tipo de emprendimientos son privados. En Bolivia, este es comunitario y ha logrado consolidarse en los últimos diez años, debido a que los habitantes de estas tres comunidades reciben los frutos de las ganancias, a la par que cuidan a la paraba, respetan su hábitat y trabajan de manera conjunta para mejorar la infraestructura del albergue y sus alrededores.

Según los estatutos, los recursos obtenidos deben ir a educación, salud y deportes, pero son ellos quienes deciden qué hacer con los fondos en última instancia.

“En nuestro caso, el 10% damos a la escuelita, para los útiles escolares. Otro 10% para campeonatos (deportivos), eso dice nuestro reglamento. Con el resto, hacemos mejoras de agua potable. Con lo que obtuvimos en 2022, ayudamos a terminar de construir estas viviendas sociales”, señala Cresencio Guzmán, representante de San Carlos ante el comité administrativo.

En Perereta, con el dinero de distintas gestiones, se edificó un espacio en la única escuela primaria de la comunidad. Aunque hoy luce deteriorado por falta de mantenimiento, todavía alberga a los niños, para que reciban el desayuno escolar. También se compró un equipo de sonido, se invirtió en alumbrado público y se compró ropa deportiva.

En cuanto a Amaya, en 2022 recibió Bs 21 mil (alrededor de $us 3.000), “gracias a la gente que viene a conocer la paraba frente roja”, dice Vicente Vela Rocha, su representante. “Aquí los recursos que nos han tocado, los repartimos en 200 bolivianos para cada persona (poco menos de $us 300), el resto lo tenemos en el banco, casi unos 45 mil bolivianos o más. Ahí lo estamos poniendo para sacar cuando sea necesario”, explica.

Un vuelo de esperanza

Foto: Steffen reichle/ Asociación Armonía
Guido Saldaña, biólogo, explica que la especie es monógama, lo que significa que tiene una sola pareja en toda su vida. Foto: Asociación Civil Armonía.

La Reserva Comunitaria Paraba Frente Roja es el sitio reproductivo más importante de la especie, con al menos 20 parejas reproductivas al año, según datos del “Programa Paraba Frente Roja: Informe anual 2022”. El año pasado, la Dirección General de Biodiversidad y Áreas Protegidas presentó, además, el Plan de acción de conservación de la paraba frente roja 2022-2032, un documento que define las acciones de conservación para prevenir la extinción.

De hecho, el último censo realizado en 2021 mostró que la población creció, pero el riesgo crítico persiste. Una de las causas es, precisamente, la pérdida del hábitat, debido a la agricultura intensiva que se practica en la zona de su distribución. En ese momento se contabilizó 1.160 individuos, 353 más que en 2012; por lo que la esperanza está en los sitios de anidación inaccesibles, en este caso, la Reserva comunitaria.

Hasta ahora, las acciones que se han tomado con el apoyo de las comunidades muestran resultados. Tanto en San Carlos, como en Perereta y Amaya, la gente habla ahora de la paraba como un ave al que debe cuidar, aunque reconoce que antes le hacían daño. Los riesgos de cazadores furtivos que acechan los farallones y los ríos para sacar pichones persisten, por lo que la propia gente ayudó a proteger la reserva con una malla de alambre, por ejemplo.

Adentro, se empezó a cultivar maní y a reforestar con árboles de chañarillo, uno de los alimentos preferidos del guacamayo. En junio pasado, durante una reunión de evaluación de resultados y situación del albergue para turistas, los representantes de las tres comunidades decidieron —por primera vez— salir a hacer las compras necesarias para hacer refacciones y mejorar los espacios. Aunque la actividad parece algo menor, es un gran paso para que —en algún momento— sean ellos quienes administren la reserva de forma autónoma.

Tras varias visitas y recorridos por las comunidades y los chacos de los pobladores, la gran pregunta es si en algún momento asumirán solos este reto.

Este es el video promocional para invitar a turistas a conocer la reserva:

“Todavía no tenemos la capacidad para mantener la reserva, pero estamos aprendiendo. Años antes, no sabíamos ni dónde empezar, ellos (gente de Armonía) nos ayudaban, traían lo que necesitábamos. El 5 de julio salimos por primera vez a Cochabamba, para comprar cosas. Ahora ya sabemos precios, de dónde vamos a comprar. Tenemos una persona de la comunidad en la cocina y otra en limpieza. Dijimos que cuando haya más turistas, vayan otras personas a aprender, ojalá lo hagan los jóvenes”, dice Cresencio.

  • Este reportaje se elaboró en el marco del Fondo concursable de apoyo a la investigación  periodística, enmarcado en periodismo de soluciones (PdS), organizado por la Fundación para el Periodismo, con el apoyo de la National Endowment for Democracy (NED).

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