Takesi: impulsan una ruta ecológica para preservar a tres especies de animales amenazados y los bosques de queñua

Lugareños de cuatro comunidades de los Yungas de La Paz se han propuesto mejorar los servicios y cambiar la imagen de la antigua vía, para ayudar a conservar al oso jukumari, la remolinera real y el torito pecho cenizo, así como los bosques de queñua.

La cruz blanca, en lo alto de uno de los tramos de la Ruta del Takesi. / Foto: Leny Chuquimia, La Región

A los pies de la montaña, el oxígeno se hace escaso y el viento es frío, y aunque la caminata aún no empieza, el corazón ya se acelera ante una pronunciada pendiente que asciende hasta los 4.600 metros sobre el nivel del mar. Pero este es sólo el punto de inicio para cruzar en dos días la cordillera hacia los Yungas de La Paz. 

Con guías y servicios locales, cuatro comunidades de la Ruta del Takesi —ubicada 40 kilómetros al este de la ciudad de La Paz, siguiendo el camino hacia Ventilla, y a los pies del nevado Mururata y del cerro Takesi— trabajan para consolidar un enfoque ecoturístico para la región.

Su fin no sólo es mejorar los servicios turísticos, sino también ayudar a cuidar al menos cuatro especies de vida silvestre amenazadas: las aves remolinera real (Cinclodes aricomae), en peligro crítico de extinción, según la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), y torito pecho cenizo (Anairetes alpinus), amenazado de extinción por la UICN; además del oso jukumari (Tremarctos ornatus), especie vulnerable, según la UICN, y los bosques de queñua (Polylepis racemosa), una especie de planta que únicamente se distribuye en Perú, Bolivia y Ecuador.

“La ruta no es nueva, desde hace años es un destino clave para el trekking. Pero la visión siempre fue la de un destino de aventura, de adaptación o de camping. Se dejó de lado la naturaleza. Queremos cambiar ese enfoque y que sea una ruta para la conservación de la biodiversidad”, afirma Arcenio Maldonado, encargado del proyecto “Conservación de los bosques de Polylepis (queñua) a través del ecoturismo”, de la Fundación Codespa.

Al comenzar el ascenso, los guías locales advierten: “No hagamos mucho ruido, hay fauna silvestre sensible; no echemos químicos en los ríos, el agua es para todos y es bebible; no dejemos basura, contamina”.  El desafío está planteado y como testigo, un letrero marca el inicio del camino: “Bienvenido a la Ruta del Takesi”.

El camino del sufrimiento 

“Inhala por la nariz y expira por la boca”, recomienda Liseth Quispe al ver que los primeros 45 minutos de ascenso ya me robaron el aliento y empiezo a tomar aire a bocanadas para calmar el corazón que amenaza con estallar. “La subida es muy fuerte, la altura y la pendiente son exigentes para el cuerpo”, afirma.

Liseth es oriunda de Choquecota, una comunidad de la provincia Murillo que hace de puerta de ingreso al Takesi. Como el resto de los habitantes, se dedica a la agricultura y cría de camélidos, pero ahora tiene una actividad extra, es guía ecoturística.

La Ruta del Takesi se extiende por unos 45 kilómetros, entre el altiplano y los Yungas de La Paz. / Foto: Leny Chuquimia, La Región

En un aguayo carga coca, agua y alguna pastilla para los turistas. Combina sus polleras con par de zapatillas de huella profunda y resguarda a quienes se van quedando rezagados. Conoce el lugar como la palma de su mano y está atenta a cualquier señal de alerta.

“Nosotros subimos hasta la cumbre y pasamos hasta Takesi para pastear las llamas, ya estamos acostumbrados. Pero es sólo esta cuesta, después es pura bajada. Más fuerte es venir del otro lado, todo es subida”, explica.

Cuando aún no existía el camino por Unduavi, la ruta para intercambiar productos entre los Yungas y el altiplano era el Takesi. Un ramal precolombino del Qapac Ñan (camino del inca) que atraviesa diferentes pisos ecológicos para ir desde la Cordillera Real de Los Andes hasta los Yungas de La Paz.

El recorrido por el Takesi comienza en la región altiplánica de La Paz y atraviesa los Yungas. / Foto: Leny Chuquimia, La Región
El recorrido por el Takesi comienza en la región altiplánica de La Paz y atraviesa los Yungas. / Foto: Leny Chuquimia, La Región

“Nuestros abuelos subían desde los Yungas en zigzag, por toda la pendiente, hasta ahora se pastea en el lugar. Al ir se cansaban, sentían el frío, les daba sorojchi (mal de altura), era una pena. En esa caminata se han t’akesido (sufrido o padecido, en aymara). Por eso al poblado que está debajo de la cumbre le decían Takesi: un lugar, un camino de sufrimiento”, explica el guía Max Tacuña, originario del poblado que le dio nombre al camino.

Por esta vía, antes de la Colonia y durante ella, salían los cargamentos de coca, frutas y otros productos provenientes de los Yungas, los valles y la Amazonia. Hoy circulan centenares de turistas que buscan una experiencia diferente.

Al cabo de hora y media de ascenso, una cruz blanca se levanta en lo alto, está rodeada de un montón de piedras acomodadas como si estuvieran de pie. “Muchos de los caminantes agarran piedras al inicio del camino y las dejan al llegar al punto más alto para dejar ahí su cansancio, sus penas, sus sufrimientos”, cuenta Liseth.

Cuatro especies amenazadas

En lo alto de la montaña el viento sopla inclemente y a lo lejos ya se divisan las montañas verdes en las que se encuentra Cacapi, la comunidad destino para el primer día de caminata, etapa que se prevé sea la más exigente del recorrido.

Desde este punto, los caminos precolombinos mejor conservados de todo el sistema del Qapac Ñan empiezan a descender y a hacerse cada vez menos estables. La falta de mantenimiento en los tiempos de la Colonia y la apertura de caminos se hacen evidentes.

A simple vista hay llamas, marías (aves), patos y caballos. Las vizcachas escondidas entre las piedras salen curiosas ante un suave silbido con el que el guía Primitivo Quispe o “don Primo”, imita a este pequeño animal. Pero no son las únicas especies en la región.

“En toda esta parte alta de la cordillera tenemos un ecosistema muy frágil y muy importante que debe ser preservado y que depende de los bosques de queñua”, advierte Eliana Calle, de Codespa.

En toda esta región hay ecosistemas y especies de vida silvestre que están amenazadas. Los bosques de queñua forman parte de estos sistemas en riesgo.

“Estos pequeños árboles y arbustos son los que crecen a mayor altitud en el mundo. Sirven para proveer de agua porque actúan como una esponja en el suelo y evitan que se seque. Su tronco duro también sirve como energía y combustible, lo que en algún momento se convirtió en una amenaza para que los bosques se vayan reduciendo y desaparezcan”, sostiene don Primo.

La ruta prehispánica se encuentra sobre cabeceras rocosas de las quebradas húmedas del departamento de La Paz. / Foto: Leny Chuquimia, La Región
La ruta prehispánica se encuentra sobre cabeceras rocosas de las quebradas húmedas del departamento de La Paz. / Foto: Leny Chuquimia, La Región

Estos ecosistemas se encuentran refugiados en las cabeceras rocosas de las quebradas húmedas del departamento de La Paz. En estos habitan dos especies de aves muy amenazadas en Bolivia: la remolinera real (en peligro crítico, según la UICN), y el torito pecho cenizo (en peligro).

“De la remolinera tenemos muy poquito, se estima que son apenas unos 280 pajaritos. Está en un peligro crítico”, lamenta don Primo.

Un ejemplar de la remolinera real (Cinclodes aricomae), especie en peligro crítico, según la UICN. / Foto: Abra Malaga, Buckham Birding

En el caso del torito pecho cenizo, se cree que su población llega a poco menos de mil, lo que lo pone en peligro. “Nadie sabe eso, los turistas que vienen no conocen esta realidad y es necesario que lo hagan”.

La sobrevivencia de estas dos pequeñas aves endémicas de Bolivia y Perú, se restringe a los fragmentos de bosque de queñua que cada vez son más pequeños. De desaparecer, estas aves se perderán para siempre.

El fuego y la amenaza para el jukumari

Luego de recargar energías en la comunidad de Takesi, con un apthapi (bufet andino) preparado con productos locales, el descenso se hace más pronunciado y el paisaje comienza a cambiar. Las vías prehispánicas, amplias y empedradas, se convierten en tramos rocosos que bordean ríos cada vez más caudalosos. 

Los caminos estrechos sortean piedras gigantes que forman una especie de escalinata empinada y difícil de pasar. El cuerpo y la mochila, que apenas lleva lo necesario, parecen haber duplicado su peso. La caminata empieza a cobrar factura, a algunos en las rodillas y a otros, como yo, en los pies.

El apthapi (bufet andino) que compartieron los viajeros que participaron de la ruta ecoturística. / Foto: Leny Chuquimia, La Región

Después de seis horas de caminada, los senderos se van forrando de verde y el guía anuncia que en un par de horas bordearemos al Jukumarini, el cerro nombrado en honor a los osos de anteojos o jukumari.

Casi a las cinco de la tarde, conforme avanzamos, el clima vuelve a cambiar. Con la humedad, que parece una nube de vapor caliente, también llega un olor muy particular: el aroma a bosque y tierra quemada, un olor que asciende hacia la cumbre para luego acumularse en la ciudad de La Paz.

“Desde julio estamos teniendo quemas en varias comunidades de Yanacachi. Algunos en zonas de cultivos y otros, como éste, que empezaron desde el Takesi y bajaron por todo el cerro. Es algo criminal”, sostiene con tristeza don Primo.

Un ejemplar del oso jukumari. / Foto: Isaías Mena

En todo este recorrido habita el oso jukumari, una especie catalogada como “Vulnerable”, en la Lista Roja de la UICN. Vive a lo largo de la Cordillera de Los Andes, entre los 1.800 y los 3.800 metros sobre el nivel del mar. Aunque prefiere los bosques húmedos y fríos, cuando el alimento escasea, suele bajar hasta las zonas más cálidas y pobladas.

“Por estos incendios los osos se quedan sin alimento y se ven obligados a entrar a los cultivos y poblados para subsistir. Los lugareños los atacan o hacen nuevas quemas para que el oso no se acerque, pero eso sólo genera que el animalito se acerque más”, explica Primitivo.

Los senderos por donde el fuego arrasó quedaron como en penumbras. El piso está lleno de cenizas y se siente algo esponjoso al apoyar los pies. La tierra quemada se desprende del cerro, lo que causa pequeños deslizamientos por los que el guía pide pasar sin detenerse ni mirar hacia atrás.

El mal turista… 

Cada vez y más seguido es necesario tomar un descanso. Para ello hay puntos clave, ya sea que uno esté en compañía de un guía o que vaya por su cuenta.

“Ayer ha entrado un grupo grande de universitarios”, dice el guía Max, con cierto pesar. “Tenemos mucho problema de contaminación con los turistas nacionales”, continúa algo avergonzado.

Aunque el cansancio evita tomar atención a todos los detalles del camino, el rastro que dejó el grupo de visitantes del día anterior no pasa desapercibido. En varios puntos se ven tiradas botellas de agua y refrescos, bolsas y otros envases de plástico.

Cerca de uno de los últimos miradores, donde seguro se quedaron a comer, se ve gran cantidad de envases de una famosa marca de pollo frito de La Paz. “Han cargado toda esa comida desde la ciudad y nos han dejado la basura acá”, comenta uno de los guías. Se voltea y recomienda: “Por favor, no tiren la basura, todo lo que trajimos debemos llevarnos”.

Ya al empezar la caminata, frente a la laguna Loro Queri, los guías piden no asearse o limpiar utensilios directamente en el agua, no verter bebidas o algún otro líquido en los ríos y, sobre todo, no dejar plásticos.

La noche cae y falta poco para llegar a Cacapi. Allí, don Primo nos espera en su albergue El Rosal, con una cena típica de la región y las carpas listas para el descanso. Antes de dormir, enciende una pequeña fogata y reparte entre los viajeros una infusión de cedrón. 

De Cacapi a los cocales de Yanacachi

Despertar en Cacapi no tiene precio. La frescura del ambiente y el aroma de las flores que se mezcla con el café me anima para las últimas cinco horas de caminata. Aunque las pendientes se mantienen, las escalinatas de rocas ya son muy pocas y los pies lo agradecen.

Con paso lento pero seguro, todo el grupo baja hasta el río para bordear un nuevo cerro, donde está la localidad La Chojlla, la antigua. Aún quedan las edificaciones de algunas haciendas y una población reducida que vive de sus cultivos.

Un nuevo descenso nos conduce a la fosa del río Chojlla. Ahí se puede descansar y meterse al agua para quitarse el cansancio acumulado en dos días de caminata. A 40 minutos del lugar un motorizado nos espera para llevarnos a Yanacachi y dar por terminada la travesía del trekking.

Guías y visitantes de la Ruta del Takesi, una travesía ecológica en La Paz. / Foto: Fundación Codespa

“Yanacachi es el primer poblado fundado formalmente en esta parte de los Yungas”, explica el guía Vitaliano Fernández, un excorredor de coches. La mayoría de las construcciones coloniales se mantienen en pie, dándole un toque distintivo al lugar.

Cerca también está la comunidad de Chaguara, que ofrece un paseo por el Complejo Arqueológico Tawacosi y los cocales que aún se producen en los andenes precolombinos. 

Por su método de producción ancestral, la coca de ese lugar es ecológica y no degrada el suelo. Sin embargo, lo que la hace tan beneficiosa también la hace tener menos rendimiento, ya que el precio es igual al de la hoja cultivada en otras regiones de los Yungas y el Chapare. Fueron dos días de esfuerzo físico y el cansancio se siente en todo el cuerpo. Queda claro que para transitar esta ruta se requiere estar en muy buen estado. Pero por los paisajes, todo lo aprendido y lo vivido, andar el camino del sufrimiento valió mil veces la pena.