La increíble liberación de dos Águilas harpía en Bolivia; un logro para la conservación

Luna y Roque cayeron de sus nidos cuando cortaron los árboles donde estaban en Guarayos, una zona de alta deforestación en Santa Cruz. Tras cinco años de rehabilitación, volvieron al bosque de donde nunca debieron haber salido. Ahora científicos esperan que cumplan su rol en la naturaleza: reproducirse para preservar la especie.

A Luna y Roque los unió la tragedia, y hoy los une la esperanza. Estas Águilas arpía (Harpia harpyja), catalogadas en la categoría “Vulnerable”, tanto por la UICN como por el Libro Rojo de Vertebrados de Bolivia; fueron rescatadas en agosto y septiembre de 2018, respectivamente. Ambas eran pichones de menos de cuatro meses de vida. Ambas perdieron a sus padres cuando cortaron los árboles donde habían establecido sus nidos en Guarayos, una de las provincias con más altas tasas de deforestación en Santa Cruz. Ambas vuelan, ahora, en un sitio donde se espera puedan reproducirse.

Roque estaba en un área aledaña a una concesión forestal, cerca de Río Blanco y Negro, una Unidad de Conservación de Patrimonio Natural (UCPN) o el equivalente a un área protegida departamental. El equipo de Biodiversidad de la Gobernación cruceña que lo rescató le puso ese nombre en honor al comunario que lo encontró, refiere una nota del diario El Deber de la época. Luna había sido encontrada semanas antes, en la misma zona; aquella donde las sierras y el fuego arrasan con árboles de copa alta para convertirlos en madera, o para cambiar el bosque por sembradíos.

Luna actualmente es un ejemplar juvenil. Se espera que pronto pueda reproducirse. Foto: Andrés Unterladstaetter/VAMOS.

Ambos fueron trasladados al Centro de Atención y Derivación de Fauna Silvestre (CAD), ubicado en la capital cruceña, bajo estricto control para que tuvieran el menor contacto con el ser humano. Ya entonces, el extinto biólogo Raúl Rojas, en ese momento coordinador de Biodiversidad, tenía la intención de someter a las aves a un plan de reinserción a la naturaleza, “un trabajo que no se ha hecho en Bolivia”, le dijo a la prensa.

Aunque él no pudo ver el éxito de su anhelo, porque la Covid-19 le arrebató la vida en 2020, parte del equipo que lo acompañó desde el rescate aparece en un video institucional derramando lágrimas por el logro; una de ellas, la veterinaria de la Gobernación, Cecilia Dorado. Y es que el pasado 17 de septiembre, tras cinco años de un proceso inédito, Luna y Roque volvieron al bosque del que nunca debieron haber salido.

Volar en libertad

Las arpías fueron liberadas en una concesión forestal certificada. Foto: Gobernación de Santa Cruz

“Nosotros nos involucramos (en este caso) desde el rescate, porque en nuestro equipo de profesionales tenemos ornitólogos (especialistas en aves)”, cuenta ahora Kathia Rivera, responsable del Área de Zoología Vertebrados del Museo de Historia Natural Noel Kempff Mercado; la institución que le dio el respaldo científico a todo este trabajo.

Porque si el rescate de los pichones fue un suceso, considerando su tamaño y majestuosidad, pensar en devolver a las aves a su hábitat parecía algo lejano. Al quedar huérfanos, nadie les había enseñado a volar, como sucede en vida silvestre; no sabían cazar y tampoco habían desarrollado la musculatura necesaria para hacer ambas cosas. La gran pregunta era: ¿Será posible hacer todo eso? 

Aquello requería conocimiento sobre la especie: su comportamiento, su biología y, por supuesto, acompañamiento veterinario especializado. En el país, no se había profundizado en estos detalles, por lo que desde un inicio también se convocó a Alexander Blanco, biólogo venezolano considerado “guardián de las águilas arpías”, por su experiencia con la conservación de estas aves desde hace casi 30 años.

Una de las jaulas donde se tuvo a los ejemplares. Fueron construidas en base a recomendaciones de un experto.

Fue él quien determinó las edades en primera instancia —menos de cuatro meses cuando las rescataron—, y para quien sí era posible rehabilitarlas para devolverlas a su hábitat. Él también acompañó este proceso que, si bien terminó en una primera etapa, será del todo exitoso cuando Luna y Roque se reproduzcan para conservar a su especie. 

“La primera decisión es que todo individuo rescatado o entregado voluntariamente tiene que ser liberado conociendo su área de distribución geográfica”, asegura Blanco. Pero antes se debe garantizar que los animales recuperen su condición motora, etológica (comportamiento acorde a cada especie), su proceso de movilidad en vuelo, cacería y la alerta frente a circunstancias ambientales. 

En el caso de Luna y Roque, tocaba adaptar todo el proceso de crecimiento-evolutivo, según la edad. “Un pichón de esta especie, generalmente se hace independiente a los dos años, cuando empieza a desplazarse a mayor distancia. Ya tiene habilidades de caza, aunque los padres le siguen llevando comida”, explica el experto. Pero ellas, las águilas, tuvieron que esperar tres años, porque también había que pensar en temas legales y, lo más importante, dónde liberarlas.

Muchos actores, una causa

Parte del equipo que trabajó en el Programa. Se demoró bastante tiempo para encontrar el lugar idóneo de liberación. Foto: Andrés Unterladstaetter/VAMOS.

Los primeros dos años en el CAD fueron para los dependientes de la Gobernación todo un aprendizaje. Sin embargo, si la intención era que aprendieran a sobrevivir en vida silvestre, había que llevarlas a un espacio mayor a las jaulas en las que estaban. Además, crecían muy rápido y ya no era posible tenerlas más tiempo.

Fue así que Mauricio Herrera, biólogo y propietario de la Quinta y Bioparque Curucusí, decidió construir recintos de 20 por 10 metros y seis de alto para albergar a las arpías. Con inversión propia y el asesoramiento de Alexander Blanco en las dimensiones, Luna y Roque llegaron a su nuevo hogar provisorio a finales de 2020. Estaban en medio del monte, donde nadie pudiera verlos para minimizar contacto con el ser humano.

“Comían dos veces por semana. La persona que iba a alimentarlas lo hacía con una sábana forrada con hojas (camuflaje), como para que el animal no adquiera el comportamiento de pensar que un hombre les llevaba comida”, cuenta Herrera. Al principio, recibían presas muertas. Con el pasar del tiempo, se les iba entregando pequeños animales vivos para que aprendieran a cazar, como sucede con la especie en vida natural, ya que es un ave predadora.

De esta manera se camuflaba la persona que ingresaba a las jaulas para soltar presas que luego fueran cazadas por las águilas. Foto: Gentileza Gabriela Tavera

Pocos meses después, ya en 2021, nació el “Programa piloto para la rehabilitación de águila arpía (Harpia harpyja)”, fruto de un acuerdo interinstitucional entre el Gobierno Departamental de Santa Cruz, el Museo de Historia Natural Noel Kempff Mercado y la Quinta Curucusí, bajo la supervisión de Alexander Blanco, de la Fundación Esfera de Venezuela, y el marco legal del Viceministerio de Medio Ambiente y Biodiversidad.

Coordinar cuestiones administrativas, de leyes, así como científicas, requería la intervención de otra experta, por lo que se convocó a la bióloga Gabriela Tavera para que cumpliera ese rol. En total, un equipo multidisciplinario de 12 personas participó todo este tiempo. 

“Las leyes de nuestro país establecen que para poder liberar especies que tienen categoría de amenaza en medios naturales, estas tienen que estar bajo un programa de conservación, o bajo un programa de estudio científico. Es así que el Museo presentó el proyecto y los documentos para obtener el permiso de la autoridad nacional, y se inició el Programa de Rehabilitación”, detalla Tavera.

Una vez puesto en marcha, se comenzó la documentación y registro de todo lo que se hacía con las aves, para replicar la experiencia con otras águilas rescatadas. Porque si bien su categoría de amenaza es “Vulnerable”, la pérdida de su hábitat es cada vez más frecuente, por lo que —lamentablemente— Luna y Roque no serán las primeras ni las últimas arpías rescatadas.

Roque, el macho, fue encontrado en la misma zona donde se halló a Luna semanas antes, en Guarayos. Foto: Andrés Unterladstaetter/VAMOS.

Pero venía la parte más complicada: encontrar el lugar idóneo para la liberación. Primero se pensó en Guarayos, la zona de donde provenían. Al ser una zona muy intervenida, donde existe deforestación, se descartó aquella idea. Posteriormente se pensó en un área protegida nacional, y finalmente se eligió los predios de la concesión forestal Cinma San Martín, en el Bajo Paraguá, una firma que cuenta con Sello Verde otorgado por FSC (Forest Stewardship Counsil); certificación internacional que avala un bosque en buen estado de conservación y bajo un aprovechamiento sostenible.

Se estima que el costo del Programa ascendió a 50 mil dólares. Parte de ese dinero lo gestionó la Fundación Yindah, pero otro gran aporte llegó de ciudadanos anónimos que se sumaron a la causa. 

Carolina Ballivián, cofundadora de la organización sin fines de lucro que nació tras los incendios de 2019, explica que el dinero se utilizó en los transmisores que se puso a las arpías para monitorearlas, actividades involucradas al proyecto, pagos a los biólogos, y a equipos de comunicación para que se documente el proceso.

“A nosotros nos convenció muchísimo que sea el primer programa de rehabilitación de arpías, para que se tome como modelo de que no podemos seguir rescatando animales, y que se vayan a un centro de custodia, y no haya ningún programa detrás para devolverlos a su hábitat, porque no hay iniciativa o voluntad, ni recursos de los gobiernos para que realmente eso cambie”, dice.

Una especie paraguas

Se tuvo mucho reparo en que las aves tuvieran contacto con el ser humano, para que la liberación fuera exitosa. Foto: Andrés Unterladstaetter/VAMOS.

En estos años y gracias a Luna y Roque, el águila arpía se ha convertido en un emblema cruceño. Por ley departamental, es Patrimonio Natural, como una manera de blindar al animal frente a amenazas como la reducción de su hábitat.

Se la encuentra desde el sur de México hasta el norte de Argentina, aunque en algunos países centroamericanos se considera una especie extinta, por lo que “en Sudamérica están las mayores poblaciones”, apunta el biólogo Alexander Blanco. En Bolivia habita ecosistemas de la Amazonia, aunque también puede estar en bosques secos tropicales, donde hay árboles grandes emergentes, que son el tipo de especies que busca para anidar.

Es monógama, solo tiene una pareja para toda la vida, y cuando la hembra anida, por lo general, tiene un solo pichón. Este es cuidado durante casi tres años por los padres, hasta que alcanza la madurez sexual. Lo más importante, no hay en el aire otra especie de ave que cumpla su función, ya que al ser predadora, controla plagas y su presencia es signo de buena salud de un ecosistema. Por eso es tan importante.

Por eso también ahora que se liberó a estos ejemplares juveniles, se espera que formen pareja, y cumplan su rol natural: reproducirse para conservar a su especie.

Los expertos piensan que, pese a no haber estado en contacto directo, el hecho de escucharse y sentirse cerca, pudo haber formado ese vínculo. Si consolidan o no tal unión, se sabrá gracias a transmisores satelitales que se les colocó para monitorear su vuelo y el éxito total del programa. 

“Poder monitorearlos (a Luna y Roque) nos asegura que los esfuerzos que se hicieron durante todo este tiempo fueron exitosos. Ahora están libres, moviéndose, esperamos que conformen pareja, se reproduzcan, pero sabemos que, si no es así, hay otras arpías en el lugar con las cuales pueden lograrlo”, comenta Kathia Rivera, del Museo Noel Kempff Mercado.

Para Gabriela Tavera, todo lo que implica un programa de rehabilitación es llegar a que la especie llegue a cumplir su rol ecológico, que es sobrevivir y reproducirse. Por eso el trabajo sigue hasta garantizar la nidificación y reproducción. 

“Esto ha sido inédito también, porque pocas veces se libera a una hembra y un macho. Casi siempre es solamente uno, por lo que este tarda en encontrar pareja. Se supone y se estima que ellos, a pesar de no haber estado compartiendo un ambiente juntos, han tenido la posibilidad de verse y escucharse, y ya han hecho un vínculo. El resto será esperar ver a sus pichones”.

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