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Rocío Loret Céspedes / Fotos: Inti Wara Yassi

Un día de enero de 1996, Tania Baltazar salió de su casa en La Paz y no volvió hasta tres años después. Llevaba a cuestas una mona araña rescatada de nombre “Nena” como también le dicen a ella, una mochila y una bolsa de dormir. Atrás quedó su carrera de Biología y su familia.

Así llegó a Villa Tunari, a 160 kilómetros de Cochabamba. Tenía la idea de hacerle un hogar a la mona para que pudiera pasar el resto de su vida con dignidad. La había rescatado meses antes de un bar donde la maltrataban, en Rurrenabaque, en el Beni. La llevó primero a un refugio ecológico, con la idea de devolverla a su hábitat y cuando así lo hizo, sintió que había logrado una hazaña. Pero al cabo de dos semanas, la mona volvió al albergue, porque no pudo sobrevivir sola en el monte. “Ahí entendí que un animal que había vivido años con seres humanos, no podía integrarse a la selva”, dice ahora Tania.

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Los voluntarios que llegan a los santuarios apoyan la atención a los animales.

En Villa Tunari presentó un proyecto al municipio. La idea era tener un espacio para alojar a “Nena” y a otros cuatro monos más rescatados en esos meses. Tras lograr el acuerdo, nació el primer santuario de fauna silvestre de Bolivia. Años antes, en 1992, Baltazar, Juan Carlos y Milka Gutiérrez fundaron la Comunidad Inti Wara Yassi (CIWY): sol en aymara, estrella en quechua y luna en guaraní.

Hoy CIWY alberga a más de 450 animales en tres santuarios: Parque Machía (Cochabamba), Ambue Ari (Santa Cruz) y Jacj Cuisi (norte de La Paz).

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Varias especies de monos viven en estos lugares.

El primero es el centro de operaciones. Allí hay 400 animales, de más de 20 especies diferentes, algunas de ellas amenazadas. Son 38 hectáreas de propiedad estatal, que se pueden recorrer mediante visitas guiadas. Los ejemplares allá viven en libertad pero bajo custodia. Eso significa que se puede ver primates en las copas de los árboles, por ejemplo. La tarifa de entrada va para el municipio, no para la comunidad.

El segundo, Ambue Ari, es fruto del apoyo de voluntarios extranjeros que pasaron por CIWY y, en 2002, ayudaron a comprar las más de 900 hectáreas que están en la provincia Guarayos de Santa Cruz. En este lugar hay más de 50 ejemplares, de casi 20 especies; un buen número de ellas, felinos y monos aulladores. “Aparte este es un refugio de animales que escapan de los chaqueos, de la agricultura. Es como una isla”, explica Nena. Si en algún momento pasa algo con los administradores de CIWY, en los documentos se establece que estas tierras son para los animales; no pueden ser comercializadas.

Finalmente está Jacj Cuisi, en cuyas 300 hectáreas, al borde del Parque Nacional Madidi, hay tres pumas. En este lugar se espera que pronto haya otros animales, mientras se construye una clínica para atender primates. Como dice el nombre en Mosetén y Tacana, para que sea una “tierra de sueños”

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De correr a abrir las puertas

En 2015 este jaguar llegó a uno de los santuarios de la Comunidad Inti Wara Yassi. Tenía una herida en el ojo y estaba cautivo en una casa de Shinahota. Foto: Ella Wood

Cuando todo esto empezó, Villa Tunari –Chapare cochabambino- era un lugar donde se cazaba y traficaba animales silvestres sin control, recuerda Nena. Era frecuente ver personas a bordo de motocicletas, con un venado en la espalda; loros y monos como mascotas. Hoy todavía se comete este delito sancionado por la Ley de Medio Ambiente,  pero ya no es hace tan de frente, como sucedía en la década de los 90 y mucho antes.

En las ciudades la realidad no era distinta. Alguna vez a Tania le tocó escapar por la parte trasera de la Intendencia de La Paz, que estaba por la avenida Simón Bolívar. Luego de rescatar a un mono, una turba se le vino encima.

“En ese momento lo único que teníamos a mano era la Ley para decir que tener animales era prohibido. Ni siquiera los policías tenían idea. Íbamos y les decíamos: la ley dice esto, mire, tiene que apoyarnos. Les exigíamos que nos ayuden a decomisar. Hablábamos con la gente, les explicábamos que no era bueno tener un animal silvestre y así fueron cambiando muchas cosas”.

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Gracias al apoyo de la gente que pasó por CIWY se logró adquirir Ambue Ari. Foto: Ambue Ari

De cinco monos, a Machía empezaron a llegar más animales. Con el rescate de un puma que tenía las patas destrozadas porque le pegaban en un circo, se vio la necesidad de contratar un veterinario. Pero por muy buena voluntad que hubiera, no había ni asesoría, menos recursos para continuar con el trabajo. Tuvo que llegar un premio económico que le entregaron a la responsable, para avanzar.

“Renato”, el felino, vivió cerca de 20 años, pero su salud física y psicológica nunca fue la misma. Y ese tipo de historias enseñó que –lamentablemente- un animal adulto a veces ni siquiera puede integrarse con otros de su especie dentro del refugio.

En la actualidad, hay personas que llegan a CIWY para entregar a sus “mascotas” porque crecieron y se convirtieron en una molestia. “Nosotros, cada vez que viene una persona a dejar un animal, no le decimos: ‘ay, qué bien que ha traído el animal’. No, se les habla muy duro, se les dice el daño que se le ha causado”.

Así viven

Cuando un ejemplar llega a Inti Wara Yassi, debe pasar al área de cuarentena, para que especialistas lo revisen. También se le hace control reproductivo, sin que ello afecte su comportamiento. La idea es que recupere sus aptitudes silvestres. Finalmente, pasa a espacios destinados a su especie, o lugares aptos, lo más cercanos a su hábitat.

Cuando son pequeños o jóvenes, tienen menos problemas para incorporarse a grupos e incluso hacer pareja. Así le pasó a Rosa y Watson, dos parabas decomisadas por zoonosis en El Alto, con las plumas descoloridas y mal alimentadas. Las aves empollaron huevos, pero tuvieron que cambiárselos por pelotitas, porque la norma prohíbe tener reproducción en cautiverio. La explicación es que eso le quita un espacio a otro individuo que puede tener mayor necesidad de estar en un refugio. Los centros de custodia están a tope. “Eso no significa que ellos no sigan su comportamiento. Alguna vez los monos araña tuvieron crías y, al final, eso llegó a darle alegría al grupo”, explica Tania.

En temas legales, el ingreso y salida de cada ejemplar es reportado a la autoridad competente, en este caso el municipio de Villa Tunari. Hasta allí se debe hacer llegar un recuento constante.

Así, los animales que están en estos centros provienen de ferias, zoológicos, circos, restaurantes y casas particulares. También están aquellos que llevan los Policías y Gobernaciones, y los que entregan las personas que los tuvieron como mascotas.

“Desde que empezamos, luchamos para que se sancione a los traficantes. La gente compra animales o los cría porque le da pena, pero está siendo cómplice del tráfico. Entonces qué pasa, no hay sanción, control ni educación. Por más que le decomisen los animales a un comerciante, a un traficante, mañana va a vender el doble para recuperar su capital. Eso ha ocasionado que los centros nos llenemos de animales”.

Comida, gastos y salarios

Detrás de cada centro de custodia hay equipos de veterinarios, biólogos, guardafaunas, voluntarios y administradores. Solo en CIWY se requieriría unas 70 personas para atender a los más de 450 ejemplares de los tres centros. Actualmente hay 30 dependientes directos. Todos ellos se encargan no solo de velar por la salud de los albergados, sino de su alimentación, de construir espacios o adaptarlos para que sientan que están en un lugar similar a su hábitat. De forma indirecta, están las caseras de los mercados, gente de comunidades aledañas a los santuarios que vende frutas, verduras y carne.

“Tengo que agradecer infinitamente a mis caseros y caseras as, de las comunidades cercanas que me proveen frutas. A mi casera de Cochabamba que me provee verduras. Tenemos deudas que estamos arrastrando, nos esperan, nos esperan. Ha sido difícil desde el año pasado. Estábamos tratando de cubrir deudas, y viene el coronavirus, fue bastante duro. Estamos agotados”, dice Tania.

El año pasado, con la crisis político-social que explotó tras las elecciones presidenciales de octubre, este y los otros 27 centros de custodia quedaron en crisis. Cada uno tiene fuentes de ingresos diferentes, porque salvo los que dependen de gobiernos municipales (zoológicos) o gobiernos departamentales; el resto son privados, y deben autofinanciarse.

En el caso de CIWY requiere 25 mil dólares mensuales para mantener sus tres centros. Para ello recibe voluntarios por un año, seis meses o dos semanas. Ellos se encargan de apoyar los trabajos, y también de dejar un monto de dinero por su alimentación y hospedaje. La comunidad también tiene a la venta souvenirs, donadores y gente que puede adoptar un animal enviando montos determinados de dinero.

Este año, con la pandemia, la situación se puso cuesta arriba por la cuarentena y los gastos siempre son más que los ingresos.


DONACIONES 

Nombre de la cuenta: Comunidad Inti Wara Yassi
Cuenta corriente en Bolivianos: 201-5056927-3-01
Banco: BCP
NIT: 161912026


Perderlo todo para ganar una mirada

Cuando Nena dejó todo para trasladarse a vivir a Villa Tunari, recuerda que comenzó a actuar por intuición, porque solo sabía que los animales silvestres víctimas de maltrato y tráfico necesitaban ayuda. De a poco fue aprendiendo, primero que muchos de ellos no solo llegan con heridas físicas, sino psicológicas. Segundo que por más voluntad y trabajo de rehabilitación que haya, la mayoría de ellos deben tener calidad de vida dentro de un refugio, porque no pueden volver a su hábitat. Finalmente, que la batalla se combate con fuerzas divinas, porque no existe ayuda estatal.

En 1996, cuando abrió CIWY el único respaldo legal para funcionar era la Ley de Medio Ambiente, promulgada años antes, durante el gobierno de Jaime Paz Zamora. Actualmente existen reglamentos, el más reciente de 2017, que establece disposiciones para tener una custodia responsable de fauna silvestre. En el documento se fija las dimensiones de espacio, requerimiento de profesionales y todos los detalles que garanticen el bienestar del animal.

CIWY está conformada por una junta directiva, cuyos miembros son elegidos por cinco años y se reúnen anualmente para evaluar su trabajo y planificar estrategias. Paralelamente, los gobiernos subnacionales como el nacional representado por la Dirección General de Biodiversidad y Áreas Protegidas del Ministerio de Medio Ambiente y Agua, son los directos veedores de que se cumplan las normas. Por eso cada uno de estos refugios debe enviar informes, tener fichas de cada individuo y solicitar autorización cuando habrá la liberación de un ejemplar (previo protocolo también establecido por norma), traslado o recepción.

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Conoce aquí el reglamento de centros de custodia: https://bit.ly/2ZmC7r3

Es un trabajo intenso, que demanda esfuerzos más grandes en situaciones como la actual por el coronavirus, y que muchas veces no se conoce.

“Personalmente he tenido momentos que dije: lo dejo todo, no puedo más. No por los animales, sino por los humanos. Es fácil juzgar, lo difícil es ponerse en nuestros zapatos. Estamos acá por amor a los animales. Hemos renunciado a todo. Yo veo muy poco a mi familia. Mi familia al final son los animales. Como mujer he dejado de lado varias cosas. A veces llego a mi cuarto y digo: ya no puedo más, entonces solo Dios me da la fuerza, porque digo: si me voy, qué va a pasar con ellos. Y así como yo hay personas que están trabajando duro. Podrían irse, tomar un avión y marcharse, pero están acá, por ellos, por los animales, porque a veces basta una mirada para darse por pagado”.

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Seis historias de animales que viven en CIWY

Balú

Foto: Isaías Mena

Cazadores furtivos mataron a la madre de este oso cuando él era un cachorro. Intentaban venderlo a un circo cuando policías intervinieron. Hoy vive en Machía, pesa 120 kilos y se alimenta de plátanos, uvas y cocos. También le gusta el pescado y la miel.

Amira

Esta jaguar fue rescatada en Riberalta, Beni, después que mataran a su madre cuando ella era una cachorra. Estaba encadenada en una casa, donde los niños pasaban y le arrojaban piedras. Aún hoy tiene aquellas cicatrices. Como no aprendió a sobrevivir en la selva, nunca pudo volver a su hábitat.

Monchito

Una familia compró a este guacamayo, pero se cansó de sus gritos y de tener que limpiar su jaula. En 2010 lo entregó al parque Machía, donde los veterinarios detectaron que su ala derecha estaba fracturada. Pese a que se intentó que socialice con otras aves de su especie, él solo interactúa con los voluntarios. Nunca más podrá volar.

Río

A este margay lo rescataron los guardaparques del Parque Nacional Madidi. Una familia de cazadores mató a su madre y se quedó con el felino. Cuando llegó al santuario de CIWY tenía muchos problemas de salud por la falta de leche materna y las condiciones en que lo tenían sus captores. Requirió transfusión de sangre y estuvo en cuidados intensivos varios días. Era tan débil que un día se rompió una pata al caminar.

Guadalupe

Esta peji sobrevivió a los incendios que azotaron Bolivia el año pasado. Llegó al santuario Ambue Ari muy herida, cuando terminaba la catástrofe. Su especie se encuentra en estado casi amenazada. A diario se la ve atareada construyendo su hogar en pasajes subterráneos.

Pepa

Esta mona capuchina era la mascota de una familia en Cochabamba, hasta que se volvió demasiado difícil de manejar y la entregaron a CIWY. Después de un tiempo, estas personas volvieron al Parque Machía para pedirla nuevamente, porque “la extrañaban”. Se les explicó por qué no es posible tener animales silvestres como mascotas y comprendieron.

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Los incendios forestales transformaron parte de un hotel en un refugio

Fue el primer chanchito de monte bebé rescatado durante los incendios en Roboré. Foto: Daniel Alarcón- David Grumbaun

En agosto del año pasado, la Chiquitania de Bolivia sufrió uno de los peores incendios forestales de la década. Más de 400 mil hectáreas ardieron en Santa Cruz, el departamento oriental del país. Muchos animales murieron en su intento de escapar de las llamas, mientras que otros quedaron en caminos o espacios que encontraron para refugiarse. En Roboré, que se convirtió en el centro de operaciones, tanto la Gobernación del departamento como el municipio solicitaron a los dueños del hotel Biotermal la habilitación de un espacio para convertirlo en refugio provisional de estos ejemplares que llegaban heridos. Hoy, el lugar es un centro de custodia temporal, que aspira a convertirse en un bioparque, lo cual le da la posibilidad de empezar a trabajar en educación ambiental.

Los profesionales atienden a animales de diversas especies.

“Al principio nos pidieron un espacio, que se supone sería provisional. Pero por el tiempo que duró la emergencia, nos dieron un permiso de refugio temporal, que es lo que somos ahora. El año pasado, en noviembre, ya solicitamos ser un bioparque”, dice José Sierra, propietario del lugar.

La Gobernación de Santa Cruz apoyó estos trámites ante el Ministerio de Medio Ambiente y Agua, porque los funcionarios trabajaron acá entre agosto y octubre.

Según Sierra, lo más complicado para cumplir con los requerimientos legales fue contratar dos veterinarios y un guardafauna permanentes. A ello se sumó designar espacios para los animales estipulados en un reglamento. “No recibimos ayuda alguna ni del Ministerio ni la Gobernación, así que tenemos que contar con ayuda de particulares para alimentación y alimentos”.

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Los espacios a los que se refiere son amplios, porque se supone que no son jaulas como tales, sino lugares lo más parecido posibles a su hábitat. En el caso de Biotermal, los 60 ejemplares están en casi una hectárea de tierra.

A este lugar se trasladaron mamíferos, aves y una tortuga. En los últimos días se liberaron algunos individuos, después de la valoración de profesionales.

Tras los incendios varias crías de animales silvestres quedaron al amparo de los voluntarios.

“Cada tres meses se entrega un informe de lo que se hace, que se entrega al concejo municipal, la Gobernación y el Ministerio de Medio Ambiente y Agua. Cada animal tiene una ficha, para registrar ingreso y salida, así lo exige la normativa”, asegura Sierra.

En el caso de Biotermal, al ser un refugio temporal solo puede acoger a víctimas de los incendios, que debieran ser derivados a otro lugar. Al no haber un espacio adecuado entre Santa Cruz y Puerto Suárez, estos tuvieron que quedarse. “Por eso ahora solicitamos la categoría de bioparque, para que se pueda ver a los animales, como parte de la educación ambiental necesaria para prevenir incendios”.

En principio, cuando los hoteleros aceptaron dar un espacio para estos ejemplares, no imaginaron que tendrían que convertir su propiedad en centro de custodia. Ahora, como los otros 27 sitios similares, esperan apoyo por la situación económica de la pandemia.

“A la gente que piensa que somos como zoológicos privados, sería bueno que visiten los lugares, que los vean, que pasen un día acá. Así entenderán que por desgracia tienen que existir estos lugares, porque no hay dónde llevar a los animales víctimas de incendios, tampoco de tráfico de fauna”.

 

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